Martínez Cuadrado: “En España estamos viviendo la cancelación de la cultura”

José Luis Trullo.- Francisco Martínez Cuadrado, que como profesor de literatura ha desarrollado durante años una intensa labor docente en la educación media, se dedica ahora a la investigación y la escritura acerca de su materia predilecta: el Renacimiento y el Barroco literarios. De esta tarea ya ha aparecido el primer fruto: La Edad de Oro. Vida y fortuna de los escritores españoles en los siglos XVI y XVII, publicado por la editorial sevillana Renacimiento. Hoy, lunes, pronuncia en Casa del Libro una charla acerca de “El oficio de escritor en los Siglos de Oro”, y aprovechamos para entrevistarle acerca de este y otros temas afines (pues, para un humanista como él, todo dialogo con todo, y con provecho).

-En su libro La Edad de Oro usted traza un rico panorama de la figura del escritor en los siglos XVI y XVII. De tener que hacerle un retrato, ¿cuáles serían sus perfiles principales?

-Aunque desde la distancia la percibamos como algo homogéneo, la Edad de Oro de nuestra literatura se extiende por un período muy dilatado de casi dos siglos. Entre Juan Boscán y Calderón de la Barca hay exactamente la misma diferencia cronológica que entre Pérez Galdós y Antonio Muñoz Molina, a los que difícilmente englobaríamos en un mismo grupo de escritores. Pero por no eludir su pregunta, intentaré hacer una abstracción para obtener ese perfil de escritor que podamos considerar más o menos representativo de la Edad de Oro.

En primer lugar, se trata de un varón. No faltan escritoras de talla como santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz o María de Zayas y aun otras muchas. Pero su número es significativamente muy inferior al de los hombres, lo que, no hace falta insistir, obedece a las circunstancias sociales y educativas de la época. Como escribió Virginia Woolf, si William Shakespeare hubiera tenido una hermana con la misma capacidad y vocación que él, esta hipotética Judith Shakespeare nunca hubiera podido convertirse en la gran figura literaria y teatral que fue  William: tal cosa era imposible en la Inglaterra isabelina y lo mismo podemos decir de la España de los Austrias o de la Francia de Molière.

En segundo lugar este varón hubiera acudido a la Universidad, como así hizo la inmensa mayoría de nuestros escritores. La Edad de Oro nace en pleno auge del Humanismo y el conocimiento del latín es imprescindible para tener acceso a los modelos literarios de la Antigüedad. Este conocimiento se adquiría fundamentalmente en las facultades de Artes, donde se enseñaba Gramática latina y Retórica y se leía a los escritores latinos. El paso por la Universidad explica que la mayoría de nuestros escritores fueran personas del clero, pues eran clérigos los que se sentaban mayoritariamente en las aulas de Artes, Derecho (especialmente en la rama de Cánones) y Teología. De los doce magníficos de nuestra literatura, nueve tienen que ver con la Iglesia: santa Teresa, fray Luis, Fernando de Herrera, san Juan de la Cruz , Góngora,  Tirso de Molina, incluso, ya de mayores se hicieron sacerdotes  Lope de Vega y Calderón. Solo nos quedan tres seglares: Garcilaso de la Vega, Cervantes y Quevedo.

Junto con el latín la otra lengua de imprescindible conocimiento para nuestros escritores era el italiano. Por eso si nuestro literato arquetípico hubiera tenido suerte, podía haber viajado a Italia, para conocer de primera mano la obra de humanistas y escritores italianos. Así lo hicieron Nebrija, Garcilaso, Juan de Valdés, Cervantes, Quevedo y muchos otros.

– ¿Y qué decir de su perfil socioeconómico?

Seguramente su condición social podría calificarse de clase media (si tal cosa existía en la Edad Moderna).  Sería un hidalgo, aun en el caso de ser clérigo, y con suerte podría llegar a caballero. Por supuesto no podría vivir de la literatura y buscaría el arrimo de un mecenas, un noble de alto rango que le ayudara a sufragar los gastos de impresión de sus obras y le ofreciera amparo social. Y, por último, tendría una alta consideración de su trabajo literario y de su valía. Este orgullo artístico le lleva también a protestar y creerse injustamente preterido en los premios literarios de las justas y a enemistarse con sus colegas, con los discute en las academias y con los que forma bandos rivales irreconciliables, como los que se formaron en torno a Góngora,  Lope de Vega y Quevedo.

-¿Qué ha ganado y qué ha perdido, en su opinión, el escritor con el paso de una sociedad estamental a una burguesa, en la que el mercado tiene la última palabra?

