Pensamientos de Giacomo Leopardi

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Giacomo Leopardi (1798-1837)

1– “Eso que corrientemente se dice, que la vida es sólo una representación escénica, se verifica todo en esto, en que el mundo habla constantemente de una manera y obra constantemente de otra. Pero ocurre que la representación de esa comedia, en la que hoy todos son actores, porque todos dicen lo mismo y casi no hay espectadores, al no engañar el vano lenguaje del mundo más que a los niños y a los tontos, se ha vuelto enteramente inútil, un aburrimiento y un fastidio sin causa. Así pues, sería empresa digna de nuestro siglo la de convertir de una vez la vida en un acto no simulado, sino verdadero, y la de conciliar por primera vez en el mundo la famosa discordancia entre palabras y hechos. La cual, dado que los hechos, por experiencia y suficiente, se reconocen inmutables, y porque no procede que los hombres se afanen más en buscar lo imposible, cabría lograrse con ese medio que es, a un tiempo, único y muy sencillo, aunque no se haya probado hasta hoy: vale decir: el de cambiar las palabras y llamar por una vez a las cosas por sus nombres”.

2– “No hay nadie tan plenamente desengañado del mundo, ni nadie que lo conozca con tanta hondura ni que lo odie tanto que, al notarle un rasgo benévolo, no se reconcilie un poco con él; como no conocemos a nadie tan malvado que, al saludarnos cortésmente, no nos parezca menos malvado que antes. Observaciones que valen para demostrar la debilidad del hombre, no para justificar ni a los malvados ni al mundo”.

3– “No hay mayor muestra de poca filosofía y de poca sabiduría que la pretensión de que la vida entera sea sabia y filosófica”.

4– “No basta con entender una proposición verdadera, es necesario sentir su verdad. Existe un sentido de la verdad, como el de las pasiones, los sentimientos, la belleza, etc.: que percibe lo verdadero, como se percibe lo bello. Quien la entiende pero no la siente sólo entiende lo que significa esa verdad, pero no entiende que sea verdad, porque no experimenta su sentido, es decir su capacidad de persuasión”.

5– «Dos o más personas personas que en un lugar público o en una reunión cualquiera rían entre ellas de modo notorio, sin que los demás sepan de qué, suscitan en cada uno de los presentes tal inquietud que todas las conversaciones se tornan serias, muchos enmudecen, algunos se retiran y los más intrépidos se acercan a los que ríen procurando que los acepten para reír con ello. Como si se oyesen estallidos de cañones en las cercanías de un lugar donde la gente estuviese a oscuras: todo el mundo huiría en desbandada, porque nadie sabe quién puede recibir el impacto en el caso de que los cañones estén cargados. La risa se granjea la estima y el respeto hasta de los desconocidos, concita la atención de todos los circundantes y entre éstos nos otorga una especie de seguridad. Y si, como ocurre, alguna vez te encuentras en un lugar donde no se te presta atención o eres tratado con soberbia o descortesía, no tienes sino que escoger entre los presentes a uno que te parezca idóneo y ponerte a reír con él de modo franco y sincero y con perseverancia, mostrando lo mejor que puedas que la risa te sale del alma; y si los hubiera que de ti se burlan; ponerte a reír más fuerte y con más insistencia que los burladores. Muy desafortunado tienes que ser si, una vez que reparan en tu risa, los más orgullosos y los más petulantes de la reunión, y aquellos que más te torcían el gesto, tras muy breve resistencia no se dan a la fuga o no acuden espontáneamente a congraciarse contigo, buscando tu conversación e incluso ofreciéndote su amistad. Entre los hombres es inmenso y terrorífico el poder de la risa: frente a la cual nadie, en su fuero interno, se siente por completo inmune. Quien tiene el atrevimiento de reír es dueño del mundo, diferenciándose poco de quien está preparado para morir«.

6– «Yo conocí a un niño que cada vez que era contrariado por su madre de alguna manera, decía: “sí, sí, mi mamá es mala”. Con no distinta lógica discurren sobre el prójimo casi todos los hombres, aunque no se expresen con la misma sencillez«.

7– «El niño es siempre franco y espontáneo y, por tanto, siempre está dispuesto y muy atento a la acción, porque a ello lo impulsan las fuerzas naturales de la edad, que él emplea en toda su amplitud, siempre que no sea deformado por la educación. Y todos observan que la timidez, la desconfianza de sí mismo, la vergüenza, en suma la dificultad para actuar, es en un niño señal de reflexión. Tal es el magnífico efecto de la reflexión: impedir la acción».

8– «Quien trata poco con los hombres rara vez es misántropo. Misántropos auténticos no hay en la soledad, sino en el mundo: porque del uso práctico de la vida, y no de la filosofía, se deriva el odio a los hombres. Y si alguien que lo es retira de la sociedad, pierde en el retiro la misantropía».

