“Pureza”, de Irene Domínguez

Por JORGE DÍAZ MARTÍNEZ.

Al morder un tomate de verdad, un tomate de los de antes, de los que saben a la infancia, me acordé de este libro titulado Pureza, de Irene Domínguez. El solo hecho que acabo de referir, por más que subjetivo, me valió como indicio irrefutable de su fuerza, de la huella que dejan sus imágenes, y está también el hecho de que fuera accésit del Adonáis en 2022. Así que volví a leerlo este verano: me gustó porque cita a Camarón de la Isla, pero también a Eugenio Montale y porque de pequeño a mí también me marcaron las canciones de Antonio Machado.

El poema «La torre, el caballo y el alfil» se refiere a un grupo de inmigrantes que cada domingo entrena en un gimnasio algún arte marcial dentro de un cuadrilátero. La escritora se suma a su sudor exiliado porque alguien le dijo que allí ella también podría honrar sus apellidos. No sólo este poema, sino todo el libro gira en torno a la cuestión de las raíces, los lazos familiares, los amores cursados y cómo reconocerse en alguna identidad. Para ello, Irene Domínguez toma de leit motiv el término pureza, una cierta y ambivalente pureza. Desde la primera hoja, la pureza se imprime en primer plano y en este poema en concreto adopta la figura de una gota de sangre de inmigrante: «Son tan puros como la sangre que salta en un golpe seco».

Como tantos poemarios primerizos, Pureza está cuajado de trozos de la infancia, explora los lugares comunes de su pérdida y su metamorfosis (que no se detiene nunca) en una sucesión de primeras personas superpuestas. De ahí que se divida en Matrioska I, II, III, IV y V. La voz de Irene Domínguez rompe los estereotipos ―ya cascados― del género social, le gusta jugar al fútbol y el boxeo sin que ello implique merma de su feminidad. Rebosa de amor paterno. Hay tantas cosas implícitas que se dicen como quien no quiere la cosa… como, por ejemplo, el tema del oficio de la literatura como una profesión de incertidumbres, como una artesanía sobre arenas movedizas:

Mi padre fue albañil y mi abuela costurera.
Si hubiese atendido a sus oficios
sabría cómo arreglar mi vida.
Ahora me veo artesana de mí,
tratando de meter todas estas matrioskas en una sola.
Pero mira tú qué desastre.
Dentro de mí sale una,
y otra,
y otra…

Como decía, como tantos «poemarios de construcción», estas páginas abordan el pasaje entre infancia y juventud, la amistad y los juegos ¿inocentes? como pompas de jabón y la amistad y los juegos abiertamente sexuales, pero igualmente efímeros y frágiles como pompas de jabón. La poeta insiste en esa herida, ahonda en los distintos pretéritos cutáneos subrayando la fricción, la rozadura. Compone con la fórmula del lenguaje directo del habla popular ―incluyendo vulgarismos― con técnica filóloga. Su conjunción de verso coloquial y retórica lírica continuamente entrega locuciones de tierna intensidad, aumenta la emoción, la gracia del poema y su teatralidad. Hay patios de recreo, cadenas de bicicleta que se rompen y muchos besos en la frente. Hay incluso un poema que alberga un cuento maravilloso dentro ―de los que le gustaban a Vladimir Propp―, si bien la mayoría incorporan en su propia sintaxis esa magia.

Tu beso en la frente calmó todo movimiento
y me cosió a la vida con la aguja e hilo
que una vez sostuvieron todos los que me amaron.

Retomando el hilo: si asumimos la básica asociación entre infancia y un concepto inasible de pureza ―o de inocencia―, tenemos que su pérdida resulta paradójica, pues, como anuncia la cita que abre el libro: La pureza no se puede perder nunca cuando uno la lleva dentro de verdad. Por eso, viene que ni pintada la imagen de las matrioskas. Como diría Zygmunt Bauman, la protagonista de estas páginas habita una identidad líquida. Porque ¿quién no conserva en su interior una pizca, ni aunque sea un retazo de su infancia?

No me reconocí en las fotos de aquella niña.
Esa mirada guardaba la inocencia
que a mí no me quedaba, esos ojos negros
y esa sonrisa sin dientes que ya no tengo.

