«La utilidad de lo inútil», de Nuccio Ordine

Por Ignacio G. Barbero.

inutilidad-inutil-Nuccio-Ordine_Acantilado“Ser un hombre útil me ha aparecido siempre como algo en verdad espantoso”- Baudelaire

Cada cultura define qué es útil y qué inútil en base a la ideología que la sostiene y la gobierna. Atendiendo al mundo que mejor conocemos, el nuestro, entendemos que el motor que lo empuja y mueve es el de la producción siempre creciente de bienes de consumo (bienes que adquirimos y usamos a diario); producción que es generada por una lógica de la rentabilidad que prima el beneficio económico sobre otras variables. Una lógica que, a su vez, tiñe nuestro comportamiento y determina nuestra concepción de lo que es útil y lo que no lo es. Así, cualquier cosa que no implique un uso práctico e inmediato -es decir: rentable- resulta, a ojos de la mayoría, falta de importancia, irrelevante, prescindible; en definitiva: inútil.

Aunque no nos demos plena cuenta de ello, priorizamos el tener sobre el ser y consideramos la obtención de dinero contante y la posesión de bienes materiales como los únicos criterios legítimos para juzgar si somos personas de provecho. El campo del saber humano, sin embargo, se libra de esta «pecuniaria» tendencia general. La pura investigación científica, los saberes humanísticos y las artes son realidades, por principio, no asimilables a la dinámica empresarial; movidas por la curiosidad, la libertad de pensamiento y la consideración gratuita y desinteresada del conocimiento, se salen de los fines técnicos y utilitaristas que nuestro mundo demanda. En palabras de Nuccio Ordine:

El saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo (…) Nadie, en definitiva, podrá realizar en nuestro lugar el fatigoso recorrido que nos permitirá aprender. Sin grandes motivaciones interiores, el más prestigioso título adquirido con dinero no nos aportará ningún conocimiento verdadero ni propiciará ninguna auténtica metamorfosis del espíritu” (p.15)

El autor defiende con pasión y buenas razones un concepto de utilidad de clara raigambre humanista. Lo verdaderamente útil es todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores, a saber: todo aquello que cumple un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. Esta utilidad es propia de saberes que ponen en tela de juicio la económica utilidad dominante. Por tanto, caemos en el error si nos sometemos a la precipitada y frenética dinámica de lo aceptado como útil; hemos de apostar por la curiosidad respecto a las cosas humanas y por la gratuidad y el desinterés.

Sin embargo, el ser humano contemporáneo es el ser humano apurado, sin tiempo; prisionero de la necesidad, no comprende que algo puede no ser útil o práctico; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante, que asfixia nuestras posibilidades existenciales y nuestra libertad. Nos damos cuenta de ello en nuestro día a día; la frustración nos acompaña vigorosa en cada paso que damos. La rutina de la que no podemos salir, la precariedad que nos es impuesta y la impotencia crónica que nos aletarga son los frutos de una cultura que prima el lucro privado e intransferible. Y allí donde la vida se configura como una perpetua lucha por la obtención de dinero, el hombre acaba transformado en un bien más del sistema de la propiedad; un bien enajenado que no es dueño de su vida.

Ante este panorama, Ordine propone – y opone- un modelo cultural y de convivencia fundado en el bien común. La cultura humana ha acuñado tres idealidades a lo largo de su historia que son esenciales, a su juicio, para llevarlo a la realidad: “la dignitas hominis, el amor y la verdad”. Estos tres dominios – en los que el poseer y la lógica del beneficio a toda costa se revelan, por sí mismos, como fuerzas absolutamente negativas- constituyen el terreno más propicio para que, por fin, la gratuidad y el altruismo se expresen con total libertad.

La dignidad humana es el valor que tiene todo ser humano en tanto que ser humano; valor que le obliga a tratar a los demás como fines en sí mismos y nunca como medios, nunca como «útiles» a su servicio. El hombre tiene dignidad, no precio. El autor subraya la importancia de este principio con la fogosas palabras que Demócrito dirigió a Hipócrates cuando éste último fue a “curar” la dolencia mental que los vecinos del pensador atomista declaraban haber visto en él. Unas palabras que definen con sorprendente exactitud nuestra época:

“Pero yo sólo me río del hombre, lleno de estupidez, desprovisto de acciones rectas, […] que con ansias desmesuradas recorre la tierra hasta sus confines y penetra en sus inmensas cavidades, funde el oro y la plata, los acumula sin descanso y se esfuerza por poseer cada vez más y ser cada vez menos. No se avergüenza de llamarse feliz porque excava las profundidades de la tierra por medio de hombres encadenados: entre ellos, algunos mueren a causa de los derrumbes de tierra; otros, sometidos a una larguísima esclavitud, viven en esta prisión como en su patria. Buscan oro y plata, hurgando entre polvo y desechos, desplazan montones de arena, abren las venas de la tierra para enriquecerse, despedazan la madre tierra” (p.112).

En segundo término tenemos el amor, que en sí es capaz de extirpar todo interés individual, toda forma de egoísmo y que está absolutamente desligado de cualquier instinto de propiedad y posesión. Damos al otro por la propia alegría de dar, de manera puramente gratuita. Tenemos plena confianza y plena creencia en el otro, en lo que es, en lo que puede ser y en su condición humana, falible y digna.

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Nuccio Ordine

Y por último, pero no menos importante, Ordine nos habla del tercer pilar del mundo más vivible que quiere construir: la verdad. El filósofo juega aquí un papel determinante, ya que, como manifestó Platón/Sócrates, su labor se sitúa entre los dioses (que no buscan la verdad porque ya la tienen) y los ignorantes (que no la buscan porque creen tenerla), a saber: está en constante pretensión de verdad, siempre aproximándose, pero nunca poseyéndola. El pensador habita un lugar humilde desde el que reconoce su gran ignorancia, ya que considerarse dueño de la verdad conlleva un riesgo claro: el fanatismo. Todo aquel que afirme una categórica verdad y la considere indigna de cuestionamiento, porta en sí el germen de la imposición violenta de ese dogma inapelable. Sólo la conciencia de estar destinados a vivir en la incertidumbre, sólo la modestia de considerarse seres que pueden errar -y lo hacen con frecuencia-, nos permitirá concebir un auténtico encuentro con los otros, con quienes piensan de manera distinta que nosotros.

Por todo ello, es evidente que la enseñanza y la práctica de la filosofía, y de toda disciplina que trate con la realidad y la verdad, debe estar libre de condicionamientos externos de corte empresarial o bancario, los cuales coartan la dimensión esencialmente crítica del conocimiento y, por tanto, fomentan la parcialidad y la intolerancia.

Hacer a la humanidad más tolerante, más digna y más libre es tarea de todos. El enemigo es, y siempre lo va a ser, quien trata de moldear el espíritu humano para que no despliegue sus alas; en este caso, sometiéndolo a la dictatorial lógica de la posesión, el beneficio y el egoísmo orgulloso e intransigente. Hemos, por ello, de abolir la utilidad asumida por nuestra cultura y defender con uñas, dientes y razones la inutilidad despreciada:

“Si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí mismo y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad” (p.25).

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«La utilidad de lo inútil»
Nuccio Ordine
Acantilado, 2013
176 pp. , 9,50 €

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