Queremos Saber: periodismo, un deber ético de todos

Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

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 Queremos saber, proclama el título del libro publicado por Debate; dos contundentes palabras sirven como título y, a la vez, como declaración de intenciones por parte de los doce periodistas que colaboran en este volumen. Las trayectorias profesionales de cada uno de ellos no dejan margen para la duda: todos ellos son, como diría Kapúscinski, buscadores de contextos, pues las noticias no están entre las cuatro paredes de la redacción; la historia que debe ser contada está afuera, más allá de los despachos, de los teletipos y de la red. Todos ellos, escribe Cecilia Ballesteros en el prólogo, son buscadores “independientes, valientes, honestos, que están en el lugar de los hechos y explican el quién, el cómo, donde y cuándo y el porqué”. Queremos saber, afirman todos ellos, pero nosotros, lectores y espectadores ¿queremos realmente saber?

“Los conflictos”, afirmaba hace algunos meses Javier Espinosa en una entrevista, “se han convertido en un espectáculo televisivo”, un espectáculo desagradable que un zapping puede alejar de la mirada; un partido de fútbol, un programa de entretenimiento, cualquier otra cosa resulta más agradable para la mirada de quien, desde su casa, observa las terribles imágenes de conflictos cuya distancia –distancia, debería recordarse, solamente geográfica- los convierte en una nueva película bélica demasiado desagradable para ver desde el salón de casa. No gustan esas imágenes, pero tampoco deberían gustar las palabras de Espinosa, unas palabras que retratan una sociedad de la que nadie debería sentirse orgulloso. Bien es cierto que no todo está en manos del espectador, bien es cierto que el lector de diarios no es directamente responsable de cuánto –y cómo- allí se publica, pero tampoco son, somos, completamente inocentes. La crisis del periodismo, parafraseando el subtítulo del libro, nos afecta a todos; se trata de una  crisis de la que, de diferente manera, todos deberíamos hacernos cargo.

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A lo largo de Queremos saber, una idea recorre los diferentes ensayos: la crisis económica ha sido la excusa perfecta para la crisis del periodismo, una crisis que tiene como síntoma más evidente la reducción de plantilla –no hace falta mencionar ningún ERE reciente, pues la memoria, afortunadamente, todavía es gratis-, la realización de un “periodismo” de despacho basado en información proveniente de Internet y en comunicados o teletipos de agencia y la drástica reducción, casi su completa eliminación, de los corresponsales y de los reporteros que cámara y bolígrafo en mano cruzan las propias fronteras para ser testigos de cuánto acontece más allá de los límites nacionales. Cuando la información está en la red, cuando siempre es posible encontrar algún ciudadano que, desde cualquier parte del mundo, cuente en pocos caracteres cuánto está sucediendo, ¿por qué enviar a periodistas profesionales para que informen? Un gasto innecesario para muchos periódicos, un gasto superfluo, sobre todo, cuando los lectores ya no están dispuestos a leer amplios reportajes, pues en poco más de 140 caracteres encuentran toda la información que aparentemente solicitan. ¿Es realmente así? ¿Han desaparecido los lectores? Los libros de Kapúscinski siguen publicándose, sus textos siguen siendo un referente para periodistas y no, textos ineludibles para conocer el mundo, para conocer parte de la historia de la que, más allá de las distancias geográficas, todos formamos parte. Si antes la sección de internacional imprimía prestigio al medio, ahora, escribe Enric González, es cuestión “de supervivencia”; los periódicos deben ofrecer historias propias, conseguir voces singulares de reporteros capaces de “proporcionarle al lector (o a la audiencia) un relato propio y veraz sobre lo que pasa en el mundo”, sino estos medios, presagia González, están condenados “a malvivir o desaparecer en el magma cibernético y gratuito de los titulares agregados”. Sin embargo, esta crónica de muerte anunciada parece no importarles a los medios; los periódicos no sólo siguen reduciendo la información internacional, sino que en las manos de las freelance está la posibilidad de salvar una profesión cuya crisis –económica, pero seguramente también de valores- condena a un frágil y peligroso equilibrio la libertad de información, la independencia de quien informa y de quien quiere ser informado y, por tanto, las bases de una democracia que, dicho sea de paso, todavía tiene mucho que aprender.