-Si he de ser sincero, creo que ha ganado más de lo que pueda haber perdido. Tenemos que tener en cuenta que la sociedad estamental estaba también estratificada social y económicamente: no tenía nada que ver un duque potentado con un hidalgo menesteroso, aunque pertenecieran al mismo estamento; ni un arzobispo con un cura de aldea o un oscuro frailecico; ni un campesino rico, no digamos ya un gran mercader o un banquero, con un jornalero o un peón. El mecenazgo, que hoy ejercen las grandes empresas y entidades bancarias bien por altruismo bien por sus beneficios fiscales, estaba entonces en manos de la alta nobleza, algunos por su verdadera afición a las letras, las ciencias o las artes, otros simplemente como un distintivo de su preeminencia estamental: ya sabemos, noblesse oblige. Este mecenazgo implicaba en el escritor protegido un cierto servilismo que se puede ver en las elogiosas dedicatorias que dirigen a sus mecenas, los poemas laudatorios e incluso su trabajo como secretario, capellán, bibliotecario, etc. del magnate, lo que no se hace en condición de empleado sino de criado, en una concepción muy característica de la sociedad estamental.

– ¿Qué influencia tuvo para su labor el hecho de que el escritor barroco empezase a dirigirse, ya no solo a un auditorio reducido de personas cultas, sino a un incipiente público masivo?

En cuanto a la injerencia del mercado en el trabajo literario hay un cambio muy sustancial en el siglo XVII con respecto al anterior. El ejemplo más característico es el de Lope de Vega, cuando dirige todo su teatro a satisfacer los gustos de un público, que es el que paga la entrada: porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto, dice en sus conocidos versos. Cervantes se lo reprochará en el Quijote y culpa de ello no tanto al propio Lope (que no le perdonó esta crítica y estuvo detrás de la sucia maniobra del apócrifo) como a los empresarios teatrales. En cualquier caso, los que no seguían la fórmula teatral de Lope quedaban apartados del circuito, como le ocurrió al propio Cervantes, que vio truncado su deseo de convertirse en autor teatral. Lope es también uno de los pocos poetas que va publicando cada ciertos años sus volúmenes de poesía lírica con ánimo de rentabilizarla económicamente. Hasta entonces lo habitual es que la obra de los poetas circulara de manera manuscrita y la mayoría de las veces solo se diera a la imprenta tras la muerte del autor.  Poeta era una actividad sin ánimo de lucro y la imagen del poeta pobre se llega a hacer tópica en la literatura costumbrista.

– ¿Qué me puede contar acerca del mercado editorial en los Siglos de Oro en España?

El mercado del libro, aunque estaba suficientemente desarrollado desde la invención de la imprenta, quedaba muy lejos de la situación actual donde las grandes editoriales y las cadenas distribuidoras  orientan y determinan los gustos de los lectores, ofreciéndoles productos  cuyos valores mercantiles superan a los literarios. Sin embargo el éxito de los libros de caballerías en el siglo XVI nos muestra también la existencia de una literatura más comercial que artística. Tampoco existe en esta época el derecho de autor. Lo más parecido es el privilegio, que concede al que lo solicita (autor o editor) la explotación de la obra durante un periodo de tiempo, generalmente diez años. Pero este privilegio solo tiene vigencia en el reino en el que se expide. Si se trata de un privilegio para Castilla, por ejemplo, se podían sacar ediciones en Valencia,  en Lisboa o en Amberes, sin que el autor recibiera ninguna compensación. La piratería literaria estaba extendidísima en los siglos áureos para desesperación de autores y editores.

Por otra parte, la sociedad burguesa no solo nos ha traído la concepción mercantil de la cultura, también las libertades democráticas, entre ellas la de expresión y la de imprenta. El libro de la Edad de Oro se somete a una doble censura, previa y posterior a su publicación: antes de imprimir la obra era necesario superar una censura o aprobación para obtener la licencia de impresión, pero esto no la libraba de la censura posterior, la que llevaba principalmente la Inquisición con sus Índices de libros prohibidos y expurgados. En definitiva, no siempre cualquiera tiempo pasado fue mejor.

-La crisis de la identidad occidental, atacada por varios flancos, ha desembocado en el borrado progresivo pero imparable de las referencias culturales ancladas en la tradición. ¿Qué le espera a una sociedad que reniega del valor de su propio legado?

