‘Línea de fuego’, de Pérez Reverte

JUAN F. TRILLO.

En Línea de fuego, Pérez-Reverte nos ofrece una novela de personajes que no son excepcionales en ningún sentido, lo que significa que todos ellos – o la mayoría, al menos – se parecen bastante a cualquiera de nosotros y son, por tanto, reconocibles por el lector.

Es una novela de personajes, insisto, en la que la Batalla del Ebro que sitúa la acción (nunca mejor dicho) no es sino un McGuffin, una excusa para que el autor nos muestre actitudes y comportamientos magistralmente descritos. El argumento, en realidad, importa poco, pues el desenlace es de sobra conocido por los lectores, mientras que la trama es prácticamente inexistente y se limita a las idas y venidas de los milicianos y soldados: ahora avanzan y luego retroceden; se toma una posición y, al cabo, se pierde, para volver a recuperarla más tarde. Mientras tanto, los muertos se van acumulando. Y eso es todo. Sin embargo, la lectura en ningún momento se hace pesada, ni aburre, a pesar de que algunas escenas de enfrentamientos bélicos resultan intercambiables. Esto supone un mérito considerable y hace falta oficio para lograrlo. Pérez-Reverte saca músculo literario y conduce al lector a lo largo de las peripecias que los protagonistas de esta novela coral viven durante diez días, sin dar muestras de cansancio.

Reverte elabora retratos precisos y nítidos de los personajes que intervienen, con esa minuciosidad periodística a la que acostumbra el escritor, mostrándonos cualquier pequeño detalle que considere relevante para visualizarlos: sus rasgos físicos, su ropa, sus heridas y, sobre todo, las huellas que el dolor y el sufrimiento van dejando en sus rostros. Estos retratos están, como de costumbre, apoyados por unos diálogos impecables: cortantes, secos, incisos. No son muy realistas, es cierto, pero resultan agradables de leer y bien podemos disculpar esta licencia literaria, dado que el resultado lo merece.

Línea de fuego está llena de escenas memorables: la tregua para llenar las cantimploras del único pozo disponible en el campo de batalla, los desesperados —y vanos— intentos del carpintero de Albacete por alejarse de la línea de fuego, la surrealista escaramuza en el cementerio, en la que muertos y vivos se mezclan en macabra confusión, entre muchas otras. La lectura se convierte así en uno de esos raros placeres que nos mueven al mismo tiempo a la reflexión.

Se trata de una excelente novela, que contiene un puñado de buenas historias bien narradas, pero cuyo valor literario corre el riesgo de verse relegado a un segundo plano por estar situada en un episodio de la Guerra Civil, un tema ante el que casi nadie en este país permanece indiferente y que aún hoy en día, más de ochenta años después, a menudo, condiciona cualquier juicio de valor.

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