Francisco Antonio Carrasco: «Lo desconocido siempre atrapa»

Por Luis Muñoz Díez.

 

Fotografía por Sánchez Montero

 

Taxidermia, reúne veintiún cuentos del escritor y periodista cordobés Francisco Antonio Carrasco. El libro está publicado con esmero por la editorial Páramo en 2011, e ilustrado con mucha sintonía por Damián Flores Llanos.

 

Al relato en literatura, igual que al corto en cine, lo mira quien no lo sabe apreciar como un aprendizaje para una obra mayor; cuando es una obra en sí misma, que entraña mayor dificultad por la contención que se necesita para describir un universo completo en un espacio reducido. A este reto se ha lanzado Francisco Antonio Carrasco en este, su tercer libro.

 

Con estas palabras empezaba la reseña que hice del libro de cuentos Taxidermia, de Francisco Antonio Carrasco, y me parece que la entrada es totalmente válida para poner en antecedente al lector que se acerque a esta entrevista, en la que el autor habla de su obra y reivindica el cuento, como una obra en sí misma, y al que tanto los que lo escriben como los que disfrutan de su lectura echan de menos el que las editoriales no le den el lugar que se merece.

 

Taxidermia recoge 21 cuentos, ¿qué tienen en común estos 21 relatos, al margen de estar firmados por Francisco Antonio Carrasco?

 

-La actualidad, fundamentalmente. Ninguno de estos cuentos remite al pasado. Y, fruto de ello, los temas que más nos obsesionan hoy día: la soledad, la incomunicación, el amor, la muerte… Siempre buscando un punto de vista original,  con un estilo sencillo y rotundo y un ritmo que intenta atrapar al lector.

 

En principio, para definir algo se va decantando lo que no es, y usted no está influenciado por el famoso realismo mágico que tantos estragos hizo en el cuento a toda una generación, porque sus fantasmas hacen el amor como animales y los amigos solucionan sus cuitas a martillazos. ¿Qué me dice?

 

-Evidentemente este libro no tiene nada que ver con el realismo mágico, aunque aparezca algún fantasma e incluso tenga cuernos. Aquí los temas son más carpetovetónicos y el estilo es más directo. Si acaso debo más al periodismo y la literatura oral, por mi forma de narrar, muy influida por las historias que me contaban de pequeño. En cuanto a los elementos mágicos, la literatura española siempre se ha alimentado de ellos, aunque tengo que reconocer que en mi juventud leí mucho realismo mágico. 

 

El primer cuento desarma el mito de la maternidad. ¿Me habla sobre ese papel obligado que se ha impuesto a la mujer?

 

-El primer cuento habla de una mujer que huye y no quiere saber nada de su pasado, ni siquiera de su hijo. Pero al leerlo, ¿no te quedas pensando que si quizás no hubiera estado presente su compañero le da a su hijo un abrazo, de que en su cabeza se ha activado un mecanismo que estaba muerto? Los cuentos solo muestran una parte de la realidad y dejan muchos cabos sueltos a la interpretación. De todas formas, la mujer ahora es mucho más libre que hace unos años y la maternidad ya no es su único fin. Tienen hijos porque los desean e incluso los quieren más, pero no renuncian a realizarse intelectualmente, a veces renunciando a la maternidad.

 

 Sus cuentos sorprenden por ser como un tiro entre ojo y ojo, siendo lo cotidiano un escenario tan claro como preciso: Córdoba.  ¿Cómo la ve usted?

 

-Córdoba es una ciudad maravillosa. Con un gran pasado histórico, pero que no renuncia al presente. Sin embargo, tiene pocas obras literarias dedicadas a ella, quizá porque tiene pocos narradores. Por eso le dediqué mis cuentos, para que la gente vea que la vida fluye por ella, que detrás de cualquier rincón puede haber una historia, a veces mágica.

 

En sus cuentos trata de lo cotidiano, aunque le dé un tono surrealista, que no es más que matizar un color que tiene la propia vida, por lo que me atrevo a preguntarle por su opinión sobre ciertos avatares cotidianos:

 

Al hilo del cuento titulado Ocurrencias. Me interesa saber su opinión, ¿de qué sometimiento es más difícil escapar, del que nos imponen o del que nos imponemos?

