The wire, sonidos de Norteamérica


Por Javier Franco.

The wire es la serie de culto por excelencia, quizás una de las grandes causantes de que hoy en día podamos mirar con orgullo a nuestro televisor. Sin embargo, a pesar de haberse convertido en esa serie que marcó una época, hubo un tiempo en el que permaneció en un plano secundario. Eran tiempos de familias mafiosas –Los Soprano– y de acontecimientos televisivos planetarios –Perdidos-. Mientras tanto, The wire envejecía poco a poco, como el whisky, ganando con los años.

Como alguien dijo acertadamente una vez, The wire es “una película que dura sesenta y dos horas seguidas”, una cinta tan larga que rompe con todos los prejuicios que pudiéramos tener sobre ritmo y acción delante del televisor. Por sus episodios transitan decenas y decenas de personajes, un collage de secuencias difícil de seguir a primera vista. Uno se encuentra mirando a través de los ojos de un traficante de drogas de Baltimore -una ciudad “de poca monta”, dirían los norteamericanos- y al instante siguiente presencia una pelea en las aulas de un instituto más que conflictivo.

The wire es ante todo un panorama de esa ciudad perdida en el estado de Maryland, una ciudad cualquiera, con sus drogadictos, con sus redacciones de periódicos, una ciudad habitada mayoritariamente por población negra. De fondo suenan las sirenas de los policías, los gritos de los traficantes vendiendo su mercancía o la bocina de un carguero a punto de atracar en el puerto. De fondo, suena América, profunda sí, la que no sale en los titulares de Washington Post o en los informativos de CNN.

Por la Baltimore de The wire se pasea la chulería de Omar Little o la honestidad del detective Bunk, resolviendo asesinatos mientras enciende un gran puro. Al otro lado de la ciudad, el grito del vagabundo Bubbles choca con una reyerta de esquinas y drogas. Y de fondo, en lo más profundo, donde nadie parece querer oír, una melodía golpea en la cabeza, una canción que viene de lo más hondo de América, de esa que ya no se cree más su sueño. “This America, man”.

Way Down in The Hole -literalmente, “de camino al hoyo”- es la melodía que da entrada a este paisaje, el tema que acompaña al comienzo de cada capítulo. Compuesta por Tom Waits, la canción va sufriendo modificaciones conforme la trama va ganando en complejidad. Así, con cada nueva temporada, la composición es interpretada por un nuevo artista. Desde el blues cavernoso del propio Waits hasta el R&B elegante de Domaje, pasando por el sonido ancestral de The Blind Boys of Alabama o el soul de The Neville Brothers. Cinco temporadas, cinco canciones, una melodía.

The wire termina convirtiéndose -también- en un viaje por la autopista musical de Norteamérica. No la mítica ruta 66 o la surrealista Highway 61 de Dylan, más bien una carretera secundaria, esa en la que la música negra puede adquirir el protagonismo que se merece. Blues, funky, soul, R&B, hip-hop son las coordenadas principales sobre las que se mueve la banda sonora de este Baltimore. Acompañándolas, aparecen personajes secundarios, canciones de Woody Guthrie -uno de esos forajidos del rock, como diría el periodista Fernando Navarro– o Paul Weller. Canciones como Fast Train -una composición de Van Morrison, interpretada en este caso por otro grande de la música negra: Solomon Burke- o Fell Alright -rock con sabor country de la mano de Steve Earle, quien también interpreta en la serie a un drogadicto rehabilitado-. Canciones que salen de la radio de un coche o de la polvorienta gramola de un club. La consigna siempre es la misma: acompañar a la historia, nunca contarla.

Hasta que la música termine convirtiéndose en un personaje más dentro de la maraña de escenas y tramas, en un personaje que cambia como la ciudad, a ritmo de blues, de soul, de gospel. El paso de los años la hace madurar, tomar distancia respecto a unas calles repletas de crimen y corrupción. Y, como el resto de personajes, aparece y desaparece entre los entresijos de la acción, pidiendo paso entre los pitidos de la escucha telefónica -quizás el sonido más característico de las cinco temporadas que dura la serie- y los disparos que resuenan en cada esquina.

Al final de cada temporada, una canción echa el cierre, mientras ‘Stringer’ Bell, el jefe del sindicato del puerto Frank Sobotka o el senador Davis, pagan su ‘tributo’ por atreverse a jugar en el tablero de Baltimore. Siempre al ritmo que marca la ciudad, a veces la voz cálida del R&B, a ratos raspando como un blues endiablado. Al ritmo de la lenta burocracia o de la atropellada persecución policial. Mientras, el detective McNulty echa un último vistazo a las calles, esperando que la guerra silenciosa de la ciudad dé un respiro y la canción de Tom Waits vuelva. “Why does anyone ever wanna leave Baltimore?” -¿Por qué alguien va a querer abandonar Baltimore?-.

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