La tortuga roja (2016), de Michael Dudok de Wit

 
Por Miguel Martín Maestro.

Una joya de la animación europea, con patrocinio e intervención de los estudios Ghibli, ya desembarcó en nuestras pantallas. Demasiado lírica, onírica y evocadora para interesar a los niños, y demasiado buena para que el público adulto se atreva a romper con el prejuicio de tomarse en serio el cine de animación, con lo que pronosticar que pase inadvertida en cartelera no supone asumir un riesgo elevado, y sin embargo, sería una pena que esto sucediera ante tal cantidad de talento pictórico reunido para contar, de manera exquisita, una fábula imposible donde el amor elimina cualquier barrera impuesta por el silencio y una distinta naturaleza. Porque la película se plantea desde la imagen y el lenguaje que ésta desprende, sin necesidad de que exista un diálogo entre los intervinientes. Manteniendo la incógnita sobre qué, o quién, sea esa tortuga roja que se empeña en impedir que un náufrago abandone la isla en la que ha logrado sobrevivir tras un naufragio y una tormenta oceánica, el hombre, la tortuga, la mujer, el posterior niño, el ya transformado en joven, mantienen un silencio natural que no precisa de palabras para comunicarse. Es tal ese estado de armonía que sucede al momento inicial de incógnita, de violencia y de reconciliación, que las palabras sobran porque todo fluye como un caudal cristalino y sereno.

El binomio de Wit con Isao Takahata y sus respectivos equipos, define, con perfección y sutileza, el impedimento que la naturaleza impone al náufrago obligándole a quedarse en esa isla de la que sueña con escapar con puentes interminables que, en la práctica, se terminan transformando en balsas cada vez más grandes que, atravesada la barrera de coral, son destrozadas por una fuerza invisible que, finalmente, se nos revela en forma de una hermosa tortuga roja de dimensiones descomunales. La necesaria alegoría que desemboca en la integración del hombre en la naturaleza para ser capaz de desprenderse de ansias y frustraciones, necesita de la participación de un elemento fantástico en el que la imagen de un paraíso bíblico y un Adán y Eva tropicales rememora el momento de la Arcadia feliz, ésa en la que la naturaleza se utiliza para vivir en armonía, y donde en cualquier instante, la fuerza de la misma coloca al ser humano ante la realidad de su impotencia para enfrentarse a las desatadas furias climáticas. Una tormenta que provoca el encuentro sin cantos de sirena, y un tsunami que arrasa un mundo conocido que se recupera a su propio ritmo pero que permite, al heredero de una nueva especie, revelarse plenamente en la dualidad de sus facultades y afrontar el necesario viaje que pone fin a esa dependencia paterna para lograr la independencia vital.

La película se crea a partir de una amalgama de ideas en las que juega un papel determinante la obra literaria Kwaidan, un relato que permitió ensamblar la historia del náufrago que lucha por romper el aislamiento, y la tradición japonesa de personas convertidas en animales y viceversa, con esa dualidad Occidente-Oriente. El relato circula sucesivamente por la lucha por la supervivencia, el afán de superación, afrontar el reto de la vuelta a casa, la frustración y rabia creciente por esa fuerza telúrica que no se manifiesta, pero que impide todo intento de abandono de la isla, la violencia irracional, el perdón, el descubrimiento del otro, el enamoramiento, la vida en pareja, la armonía con el entorno, la posibilidad de convivir entre diferentes, la entrega y cuidado mutuo, la posibilidad de que las nuevas generaciones utilicen lo mejor de cada civilización que les ha educado, la imposibilidad de enfrentarse a una naturaleza desatada, la paz y tranquilidad de la vejez, la asunción del fin, el reposo definitivo, el dolor de la pérdida, la vuelta al agua… Para ello De Wit cuenta con la ayuda de una cineasta peculiar, reconocible, de producción limitada pero sugerente oferta como es Pascale Ferran, conjugando un guion donde el optimismo por el ser humano y por la propia naturaleza marcan el desarrollo de la acción.

Por lo tanto el fin y propósito del producto está muy alejado de la mera película de animación de entretenimiento sin aspiraciones. Su trazo límpido, el continuo descubrimiento de lo armónico de una vida en familia, aceptada y asumida la imposibilidad de la huida, el ensamblaje inadvertible entre el mundo real y el mundo fantástico, proporcionan a este «anime» de fabricación europea el sabor dulce de una elocuente victoria, la del relato denso conseguido presentar como ligero y asumible, el entretenimiento de una historia sin palabra que, ni se demora, ni se alarga innecesariamente. Un ciclo de vida admirable con guiño incluido al vuelo psicodélico del gran Lebowski, aunque en esta ocasión, más fruto del deseo que de la ingesta de alcaloides.

2 thoughts on “La tortuga roja (2016), de Michael Dudok de Wit

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  • el 28 octubre, 2018 a las 2:45 pm
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    Simplemente.sublime ..pura .natural..como la vida .un placer para los sentidos …bravo

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