Entrevista a Ana María Matute

“Sin la literatura no hubiera podido: la hubiera tenido que inventar

Tiene casi ochenta y cinco años y conserva intacta la imaginación de una niña. Sabe que los niños tienen que crecer, pero también que el deseo por la vida nos mantiene en pie de adultos. Ha cogido lo mejor de cada edad.

Por Enrique Gutiérrez Llamas / Fotografías de Pablo Álvarez

Pablo Álvarez ©

Ella tiene el olor de la temperatura de la crema hidratante y los polvos de talco. Una suavidad incorpórea y dos manos en el sentido más pacífico de la palabra. Sonríe apoyada en su muleta, y lo primero que hace es ofrecerte algo, después llevarse las manos a la cabeza y comprobar que todo sigue en su sitio, porque le vas a hacer fotos.

Su pelo es blanco, blanquísimo, de un cierto color argentado cerca de la nuca, y es más fino que el aire. El aire, por su parte, se hace fuerte a su alrededor y la sujeta. Pero es una percepción equivocada: se sostiene ella sola.

Con casi ochenta y cinco años ella ha dejado a la vida en los huesos: sabe lo que es importante y lo que no, deja a las preguntas en su más mínima estructura y no las podría contestar mejor.  Recordé una frase muy antigua que dice “vivir es fácil, solo hay que comer a la hora de comer, dormir a la hora de dormir, mirar al sol y a la mar cuando hay que mirarlas” y con esa sensación se queda uno después de escucharla. Aunque su vida no haya sido fácil Ana María Matute ha hecho de la ternura la bandera de su actitud ante la vida. Y aunque sea humana (género que detesta) tiene cualidades mágicas: crece y decrece como Alicia al otro lado del espejo. Una historia que le gusta tanto…

-Ana María , los unicornios no hacen ruido, ni dejan huellas, ni aplastan hojas…

-No

-…y aunque nunca vuelvan ¿usted lo ha vuelto a ver alguna vez de lejos?

-Yo al unicornio lo he visto, no con esa imagen exactamente. Pero claro que se ve. No todo el mundo, pero los que conservamos la infancia sí.

-Su última novela no es autobiográfica, sin embargo hay algunas cosas que sí lo son.

– Sí, por primera vez hay algo de cuando yo era niña, por ejemplo lo del cuarto oscuro. Y lo del terrón de azúcar que partí y del que vi salir una chispita azul, un día en el cuarto oscuro. Lo de los cajones que suben hasta el techo, eso también. Me encantaba estar allí, porque a mis hermanos… no. Me encantaba.

– ¿Qué es lo que ocurre con Paraíso Inhabitado, su última novela? En 1991 dice que lo está acabando, el 2000 también, sin embargo el libro no ve la luz hasta 2008.

-Porque no lo acabé hasta 2008. Yo tengo muchos libros dentro, ahora mismo tengo muchísimos. Estoy intentando redondear uno para escribirlo. Tengo un saquito de libros dentro, lo que pasa es que están en potencia.

Ana María era esa niña (segunda de cinco hermanos) a la que castigaban en el cuarto oscuro. Cualquiera se hubiera echado a llorar, ella no. Ese lugar hacía que salieran de dentro de ella ciudades maravillosas, que la hacían sentirse maga, adentrarse en aquellos armarios que constituían su mundo propio. Un mundo sin intromisiones.

-Tuvo una infancia un poco desarraigada: la mitad del año un colegio en Madrid, la otra en Barcelona…

-Sí, podría llamarse así, desarraigada. Eso corrompía las amistades. Eso no es muy aconsejable, pero claro, en aquella época a los niños se les trataba de otra manera.

-Nadie lo podemos elegir el mundo en que nacemos, pero si usted hubiera podido ¿qué hubiera elegido?

Hasta ahora ha estado recostada, pero se anima. La idea de elegir le fascina y sonríe, se incorpora y piensa. Piensa como si de verdad pudiera elegirlo.

