The Sun, the Sun Blinded Me (Slonce, to slonce mnie oslepilo) (2016), de Anka Sasnal y Wilhelm Sasnal

 
Por Miguel Martín Maestro.
En la monótona cotidianeidad de una persona alienada y encapsulada en un mundo interior de absoluto autismo emocional, Rafal Mularz sigue una rutina programada de completo aislamiento laboral y social con pequeños paréntesis de relaciones incompletas. Los compartimentos estancos en los que su vida se divide son recíprocos para las personas que, escasas, tienen algún contacto con él. Su amante no deja de ser una persona con la que mantener una comunidad sexual sin implicación afectiva ni de futuro; madre con un hijo de una relación anterior, éste queda preservado de su relación con Rafal, que ni tan siquiera lo conoce, estableciendo muros infranqueables para que la mujer pueda mantener “su vida” sin mezclarla con la del amante. Jornada laboral,  ordenador, correr por la ciudad, sexo con esta mujer, ésta es la vida de Rafal que, de repente se ve sacudida por la muerte de su madre, ingresada en una residencia de ancianos y con la que apenas mantenía relación personal.
Revisión contemporánea de la novela L’Étranger de Albert Camus, la película aporta una visión actualizada de la historia ya rodada por Visconti con Mastroianni en el papel del hombre que, tras un duelo que va sembrando dudas acerca de su moralidad y compromiso ético, mata a un extraño que encuentra en la playa. Los Sasnal son conscientes de que no merece la pena volver a contar lo que otros ya han hecho de manera sobresaliente y con un reparto de lujo, manteniendo el esquema de presentación del individuo, muerte de la madre y asesinato de ese hombre indefenso por razones que se antojan inexplicables e injustificables, por ello los realizadores polacos optan por trasladar el relato de Camus a la Polonia de 2016, la Polonia gobernada por una ultraderecha nada moderada que responde, obviamente, a un cuerpo electoral que aplaude y consiente medidas autoritarias cercanas a dictaduras de diverso signo, orientadas hacia el odio al diferente, la xenofobia, la limitación de la libertad de circulación y la persecución del “ilegal”.
Lo que en el relato de Camus alcanza generalidad por la calidad intrínseca de su narración y conectividad con otro mundo y otra realidad, que afectaba a la Francia del momento en su relación con Argelia, en esta película se proyecta sobre algo más amplio y que afecta a todo el continente, su relación con la inmigración provocada por la falta de liderazgo y compromiso cívico de políticos y ciudadanos. Rafal, relacionado esporádicamente con un grupo de personas que sólo son capaces de interpretar peligro en la llegada de gente de otras culturas, asume como propio y liberador un comportamiento violento consecuencia de una ideación mental de lo que supondría ayudar a ese inmigrante centroafricano que, exhausto, espera en una playa soleada. Que el sol cegó y enloqueció a Rafal resulta aún menos creíble que en la versión italiana, donde el calor del verano argelino no admite comparación con el calor del Báltico, pero este ciudadano europeo que se imagina, alucinado, acosado por el rescatado, obligado a recogerlo en casa, a cuidarlo, a procurar su incorporación a la sociedad polaca, no hace sino reflejar la realidad diaria del discurso vulgar de la ciudadanía que, no esporádicamente, se vomita desde las fauces de las clases dirigentes.
Esa sensación de acoso y derribo que siente Rafal, obligado a justificarse con sus jefes, cuestionado por los compañeros de residencia, juzgado y condenado por el cura que impide la cremación y exige y consigue un funeral católico, provoca la explosión, nada inocente y absolutamente culpable del protagonista. Película rodada nerviosamente, cámara al hombro y al ritmo de la carrera  que efectúa diariamente el protagonista, la aparentemente descuidada estética de la misma obedece a ese intento de trasladar sensaciones internas del personaje al espectador. Su minimalismo en la construcción, y la adaptación de una historia ya conocida, juega en su contra. Aprovechando lo que el espectador ya conoce, bien por la lectura del referente literario o la visión del clásico cinematográfico, o por ambas, se rellenan esos huecos que, de otra manera, quedarían ocultos en las elipsis que nuestra memoria completa con el recuerdo; es una película que se construye sobre elementos de otras obras pero que aporta la novedad, nada desdeñable, de demostrar que 60 años después, un extranjero puede seguir siendo un ilegal, un extraño, y no otra persona.
 

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