Mikel Ayestaran, Javier Espinosa, Javier Martin, Mónica G. Prieto o Mayte Carrasco, son sólo algunos nombres de los periodistas freelance que, financiándose ellos mismos y con la independencia que acarrea siempre la precariedad, son los nuevos Kapúscinski, son los actuales buscadores de historias que no titubean frente a la dificultad y al vacío legal que rodea su estatus profesional. El periodismo está en deuda con ellos, sin embargo, a la espera –prepárense, parece ser larga- de una solución, ellos no abandonan su trabajo, no abandonan el periodismo, el ir a buscar las historias en territorios de conflictos, en esos territorios que no siempre son noticia, pero donde la historia se sigue escribiendo con negras palabras ante la indiferencia de un occidente ensimismado. Siria o Malí fueron los últimos escenarios, pero en África, recordaba Espinosa, muere todavía más gente; los medios se han olvidado de Uganda, pero nosotros, ¿la seguimos recordando?

entrevista-periodismo-reporterismodeguerra-maytecarrasco-revista-achtung1 Si la memoria es gratis, es nuestra obligación mantenerla viva; el conocimiento y la libertad informativa es un derecho, pero también una obligación ética, pues desconocer cuánto acontece al vecino nos convierte en parte en cómplices de los hechos; el conocimiento da libertad, a nosotros, pero también a los demás, a las víctimas de aquellos conflictos. Los freelance y, en general, los periodistas que componen este libro reivindican la necesidad de refundar la profesión de periodista, una profesión realizada por profesionales, una profesión que reconquiste el prestigio que en estos días carece. Las reconquistas, sin embargo, no se consiguen solas; estos Periodistas –y, sí, en mayúsculas, no es un error tipográfico-, desde la independencia, alzan la voz contra unos medios convertidos en industria, en fabricas de información en serie. Comprar el diario es comprar las mismas noticias que pueden leerse gratuitamente por la red, el diario ha dejado de ofrecer la calidad y el rigor que justificarían su precio. Regalos absurdos y suplementos de escaso interés informativos sirven como incentivos que motiven al escéptico que vale la pena seguir comprando el periódico, pero ¿vale realmente la pena? Frente a la gratuidad y, falta de rigor, de la información accesible en la red, el periodismo y, sobre todo, los medios –periódicos, pero también programas televisivos y radiofónicos de información- debe hacerse indispensable, deben ofrecer aquello que red y el denominado “periodismo ciudadano”, no pueden ofrecer, es decir, el resultado de un trabajo realizado por profesionales que, lejos de rescribir informaciones recibidas, buscan, contrastan y testimonian la realidad de unos hechos que no pueden resumirse en titulares de impacto o en escasos caracteres. En Queremos saber, el lector encuentra las voces de este periodismo que, pese a todo, continúa existiendo; son las voces de los freelance, de los periodistas de siempre, de aquellos que fueron obligados a buscar un lugar donde publicar sus historias más allá de nuestras fronteras, en medios extranjeros, periodistas veteranos, algunos de ellos considerados incomprensiblemente en prescindibles en sus diarios, pero que siguen dedicándose a una profesión que, desde la mirada de alguien que nunca se dedicó a ello, es más que un trabajo, pues es también una forma de ser ciudadano, una forma de compromiso ético frente a la cual no basta con quitarse el sombrero.

Nosotros, lectores y espectadores no podemos mantenernos al margen, debemos sumarnos a la proclama, junto a todos ellos, debemos gritar Queremos saber, debemos exigir ese periodismo que se nos niega. No queremos relojes, vajillas o pañuelos de regalo, queremos crónicas, historias, testimonios contrastados de aquello que sucede aquí, pero también más allá de nuestras fronteras, en aquellos territorios cuyo nombre aparece sólo cuando una noticia de última hora los sitúa en el mapa. Como decía Mayte Carrasco, el periodista no puede acudir sólo cuando da inicio el conflicto y regresar el mismo día en que termina; el periodista debe seguir allí, pues la historia sigue escribiéndose y las personas siguen necesitando que alguien cuente su historia aunque los titulares hayan dejado de mencionarla. Nosotros debemos reclamar esas historias, debemos reclamar un periodismo que no busque solamente la última hora, sino que rescate las complejidades de un mundo que, si bien globalizado económicamente, sigue fracturado, pues siguen habiendo rincones donde las voces de la gente, de seres humanos como cada uno de nosotros, permanecen inescuchadas.

En Queremos saber encontramos los testimonios de periodistas que, contra viento y marea, dan valor a la profesión y, sobre todo, se convierten en los narradores de aquellas historias que, sin ellos, nunca llegaríamos a conocer. Las empresas periodísticas deben refundarse, deben volver a encontrar el sentido de la profesión, un sentido basado en el servicio público y en el valor ético intrínseco a la posibilidad de informar. Por su parte, sin embargo, los lectores debemos exigir un nuevo periodismo, debemos exigir un periodismo de calidad, un periodismo que no se detenga en los titulares y que no se encierre dentro de la frontera, porque “en un mundo complejo”, escribe Enric González, “hacen falta voces autorizadas”, “hace falta periodismo internacional, porque sin él no podemos entender lo que ocurre en nuestra propia calle”. A la espera de que los medios emprendan una nueva senda, el lector debe unirse al grito de Queremos saber, solamente así podrá reclamar el periodismo de calidad que le ha sido arrebatado y solamente así podrá rendir el reconocimiento que todos los periodistas que conforman Queremos saber y aquellos que junto a ellos dignifican la profesión merecen. Queremos saber se convierte así en una lectura indispensable, en la expresión de un deber ético al que no podemos renunciar.

                       

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