En sintonía con lo ya comentado, otro rasgo de carácter de este libro es su combinación de lo que tradicionalmente se ha llamado alta y baja cultura. Por ejemplo, el poema titulado «Kim K. acaba de compartir una publicación» se encabeza con una cita de Britney Spears (You want a piece of me) y otra de Santa Catalina de Siena. El vínculo que las une, el conflicto que encarna este poema no es sino la problemática de saberse sujeta (u objeto) de deseo para una pluralidad en masculino. Y lo hace desde una postura (si cabe, más) abiertamente feminista, en el sentido de que su voz se declara una más de una comunidad o tribu histórica, mientras que en la mayor parte de los poemas prima un prisma personal ―aunque lo personal, ya lo sabemos, sea también (o más) político―.

Vosotros queréis un pedazo de mí,
cuando me veis sola y hecha añicos,
pero yo no soy sólo yo.
Pertenezco a una raza que ya existe,
de muñecas rusas fabricadas por artesanos
que las multiplican con variaciones
(medalla de oro, pecho blanco, mejillas rosas…),
y que todo el mundo desea abrir,
todas con un nombre distinto tallado,
todas con algo familiar en la mirada.
Vosotros queréis un pedazo de mí,
saquear mi cuerpo igual que Borchardt Nefertiti.
Por eso me corté las tetas
y os las ofrecí en una bandeja de plata.
El dolor me convirtió en Catalina.

Tanto esta problemática como este posicionamiento reaparecerán, de nuevo, en lugares tan significativos como el último poema:

A veces incluso piensan
que no queremos ser mujeres
por pura aprobación masculina,
mientras simplemente deseamos
amputarnos de forma leve y sofisticada
para que dejen de mirarnos.

Con todo, el tono general que brilla en estas páginas es la celebración ―aunque sea melancólica― del impulso de la vida, con todo su repertorio de emociones gozosas y dolosas. La poeta acierta a retratar tanto la frescura juvenil: «¿Qué hice anoche? No me acuerdo. Tal vez me besé con todos/ mis amigos en la boca.»; como la crudeza de los rescoldos que se apagan: «Escribo y callo./ Y tú alargas el tiempo entre mis cortas respuestas/ para sentir que hablamos mucho más.». Se me ocurre que si Ricardo Molina hubiera nacido en el 96, tal vez escribiera versos como estos, que rebosan a la vez dulzura y decepción:

Tal vez sí nos conocimos, de otra forma,
cuando tímidamente bajabas la cabeza
y tú tenías novia y yo seguía perdida
entre amantes con novia también.

El pasado es irrecuperable, pero nos acompaña. El penúltimo poema (sin título) empieza con una intertextualidad ―no sé si hace falta decirlo― del famoso versículo de Dámaso Alonso: «Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres». En su lugar, Irene Domínguez pone: «Madrid está lleno de señores con barba que miran periódicos». Sin embargo, a lo largo del texto predomina no tanto esa dimensión social ―la presencia de un pasado común que la protagonista desestima y envidia al mismo tiempo―, como el solapamiento de su propio pasado personal: el áspero contraste que ocasionan sus ―relativamente recientes― recuerdos por Madrid frente a la Irene distinta que es ahora. Habiendo tantísimas obras literarias y cinematográficas que reiteran este recurso, su eficacia depende ―como es obvio― de cada ejecución; y en este caso destaca el estilo diarístico de un presente voraz, imperativo:

Hablamos, y veo en su cara
un gesto que ya no conozco
pero unos ojos que me siguen queriendo.
Ya ni siquiera siento rencor de que se fuese con otra.
Hablaría más, pero he quedado
con Guille por la tarde
y voy muy mal de tiempo.

En conclusión, Irene Domínguez tiene eso que los comentaristas deportivos llaman garra. La técnica de su obra, su conciencia literaria, alienta al mismo tiempo una profunda honestidad (ideológica, biográfica y) sentimental, y eso se nota. Así pues, un accésit muy merecido para una autora que ha logrado cuajar un estilo personal, con soltura, coherente y conseguido y, por ende, acorde con su tiempo, es decir, con el espíritu ―el habitus, la sensibilidad― de su generación. Aunque en lugar del accésit, igual hubiera merecido el premio, pero claro. Esperaremos con ganas su siguiente título. Léanla, en serio.

Vamos a comprar casas que no podemos permitirnos,
vamos a pasar la mañana en tiendas de muebles
pensando en comprar estanterías
donde mezclar todos nuestros libros.

PUREZA
Irene Domínguez
Accésit del Premio Adonáis 2022

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