Sobre el Festival EÑE (crónica urgente y subjetiva)

Por Recaredo Veredas (texto) / Fotografías de Pablo Álvarez.

Empezaré por el principio, sin falsas ocultaciones: El Festival EÑE se ha celebrado el viernes 12 y el sábado 13 de noviembre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, una de las instituciones culturales más destacadas de la urbe, emplazada en el corazón del corazón de la ciudad. En sus distintos salones, que oscilan desde el ornato versallesco a la severidad del aluminio, se han sucedido conferencias y recitales de carácter literario o mercantil-literario. Escritores y editores, españoles y latinoamericanos, han hablado de sí mismos, de su obra y del mundo en general. El interés, como parece obvio, ha sido variable y se vincula con la lucidez, sinceridad y brillantez de la mirada de cada autor y, sobre todo, con su capacidad para explicarla. Tal acumulación de egos y abstracciones podría parecer agobiante, incluso tediosa, pero el dinamismo de la organización ha impedido el aburrimiento. Las causas son tres:

1. Los organizadores saben que un festival de estas dimensiones y ambición solo puede triunfar si se ofrecen alternativas diversas, que respeten al gafapastismo pero no lo conviertan en un monarca absoluto. Así, el visitante ha podido combinar actividades tan distintas como una conferencia de Almudena Grandes y una terrorífica performance.

2. Hemos disfrutado de un buen catering, una decoración cálida, que facilita los contactos y la conversación distendida, y unas simpatiquísimas azafatas.

3. La mano invisible de la organización impuso, sin severidad pero con firmeza, el cumplimiento de los horarios. Las salas fueron desalojadas a las horas indicadas y las charlas comenzaron en el momento exacta: a los escritores hay que tratarlos con firmeza, controlando sus egos y su tendencia innata a pisar a los rivales (o, mejor dicho, a quienes ellos creen que son sus rivales).

Vayamos a los contenidos: mi incapacidad para la ubicuidad y el cuidado de mi riego cerebral limitaron mi asistencia y me obligaron a escoger, a veces sin rigor y con manifiesta injusticia. Me interesaron, aunque ambas sufran serias arritmias, las propuestas de Fernández Porta y Calvo, emplazadas en el límite del fracaso, en ese lugar donde habita el riesgo y nace lo nuevo. También el merecido homenaje que se rindió a Anagrama, tras cuarenta años de trabajo. Sin la labor de Herralde y los suyos seríamos mucho más ignorantes y mucho más vulgares. Además merece destacarse el agudo duelo que mantuvieron Pron y Giralt Torrente, la lucidez de Elvira Navarro, la elegancia de Argullol (cuando tenga 61 años quiero ser como él) o el arrojo de Chirbes. Por todos los rincones había poetas recitantes –los poetas siempre están recitando, peleándose entre ellos o publicando fanzines- y muchísimos argentinos, orgullosos de su indiscutible triunfo. Se habló del libro digital, a favor y en contra de la tradición y se cerraron negocios entre gin tonics. Eso sí, convenía dosificar porque quien no lo hacía y, llevado por la gula, consumía cinco conferencias seguidas sufría una severísima jaqueca. En resumen: una cita importante, tanto para el público como para los escritores, que ha concedido a Madrid una necesaria sesión de lujo cosmopolita. 

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