Lemon (2017), de Janicza Bravo

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Janicza Bravo debuta en el largometraje con Lemon, una comedia que en general ha recibido buenas críticas y que ha sido nominada en festivales como Sundance, SXSW y Rotterdam. Presenta a un perdedor cuarentón, en este caso relacionado con el mundo de la interpretación, al que le va mal en casi todos los aspectos de su vida. Se aplaude, una vez más, el intento por ser original y crear algo diferente, pero aquí esa búsqueda feroz de originalidad se apoya demasiado en la extravagancia, y el conjunto acaba pareciendo más una colección de escenas repletas de excentricidades que una obra coherente con un objetivo claro.
El nivel de excentricidad es tan elevado que resulta muy difícil conectar con los personajes. Además, esa sucesión de elementos estrafalarios resta verosimilitud y debilita el minúsculo hilo argumental que asoma. Se menciona Esperando a Godot con la intención de justificar subrepticiamente la falta de dirección de la película, pero lo único que consigue es ser pretenciosa por el mero hecho de intentar cargar su discurso con una referencia intelectual externa en lugar de desarrollar algo por sí misma, con sus propios términos audiovisuales o narrativos. En definitiva, todo parece una especie de espectáculo circense de rarezas y pretensiones: “miren a la mujer barbuda”, “observen al hombre con dos cabezas”, etc.
Otro inconveniente es que Lemon es una comedia que no hace gracia. El humor se apoya sobremanera en lo absurdo, lo disparatado, lo estrambótico, para finalmente llegar a ninguna parte. Alguna risa leve despierta, pero no es suficiente; a una comedia que se desarrolla de forma tan despreocupada sin propósito aparente, lo único que se le puede exigir es que al menos sea graciosa. De hecho, da la sensación de que detrás de todo ese barniz de extravagancias no hay nada, ni un ápice de ingenio para crear una situación sencilla que sea divertida, natural y creíble.
A nivel estructural, por momentos parece que la película es un ensamblaje de escenas aisladas que giran alrededor del protagonista y sus insensateces. La estructura elaborada por Janicza Bravo y Brett Gelman –coguionista– deja mucho que desear. Quizás la discontinuidad del personaje que interpreta Michael Cera resta fluidez al desarrollo y da la sensación de que es una película partida en dos, primero con Cera como secundario fuerte y más adelante con Nia Long. Y para acentuar más el despropósito, la relación que el protagonista desarrolla con el personaje interpretado por esta última apenas se desarrolla y los pasos que le llevan hasta la reunión familiar resultan algo precipitados.
La nota dulce de Lemon la ponen las interpretaciones de Brett Gelman y Nia Long, acompañados de cerca por Michael Cera, que desgraciadamente apenas tiene protagonismo. No obstante, la interpretación de Gelman requiere un registro bastante limitado, enfocado en la inexpresividad y la extrañeza, lo cual no permite demasiadas florituras dramáticas. También habría que destacar la banda sonora, con temas muy bien elaborados que encajan a la perfección con la extravagancia de la película.
Una observación que no quería dejar escapar: no sé hasta qué punto el uso de tantos actores relativamente conocidos en el panorama indie –si es que esta última palabra no ha perdido ya el significado– es un reclamo para la taquilla. El elenco es sorprendente pero, en general, no se le saca demasiado rendimiento más allá de lo mencionado anteriormente. Lo que sí parece evidente es que si todo el tiempo que han dedicado al casting lo hubieran dedicado al guion, Lemon sería, al menos, una película aceptable.

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