Personajes de carne y hueso

imagesPor VÍCTOR F. CORREAS. Una de las cosas buenas que tenemos los escritores. Entre otras muchas. Me refiero a recrear ciertos personajes basándonos en experiencias, conocimientos y amistades de muy diverso tipo.Quien más, quien menos –y el que diga que no miente como un bellaco- los ha pergeñado inspirándose en amigos o conocidos; cuando no, tirando por la calle de en medio, se ha basado en experiencias negativas con tal o cual pelaje para hacerle pasar las de Caín. Y eso suele dar un gusto que no les quiero ni contar. Prueben, prueben. Mejor que tres cuartos de hora de ración de lamentos y dudas ante un psicólogo.

Ocurre en ocasiones que nos dejamos llevar por  la empatía –o antipatía-  establecida con el personaje, ese cordón umbilical del que depende este último y a través del cual aquel primero le insufla vida y sentimientos, y entonces te duelen las perrerías, amargas situaciones  o peliagudas escenas por las que lo haces transitar por mor de la historia. Y análogamente cuando al personaje no lo podemos ver ni en pintura y cada perrería por la que ha de penar es aplaudida hasta el entusiasmo por el autor.

En mi caso, soy de los que gustan de dar protagonismo a amigos y conocidos en sus páginas. Con un personaje concreto de mi primera novela, Fray Bernardo de Guzmán, tuve un precioso intercambio de pareceres con un amable lector en una pequeña capital de provincias –tampoco es cuestión de dar pistas- tras la presentación de mi segunda novela. El lector en cuestión acudió con ambas bajo el brazo. «Una dedicatoria en cada una, si puede ser». Y mientras me aplicaba en la primera, ni corto ni perezoso me soltó de sopetón que aquel Fray Bernardo de Guzmán que se las traía tiesas con los luteranos de Valladolid, fiel perro de su señor el temible Inquisidor General Fernando de Valdés, era malo hasta decir basta, y en su opinión, tanto en lo que respecta a su descripción como en sus actos, difícilmente podría existir un ser tan perverso sobre la faz de la tierra. Le agradecí la deferencia, la charla y que hubiera perdido el tiempo leyendo mis libros y acudiendo a aquel evento para que se los firmara –de todo hay en la viña del Señor-.

Al día siguiente, de vuelta a casa y delante del ordenador, abrí la carpeta de archivos correspondiente a mi primera novela, La conspiración de Yuste. Busqué la foto del personaje en el que me inspiré; seco como un sarmiento, gesto duro, avieso, y labio inferior caído en demasía, me convencí de aquello de que la ficción nunca supera a la realidad. Si Fray Bernardo de Guzmán era el diablo en persona, aún así palidecería ante el tipo cuya foto revisaba con tanto interés. Lo sufrí durante muchos años. Pero pasado el tiempo y tras el comentario de aquel lector,  sostengo que fueron pocos. Mi capacidad descriptiva es evidente que se quedó corta; ni siquiera fui capaz de transmitir de manera fidedigna lo hijo de puta que era. Que ya es difícil.

Cosas de ese placer que nos damos los escritores de sacar a pasear a los amigos, conocidos y demás pelaje por las páginas de una novela.

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