– Ah… pues no lo sé. Para empezar en un lugar donde la mujer no hubiera estado discriminada. Porque en aquella época sí estaba discriminada. Decimos mucho de las musulmanas y todo ese mundo. Pero las españolas lo estuvimos muchísimo. Y hasta las francesas, que tuvieron el voto muy tarde, como las europeas en general. Hubiera querido nacer en un país así, en un lugar donde hubiera podido estudiar una carrera que no le dejaron. Yo soy autodidacta, porque no me dejaron estudiar una carrera en su día.

-En su infancia tuvo la figura de su madre. Una relación cambiante.

-Mi madre era muy severa, sobre todo con las niñas, algo que me repercutía muchísimo. En la educación de esa época había muchas diferencias entre un niño y una niña y no tenía nada que ver con la educación de las chicas hoy día. Mi madre además había sido educada de una manera muy estricta. Respetaba mucho que yo escribiera, y me dictaba sus cuentos a máquina. Tuvo un detalle muy bonito cuando yo me casé ¡infaustamente! (se refiere a su primer marido), me trajo una caja con todos los cuentos que yo había escrito de pequeña. Luego lo pasé muy mal, la relación empeoró mucho. Ya más adelante la entendí muy bien, muy bien. Pero claro, ya era mayor.

Ana María Matute estaba a punto de cumplir once años cuando estalló la guerra. Cuenta que lo hizo un día antes de que ella se fuera a veranear con sus padres y que, como consecuencia del levantamiento, no pudieron irse de Barcelona en todo el verano.  Soportaban los bombardeos pegados al muro maestro de la casa (hoy en día detesta los fuegos artificiales porque dice que suenan igual que las bombas). En aquella época su padre les pedía que rezaran porque la pelota estaba en el tejado.

-¿Qué siente si le digo que la pelota está en el tejado?

Yo no entendía lo que mi padre quería decir, y me imaginaba una pelota en un tejado. Ahora ya lo entiendo. Dependía del lado en el que cayera la pelota. Mis padres eran de derechas, eran burgueses, mi padre tenía una fábrica de paraguas. Pero no eran de esos burgueses malos. La fábrica se la colectivizaron, pero a ellos no les tocaron, para nada, ni a su piso, ni a sus personas.

Aquí cambia el semblante y se yergue hacia adelante, languidece los ojos, baja la voz, como si contara un secreto. Se recoge y se hace, el hada, aun más pequeña.

-Las guerras son malas, hijo, para los unos y los otros. Las guerras son malas siempre.

-A partir de esa guerra se hizo un poco de izquierdas…

Y se ríe, vuelve a recostarse y a extender los brazos. Se hace grande, inmensa.

-¡Huy! ¡Un poco de izquierdas! ¡Un poco no! ¡Totalmente! La reacción crítica de los hijos, como siempre, lo normal. Mis padres también cambiaron al final, aunque fueran de derechas Franco no les gustaba mucho tampoco. Sí, eran gente normal, gente corriente.

Su primera novela “Pequeño teatro” la escribió a mano. Con tan solo diecisiete años ya la tenía terminada. Se presentó en la editorial y le pidieron que la pasara a máquina. Días después de entregarla tenía al director de Destino esperándola a la puerta de su casa. Querían publicársela.

-Dice que su primer libro lo escribió en un cuaderno cuadriculado para humillar a los números. Esa fue la época en la que encontró nuevas amistades: Carmen Martín Gaite, Gil de Biedma.

-Sí y Carlos Barral, por ejemplo. Con el tiempo me fui encontrando con gente con mis afinidades, que estaba dentro del mundo mío. Yo no había tenido amigas en la escuela, tenía a los amigos de mis hermanos. Así entré en este mundo de escritores, poetas, novelistas, editores. Era mi mundo. No el de la burguesía, que también era mi mundo pero yo. ¡Yo me fui con los otros, con los míos!

-Desde entonces han llegado casi todos los premios, ha sido incluso candidata al Nobel, sin embargo le queda uno: la espinita del Cervantes. Cada vez que sale hay muchas veces que la reclaman a usted como ganadora.