-No quisiera ser apocalíptico, pero la situación a la que se refiere es muy preocupante. La defensa legítima del multiculturalismo ha desembocado en una especie de mala conciencia en la cultura occidental y al rechazo de todo lo que se considera una interpretación eurocéntrica de la cultura y de la sociedad. Esa cultura denostada es la heredera de Grecia y Roma, del humanismo, de la Ilustración y de la revolución científica. La que ha separado la religión del Estado y ha alcanzado las más elevadas cotas de libertad e igualdad, aunque puedan ser todavía insuficientes. Todo esto se pretende borrar, cancelar como se prefiere decir ahora. Las consecuencias son previsibles, porque en realidad ya las estamos empezando a sentir. Esta cancelación de los referentes de la tradición cultural deja a los ciudadanos inermes frente a las voces y comportamientos de los sectarios y los demagogos. Desaparece el espíritu crítico y el eslogan simplificado o la consigna repetida hasta convertirse en verdad  sustituyen a la idea y al análisis, a la complejidad, al matiz. El auge del populismo y del extremismo en España es un buen ejemplo de las consecuencias que puede padecer una población a la que se ha desprovisto de sus anclajes culturales más legítimos y valiosos.

-Por último, me gustaría conocer su opinión acerca de las inminentes reformas educativas que, una vez más, profundizan en el proyecto de demoler el modelo de la enseñanza basado en conocimientos para priorizar el de unas supuestas “destrezas”…

-He sido profesor de Instituto durante 38 años y he asistido a diversas reformas educativas, cada una peor que la anterior. En este sentido el R.D. de enseñanzas mínimas de la ESO que publicó el BOE el pasado 30 de marzo es la culminación de este proceso de rechazo del esfuerzo, reducción de los contenidos y parcialidad ideológica.

En el Decreto tenemos, en primer lugar, el enunciado de unas “competencias clave” que debe adquirir el alumno al terminar el ciclo. Estas competencias combinan aspectos que podemos considerar académicos (lingüístico, científico, digital…) con otros que se definen como “personales”, “sociales”, “emprendedores” “ciudadanos” de “conciencia cultural”, etc. que no siempre se atienen a la imparcialidad deseable. Como estas competencias clave se consideran transversales deben estar presentes en todas las asignaturas informando las competencias específicas de cada una. Esto explica las sorprendentes afirmaciones de la programación de Matemáticas, que incluye el “dominio de destrezas socioafectivas”, como “manejar emociones”, “aumentar el bienestar personal y construir resiliencia”; también la “erradicación de ideas preconcebidas relacionadas con el género”; y, por si fuera poco, contribuyen a la “resolución pacífica de conflictos” y a “mostrar empatía por los demás”. Y aunque tienen fama de ser una asignatura difícil, no hay que preocuparse mucho, pues el currículo habla de  “normalizar el error como parte del aprendizaje” y fomentar “las actividades no competitivas en el aula”.

-Continúe, por favor. Mi nivel de alarma crece por momentos.

Otro aspecto preocupante es el vacío o vaciado de los contenidos propios de determinadas asignaturas. El caso más sangrante es de la Geografía e Historia, donde  se ha suprimido la cronología. En realidad, dice el Decreto que se puede optar por el enfoque cronológico o bien por otro más “transversal” y “multicausal”, pero la distribución de sus contenidos en tres bloques denominados “Retos del mundo actual”, “Sociedades y territorios” y “Compromiso cívico” y los enunciados que contienen hacen completamente inviable la secuenciación cronológica. No hay nada en el currículo que pueda recordar lo que se entiende por Geografía Física, Historia de España o Universal. Pero sí se tratan cosas como el mínimo vital, minorías invisibilizadas, lucha contra epidemias y pandemias, redes sociales, seguridad vial y, de pronto, sorpresas como “la evolución del armamento desde los hoplitas a los tercios”. Un alumno será instruido sobre la emergencia climática sin que haya estudiado los climas ni sepa colocar en un mapa el desierto del Sahara.

En consonancia, en la asignatura de Lengua y Literatura tampoco se repasa la historia de la literatura española, como se hacía en los planes anteriores en 3º y 4º la ESO. El acercamiento a la literatura se hace a través de la “lectura autónoma”, en la que el alumno se busca la vida en la biblioteca escolar o pública de su zona, y de la “lectura guiada”, que se deja al albur del buen (o mal) profesor, sin la referencia a un canon, a unas obras que, total o parcialmente, deban ser conocidas por todos los escolares españoles al concluir la enseñanza obligatoria, recordemos, a los 16 años.

-¿Y qué me dice del borrado de la filosofía en la educación obligatoria?

La escasa presencia de la Filosofía, como optativa en 4º de ESO, ha sido erradicada del nuevo plan de estudios. Algunas migajas de la misma se incluyen en la asignatura de “Valores cívicos y éticos”, donde se dan la mano contenidos  más o menos formales con otros claramente vinculados a las políticas del gobierno actual, para que parezca que todos son lo mismo. En fin, esto ya no parece la cultura de la cancelación, sino la cancelación de la cultura.

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