 

-Los fantasmas del pasado son muy difíciles de erradicar, ya sean impuestos o autoimpuestos, que no deja de ser lo mismo, porque es la misma presión social la que somete a todo el mundo. Es muy difícil escapar de ese sometimiento. En el caso de mi personaje, tendrá que enterrar a su padre para aceptar completamente su homosexualidad.

 

Taxidermia es un cuento que da título al libro. Usted en la contraportada hace una interpretación con la que estoy totalmente de acuerdo pero, ¿no tapamos el miedo a la soledad más en la forma que en el fondo?

 

-Claro, pero es que a la soledad le tenemos pánico y eso es lo que nos lleva a situaciones extremas. Estamos rodeados de gente por todos lados, nos conectamos a través de Internet con todo el mundo y, curiosamente, vivimos más solos que nunca, no mantenemos relaciones ni con nuestros vecinos de planta. Esto nos obsesiona y nos lleva a situaciones límite que, lamentablemente, no resuelven nada, pero nos dejan tranquilos con nuestra conciencia… aunque a esas alturas ya hemos perdido la cabeza.

 

En sus cuentos hay cuernos y crímenes pasionales, deme su opinión sincera o no me la dé, ¿seguimos midiendo con el mismo rasero los cuernos de hombre y mujer?

 

-Aún no, pero avanzamos muy rápido. De hecho, creo que nuestros jóvenes empiezan a ver las relaciones sexuales como algo normal, tanto las de las chicas como las de los chicos, sobre todo si tienen una cierta cultura. Aunque siempre habrá excepciones, terribles: los que acaban matando a sus parejas.

 

Luchino Visconti hablaba en su obra de su vida cotidiana y su vida cotidiana era la de un príncipe adinerado. En su película Vaghe stelle dell’Orsa, una bellísima Claudia Cardinale le dice a Jean Sorel “la provincia atrapa” cuando vuelven a su ciudad. ¿Cree que es cierta esta afirmación, ya sea aplicada a un pueblo o  un exclusivo club social?

 

-Lo desconocido siempre atrapa. El interés por descubrir cosas nuevas es lo que nos mantiene vivos. Sea lo que sea. Los urbanitas han descubierto el campo y se ha puesto de moda el turismo rural, igual que antes la playa. Por supuesto que esa afirmación es cierta. 

 

En uno de sus cuentos habla de un homosexual que regresa. Dígame con el corazón en la mano o no responda a la pregunta, ¿se admite la homosexualidad como algo natural o lo aparentamos en una pose social y sólo la admitimos cuando nos atañe porque es alguien al que queremos previamente?

 

-Creo que la homosexualidad empieza a admitirse abiertamente, sobre todo la natural, quizá produzca un cierto rechazo el exhibicionismo. En un proceso lógico, la próxima generación la verá como algo natural, a no ser que socialmente retrocedamos al pasado.

 

Sus cuentos no son muy descriptivos ni floridos, van al grano y en su caso el lector lo agradece, ¿lo hace adrede o es una evolución natural de su escritura?

 

-Ambas cosas: es una evolución natural de mi escritura y lo hago adrede. El ejercicio del periodismo –más de 27 años ya– me ha llevado a abandonar las florituras y, además, yo tengo un ritmo de escritura muy coloquial. Mis cuentos no se leen, es como si la voz del narrador te los fuera contando, como si te estuviera confiando un secreto, y todos sabemos que una frase de 30 líneas no se puede contar, porque el narrador acabaría asfixiado. Además de que en un cuento de pocas páginas no caben las florituras. Para eso se inventaron los novelones.

 

¿En qué empeño literario anda ahora Francisco Antonio Carrasco?

 

-En un nuevo libro de cuentos, por supuesto, aunque si tuviera tiempo me gustaría escribir una novela.

 

Tiene algo que decir de Taxidermia que no le haya preguntado.

 

-De Taxidermia, no, pero si me gustaría expresar un deseo: que las grandes editoriales le den al cuento el lugar que se merece y que se valore en su justa medida el trabajo de los cuentistas.

 

Le doy las gracias a Francisco Antonio Carrasco, por atenderme y cierro la entrevista con su demanda, a la que me uno, de que las editoriales den el lugar que se merece al cuento. Les animo a leer su Taxidermia y les recomiendo que lean cuentos, el pequeño espacio que ocupan es inversamente proporcional al margen que dan para gozar y pensar. 

 

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