-No, espinita no. Hombre, sí, ojalá me lo dieran, pero yo no soy de las que se desesperan porque no les dan un premio. Mira, soy de las que se alegra cuando se lo dan. Y yo no tengo nada que ver con las voces que dicen que me lo deberían dar. Jamás he movido un dedo para un premio. Nunca.

Todos, el Nadal, El Planeta, El Nacional de la Crítica, candidata al Nobel en los setenta, el Café Gijón, El Fastenrath, otorgado por la RAE antes de que ella perteneciera a la Academia. Pero el Cervantes no acaba de caer. En más de treinta años de premio solo ha recaído dos veces mujeres. Una de ellas: María Zambrano.

-En “El Tiempo” una niña se queda enganchada en un raíl antes de cumplir su sueño. ¿Sucede que a veces nos arrollan cuando estamos a punto de cumplir nuestros sueños?.

-Ya lo creo, ya lo creo que sí…algunas otras se cumplen. Los míos se han cumplido. Algunos, no todos. Hay que tener confianza en uno mismo. Hay un poema de Cernuda que me gusta mucho y hay un verso que dice: “Creo en mí, porque algún día seré todas las cosas que amo”. Bonito ¿eh? Eso es lo que me pasa a mí. Hay que creer en uno mismo, hay que tener confianza en uno mismo. Y eso sí: tesón. Y así se cocinan las cosas y se realizan muchos sueños…

-Hablando de creer, usted fue criada en un colegio de monjas…

-En parte, bueno en un colegio pijo (y arruga el gesto, como si acabara de tragar un limón)

-…luego más adelante perdió la fe y se hizo atea ¿ahora en qué cree?

-Ahora tengo mi religión particular. Hay que creer en algo…

Ana María Matute guardó muchos (casi veinte) años de silencio. Una depresión le asaltó en un momento en el que todo estaba bien, en el momento más inesperado, después de recuperar la patria potestad de su hijo, cuando ya estaba con el hombre de su vida “un hombre rubio, que se parecía a Paul Newman, y muy muy inteligente”. De esta oscuridad, tan distinta a la del cuarto oscuro, le llevó tiempo salir. Y lo hizo por la puerta grande. A pesar de eso siempre ha seguido escribiendo para los niños.

–  Ha escrito mucho para los niños, ellos quieren crecer… es una pena ¿verdad?

– Es lo normal, que quieran crecer.

-Pero luego queremos volver a ser niños.

-Y menos mal que no volvemos. Sería horrible, todos enanos. Eso es una Peter panada.

-Hablando de niños, ¿cree que la literatura para ellos está infravalorada?

– Precisamente ahora se le está empezando a dar más importancia. Cuando yo era joven no se le daba ninguna. Sin embargo ahora todos los periódicos culturales tienen una sección de literatura para niños. Nos estamos poniendo al nivel de otros países donde sí que se le ha dado la importancia que tiene, que es muy grande.

-Y en tipos de literatura…¿existe el concepto de literatura femenina?

– El concepto existe, claro. Yo tampoco lo manejo mucho. El concepto se debe a la forma de sentir algunas cosas de forma distinta por parte de la mujer: por ejemplo la maternidad. Eso es un tópico. Pero claro, el hombre también, porque existe el sentimiento de la paternidad y es muy parecido. Me da igual la verdad, si es que, ¡me da igual!

Pablo Álvarez ©

En 1998, la Real Academia la llamó a formar parte de sus filas. Su discurso de entrada titulado “En el bosque” habla de la fantasía y del poder de la palabra. Hoy día sigue siendo el más recordado, el más alabado.

-Se quedó muy sorprendida cuando la llamaron para entrar en la Real Academia ¿Cuál cree que es su papel allí dentro?

-Nunca me lo habría imaginado… además sabía que las mujeres no estaban bien vistas, para nada. Mi papel es igual que el de cualquier otro, mujer u hombre, hay allí personas mucho más cualificadas que yo para lo que se hace en la Academia, que son los filólogos… yo es que soy escritora. Como siempre digo, lo mejor que puedo hacer allí es escribir, seguir escribiendo. Escribir bien.