9– «Confesando sus propios males, por manifiestos que sean, el hombre menoscaba muchas veces su estima, y por ende el afecto que le tienen sus seres más queridos: de ahí que sea menester que cada cual se sostenga solo con brazo fuerte, y que en cualquier estado, y no obstante cualquier infortunio, mostrando de sí una estima firme y segura, dé ejemplo para que lo estimen los demás y casi los obligue a ello con su autoridad. Porque si la estima de un hombre no parte de él mismo, difícilmente partirá de fuera: y si no tiene cimientos muy sólidos en él, difícilmente podrá mantenerse en pie. La sociedad de los hombres se parece a los fluidos: cada molécula de los cuales, o burbuja, apretando con fuerza a sus vecinas por encima y por debajo y desde todos los lados, y a través de éstas a las lejanas, y siendo a su vez apretada de igual modo, si en algún punto la resistencia y la presión menguan, al instante habrá acudido hacia allí con ímpetu toda la masa del fluido y su sitio quedará ocupado por burbujas nuevas».

10– «Los hombres no se avergüenzan de las injurias que cometen, sino de las que reciben. Ahora bien, para conseguir que los injuriadores se avergüencen sólo cabe corresponderles».

11– «En el presente siglo se cree que los negros son de raza y de origen totalmente distintos a los de los blancos, y sin embargo totalmente iguales a éstos en lo tocante a derechos humanos. En el siglo decimosexto, cuando se creía que los negros compartían raíz con los blancos y que eran de la misma familia, se sostuvo, principalmente por los teólogos españoles que en lo tocante a derechos eran por naturaleza, y por voluntad divina, inmensamente inferiores a nosotros. Y en un siglo y en otro los negros han sido vendidos y comprados, y sometidos a trabajos forzados. Así es la ética; y así la relación que las creencias en materia de moral guardan con los actos».

12– «La educación que reciben (…) quienes son educados (que no son muchos, a decir verdad), es una formal traición ordenada por la debilidad contra la fuerza, por la vejez contra la juventud. Los viejos vienen a decir a los jóvenes: apartaos de los placeres propios de vuestra edad, porque todos son peligrosos y contrarios a las buenas costumbres, y porque nosotros, que hemos gozado de cuanto hemos podido, y que todavía, si pudiésemos, gozaríamos de más, ya no podemos hacerlo debido a los años. No os debéis cuidar de vivir hoy, sino de ser obedientes, de padecer y de fatigar lo más que podáis, para vivir cuando ya no estéis a tiempo.

La sabiduría y la honestidad mandan que el joven se abstenga lo máximo posible de aprovechar la juventud, salvo para superar a los demás en las fatigas. De vuestro destino y de las cosas importantes dejad que nos ocupemos nosotros, que lo encauzaremos todo en nuestro provecho. Todo lo contrario de esto es lo que cada uno de nosotros hizo a vuestra edad, y volvería a hacerlo si rejuveneciese: pero vosotros fijaos en nuestras palabras, y no en nuestros hechos pasados ni en nuestras intenciones. Si actuáis así, creednos a los conocedores y expertos de las cosas humanas que somos, seréis felices. Lo que es engaño y fraude yo no lo sabría, como no lo sea el prometer felicidad a inexpertos bajo tales condiciones.

El interés de la tranquilidad común, doméstica y pública es contrario a los placeres y a las empresas de los jóvenes; y por ello también la educación buena, o la así llamada, consiste en buena medida en engañar a los alumnos, al objeto de que pospongan su propio interés al de los demás. Pero, aparte de esto, los viejos tienen naturalmente a destruir, en la medida de sus fuerzas, y a suprimir de la vida humana la juventud, la vista de la cual aborrecen. En todas las épocas la vejez se ha conjurado contra la juventud, porque en todas las épocas ha caracterizado a los hombre la ruindad de condenar y de perseguir en otros los bienes que más anhelarían para sí mismos.

Ahora bien, no deja de ser chocante que entre los educadores, los cuales, más que nadie en el mundo, hacen profesión de buscar el bien del prójimo, haya tantos que busquen privar a sus alumnos del mayor bien de la vida, que es la juventud. Más chocante es que no haya padre ni madre, ni tampoco preceptor, que sienta remordimiento de conciencia por dar a sus hijos una educación que parte de un principio tan maligno. Lo cual debería provocar más asombro si no fuese porque desde hace tiempo, debido a otras causas, el procurar la abolición de la juventud se considera una obra meritoria.

Fruto de semejante cultura maléfica, o tendente al provecho del cultivador en detrimento de la planta, es que los alumnos, al vivir como viejos en la edad florida, acaban siendo ridículos e infelices en la vejez, queriendo vivir como jóvenes; o bien, como ocurre más a menudo, que la naturaleza triunfe y que los jóvenes, viviendo como jóvenes no obstante la educación, se rebelen contra lo educadores, quienes, si hubiesen fomentado el uso y el disfrute de sus atributos juveniles, habrían podido gobernarlos, mediante la confianza de los alumnos, que así nunca habrían perdido».

(Fuente: Pensamientos, G. Leopardi, Pre-textos y Debolsillo)

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