Teatro a 40º: ¡Queridos borrachos a escena!

Por Horacio Otheguy Riveira

Tierra de nadie en Matadero hasta el 2 de febrero de 2014: una gran función bañada en alcohol. Feliz excusa para que este cronista recuerde otros eventos semejantes.

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Lluís Homar en Tierra de nadie, de Harold Pinter.

 La cosa viene de muy lejos. Ya se embriagaban a más no poder griegos y latinos. No faltan episodios que luego Shakespeare reelabora en comedias y tragedias para dejar como colosal personaje al gordísimo Falstaff, gozoso pícaro entre putas y barriles de cerveza con buenos recursos para “distraer” a quienes quieren enviarlo a la guerra.

Múltiples sainetes han festejado al borrachín de turno, así como burguesas comedias “de salón comedor” sostienen a sus personajes copa en mano con elegantes trajes e intrigas más o menos inspiradas. Siempre hay sitio para un curda que además a veces canta y baila, como Alfred Doolitle, el padre de Elisa, protagonista de My Fair Lady, un feliz vagabundo que pone al público de pie cuando canta su número estelar

Con un poquitín, con un poquitín,

 con un poquitín de suerte nada más…

podrás caer en la tentación del alcohol

 y divertirte una vez más

El actor, escritor y humorista José Luis Coll solía empezar sus actuaciones unipersonales con un número sin palabras. Vestido como siempre con una levita aparecía haciendo raro equilibrio rumbo a la barra de un bar en el otro extremo del escenario donde le servían una imaginaria copa, luego otra y otra más… y en cada trago el ebrio caballero iba tornándose cada vez más sobrio hasta enderezarse por completo.

Coll había comprendido el significado del ritual escénico del borracho, generalmente bien argumentado por escritores adictos al on the rocks: comprensión plena para una de las actividades mundiales más repetidas y solidarias, para cuya consecución no se necesitan palabras y en la que cuantos se aprestan se sienten hermanos hasta la muerte.

Melopeas dramáticas que hacen historia

 No es nada fácil escribir y menos aún interpretar en esas alturas, apostados en esos 40 grados donde la conciencia a veces duerme y otras despierta, electrizante y combativa, donde millones de personas sólo se mantienen en pie cuando están, precisamente, a punto de dejarse caer como Josep Maria Pou en Tierra de nadie, de Harold Pinter, que ya en la primera aparición está completa y elegantemente curda e invita a una copa a su invitado, Lluís Homar, y éste la acepta y se lo agradece de un modo especial: Es usted una persona extraordinariamente amable. Y al rato, al aceptar la segunda copa: Su amabilidad es sin duda extraordinaria.

 Y es que no hay como compartir la cogorza que auspicia delirios que la vida cotidiana censura, disfrutando además de numerosos sinónimos: ebriedad, borrachera, merluza, tajada, embriaguez, melopea, moña, tranca, curda, cuelgue, pedo, pedal… y hasta con aporte científico: intoxicación etílica.

 El mundo se rinde a las grandes dosis de alcohol, menos aquellas culturas que la prohíben, aunque a precio de oro y con riesgo de cárcel también allí consiguen diluirse en el arte de dejar de ser el que se es habitualmente con la ilusión de que sea para siempre. Lo mismo da si es el Caribe con sus altas temperaturas o Rusia o Finlandia con sus -25º.

En Madrid se han representado en los últimos años varias funciones en las que sus personajes se detestan o ignoran cuando están sobrios, y optan por las copas continuas como salvoconducto para alguna clase de cielo o infierno en común.

 También de Harold Pinter, se ha montado Traición —en la Sala Guindalera por un elenco, y en dos salas por otra compañía—; una función muy distinta a Tierra de nadie, en la que un triángulo amoroso autobiográfico se debate en un encadenado de situaciones en diversas claves temporales. Entre copa y copa se va resquebrajando la unión de los grandes amigos que comparten a una misma mujer, el marido y el amante. No hay aquí borrachera estentórea, pero ninguna escena se desarrolla sin el aroma y el sabor de aquello que se bebe para tornar amables sórdidos conflictos, amargas inquietudes.

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Cecilia Solaguren y Alberto San Juan en Traición, de Harold Pinter.

 De Eugene O´Neill, Una luna para los desdichados. El pionero del gran teatro psicológico estadounidense ha tratado a menudo con asuntos autobiográficos. En este caso, el protagonista está inspirado en el hermano del autor que murió a los 45 años a fuerza de beber hasta la muerte, en un recorrido por amargas frustraciones. Sin embargo, aquel “actor de pacotilla”, como él mismo se definía, obtiene en esta obra un homenaje sensible, enternecedor, entrecruzando historias hasta dar con el amor de una mujer encantadora que aquél no logró tener en vida. La obra más tierna de un autor duro con una declaración de amor final capaz de derribar tópicos y moralismos. 

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José Pedro Carrión, Mercè Pons y Eusebio Poncela, el borracho rendido a sus pies, en Una luna para los desdichados, de Eugene O´Neill.

¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee es la primera obra que destripa una autodestructiva relación matrimonial entre burgueses que viven en el campus de una Universidad. Estrenada en los años 60, se ha representado en más de 30 países, la llevaron al cine con Elizabeth Taylor y Richard Burton (quien murió tempranamente después de vivir alcoholizado muchos años), y en España recientemente se dio en dos versiones. Por un lado Nuria Espert y Adolfo Marsillach, dirigida por éste, y por otro, Carmen Machi y Pere Arquilluè, dirigida por Daniel Veronese.

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Pere Arquillué, Carmen Machi, Iván Benet y Mireia Aixalá en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee.

 Virginia Woolf, además de ser una gran novelista, es en esta pieza un émulo del lobo feroz, un capricho irónico de un profesor que, junto a su esposa, exhiben en total estado de ebriedad una agresividad imparable ante dos jóvenes invitados a quienes intentan destruir a su mismo nivel. El ejercicio de autodestrucción y rivalidad con la juventud ajena adquiere un estado de dramatismo muy fuerte, atemperado por un no menos brutal humor negro hasta caer en un patético cambio de registro al conocer las profundas heridas de estos desahuciados en una sociedad aparentemente orgánica y bien plantada.

 Moscú: Cercanías fue una aventura magistral del director Ángel Facio, versión teatral de una novela rusa autobiográfica de Venedikt Eroféiev, quien, como el protagonista de su obra, muere hinchado de vodka tres años después de escribirla. Es posible que pocos hayan visto esta insólita producción que se presentó en la Sala Pequeña del Español entre octubre y noviembre de 2011.

 Alfonso Delgado, en el alter ego del autor, y Sergio Macías en siete personajes, uno de los cuales es su Ángel de la guarda en su viaje en tren en lo que será su último día en este mundo. Le acompaña para ayudarle a salir del Purgatorio: Eroféiev pretende llegar a Petushkí donde su novia le espera para iniciar una nueva vida. Nunca alcanzará su destino. Desde la resaca matutina al ataque final de delirium tremens se entremezclan historias del pasado y del presente en el viejo tren, así como amargas e irónicas reflexiones sobre el alcoholismo y la URSS, todo ello punteado por el ritmo frenético de una cogorza tan espectacular que termina imaginándose los grandes mítines comunistas (proyectados en escena) con un mensaje muy diferente: allí Lenin y Trotski en pleno estallido revolucionario ofrecen al pueblo un nuevo mundo… con cantidades industriales de vodka gratuito.

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Alfonso Delgado en Moscú: Cercanías, de Venedikt Eroféiev.

Trágicas maneras de empinar el codo

Uno de los mejores espectáculos de la pasada temporada en el teatro Guindalera, El fantástico Francis Hardy curandero, de Brian Friel, basaba su poderosa fascinación en la relación con el alcohol de sus personajes. Con dirección de Juan Pastor (aún en cartel Duet For One), Bruno Lastra, María Pastor y Felipe Andrés desarrollaron con encomiable entrega una historia en tres monólogos dirigidos al público. Cada personaje en una dimensión del alcoholismo: el gran seductor, la mujer como símbolo de víctima social, y el amigo y socio que sellará el desenlace desde su siniestra ironía teñida de amabilidad, narrando su visión de la tragedia de los otros: espejo de su propia tragedia.

Una función donde la soledad del bebedor se desarrolla en un carrusel de luces y sombras como pocas veces se ha visto en un escenario. Los tres se dirigen al público en confesiones desgarradoras.

 Alfonso Sastre baña en alcohol a sus personajes de La taberna fantástica, donde a ritmo de esperpento estalla la desesperación y el crimen entre marginados en el Madrid del siglo XX. (Varios montajes desde su estreno en 1985, el último con dirección de Gerardo Malla en el Valle Inclán, temporada 2008-2009).

En cambio, en ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, recrea un episodio histórico: los últimos días de Edgar «Eddy» Allan Poe, quien, incapaz de desembarazarse de los años de miseria en los que murió su joven esposa, se pierde en las torturas del pasado emborrachándose por los bares de Baltimore, hasta morir en la calle. Como en Moscú: Cercanías, también debería prepararse para cambiar de vida con una mujer enamorada en otra ciudad. Una función que dirigió Pérez de la Fuente en el año 2007, con Chete Lera:

Eddy.- Me encuentro enfermo y perseguido por unas extrañas larvas. En un jardín fantástico he conseguido decapitar a la serpiente, pero con ello he liberado un mundo de larvas que se ha desbordado con su sangre.

Barbarroja.- ¿Y ahora?

Eddy.- Al entrar aquí han desaparecido de pronto.

Barbarroja.- Descanse, pues, un rato. Beba tranquilamente.

Eddy.- ¡Naveguemos, señor, en el mar de la ginebra!

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Chete Lera como «Eddy» Allan Poe.

Más allá del bien y del mal, y con una poética de gran riqueza a través de personajes sumamente interesantes, estas borracheras escénicas exhiben como un ensueño la autodestrucción buscada por quienes padecen el día a día de su severa realidad. El teatro les da ocasión de un protagonismo que sus autores nunca llegan a tener, aunque se trate de célebres dramaturgos, demasiado a menudo más cómodos en el bar que recibiendo aplausos.

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