-Al ver a Orso (un personaje de Aranmanoth) corriendo desnudo alguna criatura piensa que a lo mejor los humanos no somos tan despreciables. Usted no está orgullosa de pertenecer al género humano.

-No, nada ¿tú sí?

-No

-¡Ah! Pues yo tampoco, cualquier animal es mejor. Y no digamos los perros, que me encantan. Sigo teniendo en casa, si se les escucha y todo…

-Por eso dice que es como una isla.

– Sí, como un archipiélago, y me comunico por polen, por pájaros, por viento… Tonterías que digo yo ¡bobadas! No hay que hacerme caso. Cosas que se me ocurren a mí, y que luego cuando me las recuerdan: ¡me da vergüenza! (ríe, encoge y crece a la vez)

-¿Cree que la gente al final consigue lo que se merece?

-Hombre, no. Unos sí y otro no, pero por lo general… eso no es verdad. Hay quien no se merece, precisamente, acabar como acaba. Sobre todo si acaba mal, si acaba mal no… Nadie se merece que lo decapiten, o que lo torturen, nadie…

-Pese a todo esto, usted nunca se queja.

-¿Que no me quejo yo? (se echa atrás, adelante, la risa puede con ella y la contorsiona) ¿Pero quién te ha dicho eso? ¡Que no me quejo! Sí que soy quejica, sí. Lo que pasa es que sé sobreponerme mucho, porque me han ocurrido cosas terribles en la vida, muy muy terribles. Precisamente lo que pasa es que la gente que me conoce me pregunta: “con lo frágil que tú eres ¿de dónde sacas las fuerzas?” Eso es a lo que se refiere la gente cuando dicen que no me quejo, porque quejica, mucho, mucho.

-¿Esa fuerza de dónde sale?

-Es amor a la vida lo que tengo, y que tendré si no me lo quita nadie. El secreto es: amor a la vida a los ochenta y cinco años, que voy a cumplir. Porque he tenido muchas enfermedades y muchas caídas. Pero ¡Adelante! Yo me digo “!Matute, adelante!”.

-Ese amor a la vida es el deseo ¿qué ocurre si falta?

-Si falta el deseo te mueres, algo que te va a pasar de todas maneras. Mira Francisco Ayala, tenía eso también. Lo conocí hace años en Nueva York y ha sido un hombre que siempre ha salido adelante, hasta el último momento siempre ha sido un hombre con la cabeza adelante.

Fue antes de su primer viaje a Estados Unidos cuando recuperó la tutela de su hijo y es precisamente en Boston donde se conservan sus dibujos de cuando era pequeña, aquellos de la caja que su madre le delvolvió cuando se casó. Muchas veces le han preguntado por qué no están esos dibujos aquí. Como es ella, sencilla, evidente, clara, responde: porque no me los han pedido.

-¿Qué es para usted la literatura?

-Mi vida… es mi vida. Ya desde los tres años. Yo no sé lo que yo represento para la literatura, pero sé lo que la literatura representa para mí: toda mi vida.

-¿Y sin ella?

-No, no puedo.

En estas dos últimas preguntas ha estado pequeña, desolada, pensando que hubiera ocurrido si esa red de fondo que es la literatura no hubiera existido. Pensando qué hubiera hecho. Pero de pronto se le ilumina la cara: sabe qué hubiera hecho si la literatura no hubiera existido. Vuelve a crecer. Descomunal.

-Me la inventaría.

-A parte de la literatura ¿qué cosas considera importantes ahora?

– Las que he considerado siempre: la Justicia. No la justicia como corporación, la Justicia como concepto. La injusticia es una cosa que me conmueve mucho, que me saca de quicio. Y el Amor, el Amor es muy importante, importantísimo, en todos sus aspectos: tanto en el de pareja, como en el de padres a hijos, como el de hijos a padres o la Amistad. La Amistad es uno de los sentimientos tan importante como el amor. ¡La amistad es muy importante! Tantísimo…

Y cuando uno se va -y aunque sepa que no hacen ruido, ni aplastan hojas, ni dejan huellas- vuelve a ver al Unicornio de fondo.

Claro que se ve.

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