Retratos de familia (2013), de Anthony Chen

 

Por Miguel Martín Maestro.

retratos de familia cartelNi más ni menos hace un año se pudo ver online esta película, ni más ni menos, ahora, otro año más perdido, se ha estrenado una vez que casi todo el mundo ha podido disponer de ella y perdiendo el efecto de llamada de sus innumerables premios internacionales. Y se recupera de manos de una distribuidora muy valiente como Good Films, que con películas como P’tit Quinquin, Cherry Pie o La lección se está arriesgando con productos de calidad incuestionable y, supongo, con un rendimiento económico limitado en un país de cultura cateta y que obliga al aficionado a tomar una posición muy activa para llegar al arte y muy pasiva para consumir subproductos que se venden como cultura en los medios de comunicación no de pago.

Particularmente el aplauso generalizado de esta película me parece exagerado, inflado, no me deja de parecer evidente todo lo que va a ir sucediendo a lo largo de su recorrido en una sociedad tan desigualitaria como la de Singapur, uno de esos estados que viven del capital y no del trabajo, de la especulación financiera e inmobiliaria y que machaca a la mano de obra barata y extranjera, que se aprovecha de sus debilidades y de las necesidades acuciantes de los países de la región mucho más pobres y deseosos de emigrar como Filipinas, Camboya, Myanmar… En ese estallido de burbujas asiáticas de los 90 se circunscribe el relato de esta pequeña historia de niño consentido, tiránico, acostumbrado a que todo gire a su alrededor, y empleada de hogar filipina desplazada, en país extraño, con un hijo de la misma edad que la del protagonista, abandonado en el país de origen para cuidar a un niño del primer mundo cuya primera reacción será la del rechazo, la de humillar a la empleada, la de negar sus capacidades en cuanto se intenta imponer un mínimo de disciplina y de respeto, un mínimo de responsabilidad.

Por eso el devenir de la película se imagina, la relación inevitable entre niño y empleada se irá relajando, se irá haciendo más cercana, se irá cambiando el carácter del niño a base de paciencia, de cuidado, de enseñanza de lo que no se aprende en las escuelas, como niño que es, lo que necesita es sentir amor e interés, algo que los progenitores confunden con dinero y regalos, con superprotección. Por eso, cuando el niño aprende a respetar y a madurar, se muestra más humano y más cercano que los padres, impedidos de reaccionar ante la realidad de verse obligados a rebajar su pretendido estatus económico como resultado de la crisis económica que arroja al padre al paro y a la madre a la imposibilidad de comprarse los últimos modelos de ropa o las novedades de cosmética. Cuando la madre se siente en un segundo lugar en el afecto del niño, no es capaz de reflexionar acerca de los porqués y sólo culpa al débil, en este caso a la empleada.

retratos de familiaEn las modernas sociedades occidentales se han cambiado los clichés de educación familiar, y con los dos progenitores trabajando fuera de casa, el cuidado de los hijos y su formación se delega, se delega pero con la premisa de que el niño siempre tiene razón en sus quejas. Ya sean abuelos o empleados ajenos a la familia, actividades extraescolares, o colegios que prolongan sus jornadas con programas de “madrugadores” o “vespertinos”, con comedores escolares que suplen la mesa familiar, a los niños les falta cierto referente cercano durante muchas horas del día. El equilibrio para que eso no termine produciendo adultos prematuros e individualistas o para que se equivoquen los planos familiar y de amigos ha de ser complicado.

Lo cierto es que esta película pierde altura si se ciñe a la relación niño-empleada, padres-niño, padres entre sí, y gana peso, sin alardes, cuando el plano familiar se interpreta como reflejo de una sociedad en proceso de destrucción, de crisis sin catarsis, de crisis que está obligada a repetirse cíclicamente (en el documental El visionario se habla del cálculo matemático en que cada periodo de tiempo concreto se produce un estallido económico), la familia como un microcosmos de una región del planeta, como ahora podría hacerse una película con una familia alemana y una empleada española, que además podría ser ingeniera química. La mentira de una sociedad basada en las apariencias, una sociedad que se sustenta en el engaño, ya sea ocultando que se es fumador, ocultando que se pierde el trabajo y las deudas nos asfixian o buscando la felicidad en el charlataneo de un vendedor de humo que no deja de ser un estafador. Una sociedad que no se ha hecho para pensar sino para admitir todo como hechos consumados, una sociedad que, cuando el barco naufraga, ha dejado pasar la oportunidad de procurarse mecanismos de defensa porque ha vivido de la apariencia, del dinero como sinónimo de ser, y cuando éste escasea, al drama de la necesidad se une la impotencia de sentirse nadie y nada al mismo tiempo. En esa enseñanza se han criado muchos de nuestros jóvenes y se siguen criando muchos de nuestros niños, cuando sean adultos que no nos extrañe que piensen en lo público, en los derechos fundamentales, en las libertades públicas como en un balance empresarial, en una cuenta de resultados donde ganancias y pérdidas sólo han de cuadrar en lo económico sin pensar en que hay rendimientos que no se miden en dinero sino en avance del conjunto de la sociedad, pero esto tendrá que ser en otro planeta muy diferente.

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