Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011) de David Fincher

 

Por Ana Rodríguez Aguilar.

 

 

 

LA INMORTALIDAD DE STIEG LARSSON

 

A David Fincher debe fascinarle la maldad del hombre en todas sus manifestaciones como tema para sus películas, pues, comenzando desde Seven (1995) hasta llegar a  La red social (2010), se hace cargo de explorar meticulosamente este desarrollo inapropiado del ser humano. Por ello, no es de extrañar que, a pesar de que tiempo atrás afirmara que no realizaría el remake de ninguna película, la historia con la que Stieg Larsson ha conseguido atrapar a millones de lectores en todo el mundo, haya interesado fehacientemente a Fincher, a pesar de tratarse de un trabajo de encargo.

 

Y es a través de la particular mirada de este director y un guión adaptado por Steven Zaillian, guionista ganador de un Oscar por La lista de Schindler (1993), como vuelve a la gran pantalla el entramado de asesinatos, poder corrupto y secretos familiares de la primera entrega de Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011)

 

Mikael Blomkvist es un periodista de investigación especializado en destapar escándalos financieros, que a causa de sus recientes problemas judiciales, tratará de limpiar su imagen aceptando el encargo que el millonario empresario Enrik Vanger.  Le ha encomendado la investigación el misterio que más le obsesiona: la desaparición de su sobrina Harriet, presuntamente asesinada por algún miembro de su propia familia.

 

Para ello, viajará a una remota isla donde, inesperadamente, contará con la ayuda de Lisbeth Salander, una particular investigadora con extraordinarias habilidades, cubierta de piercings,  tatuajes y socialmente algo inadaptada.

 

Dejando a un lado las tramas, delicadamente hiladas, lo mejor de la novela de Larsson es la construcción de estos dos personajes que, unidos, forman el perfecto tándem capaz de acercarnos a los más recónditos, sucios y extravagantes misterios de las altas esferas suecas sin perder el contacto con la realidad, en cambio, nos invita a una reflexión sobre la condición y moral humana. Advertimos que para Fincher, ellos también han sido el motor de la película: “había mucha sustancia, mucha fricción y mucho potencial dramático en ellos” explica.

 

El encargado de ponerse bajo la piel del íntegro periodista es Daniel Craig, que con esta película amplía gratamente su registro. Cuenta el director que el actor británico encajaba perfectamente en el papel de Blomkvist por su equilibrio entre profundidad y atractivo, y que, encontrándose éste en uno de su mejores momentos de su forma física, Fincher se la hizo perder, instándole a engordar hasta lograr desprenderse de la imagen Bond, cosa que ciertamente ayuda a que encontremos nuevos y espléndidos matices en su interpretación.

 

Para encarnar a la extravagante Lisbeth Salander, la elegida finalmente fue Rooney Mara, actriz que ha vuelto a convencer a Fincher gracias, en parte, a su interpretación como novia de Mark Zuckerberg en La Red Social (2010). Es difícil no entrar en comparaciones si tenemos en cuenta que el singular personaje femenino que fabricó Larsson es parte ya de nuestro imaginario individual y colectivo. Por tanto, no ha debido ser tarea sencilla para Rooney enfrentarse a la introspección necesaria para la creación de Lisbeth, pues además, el papel interpretado por su predecesora Noomy Rapace es, a mi modo de ver, lo mejor de la cinta que dirige Niels Arden Oplev en la primera adaptación de la novela, versión que, curiosamente, nace como una miniserie para la pequeña pantalla. Como curiosidad, parte de la caracterización creada para Lisbeth fue encargada al mismo estilista que asiste a artistas como Lady Gaga o a Gwen Stefani, y cuentan, que cuando éste terminó con su corte de pelo y el teñido de sus cejas, fue tal la impresión causada en Rooney que tuvo que pedir que la dejaran sola durante un buen rato para hacerse con su nueva imagen. Sin duda, el resultado final demuestra su fuerte implicación con el personaje.

 

Es de reconocer, el acierto de Fincher al no sucumbir a la manía hollywoodiense de trasladar la historia narrada a la realidad norteamericana. La película, rodada en Suecia gana en ambientación; hace posible el juego de luces y sombras que propone el director combinando los tonos fríos de un entorno gris, un paisaje continuamente helado y desolador con los anaranjados cálidos y ocres que utiliza cuando relata las vicisitudes de los personajes, acentuando el uso de esa doble moral que impregna la esencia de la película.

 

En consecuencia, tenemos la suerte de obtener una película de una realización impecable y un ritmo adecuado (gracias a Kirk Baxter, montador de confianza de Fincher, a quien debemos además, unos espectaculares títulos de créditos), y cuyo trasfondo, elaborado por Larsson, lejos de pasar a segundo plano sirve para engrandecerla.  

 

Aun así, se me hace inevitable plantear, ¿era necesario hacer una nueva versión americana de la saga? La cinta sueca, exhibida en 2009 con un cierto éxito inesperado, se encuentra demasiado cerca en el tiempo. No deja de ser una película correcta y se muestra tan respetuosa con respecto a la novela como la versión de Fincher, salvo por un detalle hacia el final que no voy a desvelar… Se me queda en el tintero ese valor acrecentado, preciso, que justifique la intervención de un director como Fincher para contar esta historia que ya conocemos. Pero dejemos que en su paso por las salas, sea el público quien responda a esta pregunta.

 

 

Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011) se estrenó en España el pasado 13 de enero de 2012.

 

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