Ida Fink y el Holocausto

El desgarrador y terrorífico libro del Holocausto sigue incorporando dramáticas páginas a su desolador contenido. Setenta años después de que los jerarcas nazis pusieran en marcha la Solución Final, siguen apareciendo testimonios de aquellos espantosos momentos para nuestra especie.

Muchos describen con el corazón roto el espanto a través de las autobiografías, las memorias, o a través de documentados libros de historia. Igual y afortunamente, siguen surgiendo novelas y narraciones que impiden que aquellos momentos y aquellas matanzas se olviden. El dolor duele, pero más ha de doler el olvido.

Muchas de estas obras recurren a lo épico, a lo trágico, al heroísmo sublime. Pero en otras, la desolación surge en la aparente sencillez de la vida cotidiana, en torno a una mesa camilla, en el salón de una casa tan común y tan corriente como cualquiera, pero que esconde en una velada en torno a un plato de keftes de espinaca terribles presentimientos, oscuros presagios, designios de muerte y dolor. En Polonia, en Hungría, en Rusia, en Salónica, los judíos querían seguir abrazados a la vida inexorablemente a pesar de la pérdida, del espanto, de la barbarie que imponían aquellas camisas negras bordadas de calaveras.

En Polonia, en una pequeña ciudad llamada Zbaraz, nació en 1921 Ida Fink. A los veinte años, era internada en el campo de concentración de su misma ciudad natal. Un año después, en 1942, alguien le consiguió a ella y a su hermana unos papeles falsos que aseguraban que eran de origen ario. Consiguieron escapar huyendo a través de Europa. Aquella epopeya fue contada por Ida con enorme belleza en «El viaje», libro publicado entre nosotros por Mondadori en 1991.

Afortunadamente, ahora llega un segundo libro de esta autora prácticamente desconocida entre nosotros, y que tardó mucho en serlo en su propio país (ahora es Ucrania) y hasta en Israel, donde se instaló en 1957.

El título del libro también es sencillo, «Huellas», y lo ha publicado el Centro Sefarad Israel y la editorial Errata Naturae dentro de su colección Papeles de Sefarad, colección que dirige Mercedes Monmany, crítica literaria de ABC, y en la que ya se han publicado otros dos títulos: «Hemingway y la lluvia de pájaros muertos», de Boris Zaidman, y «Susanna», novela de Gertrud Kolmar, poetisa y prima del pensador Walter Benjamin, asesinada en Auschwitz en 1943. «Ida empezó a escribir muy tarde, a los cincuenta años, en 1971 –explica Mercedes Monmany–. Había vivido en Israel quince años, pero aún escribía en polaco, y en Polonia no publicaba en solidaridad con los escritores censurados por el régimen comunista, lo que durante mucho tiempo la convirtió en una especie de apátrida literaria».

La poesía perdida

Finalmente, Ida por fin tomó recado de escribir para fortuna de sus lectores, ahora también en castellano. Muchos la han llamado la Chéjov del Holocausto, y Monmany aporta detalles sobre la obra de esta mujer: «Estos cuentos son de una grandísima calidad. Ida es una maestra de la miniatura, del detalle, de la poesía de la pérdida, genial escritora para contarnos la historia de toda esta gente que estaba dejando atrás su mundo y su vida, pero sin nombrar, solo intuir, los campos de concentración. Como Isaak Babel es una maestra del silencio, una autora equiparable a alguien como Primo Levi, alguien que nos cuenta con precisión y concisión de adjetivos aquella estratificación de la muerte planeada por los nazis».

Los personajes de Ida Fink nos transmiten a través de su vida cotidiana los espantos de aquellos días. «Las personas conversan sobre algún disparo, alguien que ha desaparecido, de algún asesinato, pero no hablan directamente de la muerte, son intuiciones, miradas, susurros, gritos lejanos… Son muchas veces relatos muy cortos, pero cuyo argumento es el de toda una novela. Son hechos vividos por la propia Ida o por gente muy cercana a ella, pero son hechos que han sucedido realmente, son estremecedores».

Ida Fink murió en septiembre de 2011, a los noventa años de edad. Atrás queda una vida entregada a la música, a las palabras, al recuerdo de su gente perseguida, martirizada, asesinada y sacrificada en aquellos tiempos innombrables, pero que nadie debería olvidar.

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