Blanca Varela

Con ustedes, Blanca Varela

Por Adán de Mariass

…«He dejado la puerta entreabierta / soy un animal que no se resigna a morir…».

 

Blanca Varela nació en Lima el 10 de agosto de 1926, desde pequeña no le interesaba las muñecas ni los juegos de niña, le gustaba las cosas de la gente mayor, era fabuladora, escribió 12 libros de poesía. Obtuvo Premios importantes como el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2001, luego el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca 2006, también la XVI Edición del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2007. Colaboró con sus textos en diversas revistas literarias, la más importante fue en 1947 en la revista Las Moradas, que dirigía en ese entonces el poeta Emilio Adolfo Westphalen. En 1949 llega a París acompañada de su flamante esposo el pintor Fernando de Szyszlo, donde tuvo importantes contactos con intelectuales de valía como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Rufino Tamayo, Giacometti, Carlos Martínez Rivas, el mismo Octavio Paz. También residió algunos años en Florencia y en la ciudad de Washington, lugares donde se dedicó a realizar traducciones periodísticas.

 

Entrar en la poesía de Blanca Varela significa entrar en un mundo muy personal, influenciada por sus propias lecturas, por su estadía en Europa, su cercana amistad con artistas que frecuentaban la peña Pancho Fierro, su desbordado interés por la Pintura. Desde allí va bosquejando todo un estilo diría yo descarnado, abrasivo, pictórico, nada retórico, severa, lacerante, enraizada, atemporal, con un silencio participativo que calla a tiempo, con esa exactitud verbal que sorprende, desde que leí el poema «Casa de cuervos», quedé impactado por esa ternura extraña en ella, por esa sentimental interiorización del sujeto hablante, luego observé que enriquecía el contenido de sus versos con palabras en latín, inglés, francés, y con algunos neologismos. No hay en su poesía nada que se detenga, después de leído el poema, uno sigue recorriendo nuevamente, esos espacios dejados por la talentosa velocidad creativa del poema escrito, en su pequeña máquina Olivetti Lettera, que estaba siempre esperándola en su mesa de trabajo con un poema a medio terminar.

 

A Blanca Varela solo la vi dos veces en mi vida, la primera vez fue en el Banco de Crédito ubicada en la avenida Larco, en Miraflores, no preciso el año, puede ser 1999, estaba acompañado por mi primo hermano Eduardo. Cuando la vi, se me vinieron de pronto todos sus versos, me sacudió emocionalmente verla, ya era desde entonces lector fiel de sus obras, así como entró, salió muy rápido. La segunda vez fue, con ocasión de una disertación sobre su Obra, y los 40 años de la publicación de «Luz de día». Esa noche acudí al Centro de la mujer peruana Flora Tristán, 7 p.m. llegué muy puntual, a unos doce metros desde donde yo me encontraba estaba Blanca Varela, cuando terminó la interesante disertación, ella estaba acompañada por la poeta Giovanna Pollarolo, me hice espacio entre la concurrencia, y me atreví a acercarme, yo llevaba un anillado con mis poemas que gustoso se lo dediqué, y que ella agradeció con esa mirada serena, de gran artista, y puse entre sus atesoradas manos su segundo libro de poemas, pero el primer libro editado en nuestro país por la célebre Ediciones de la Rama Florida [1963] fundada por el poeta Javier Sologuren. Mi corazón empezaba a pasarme la factura, por tantas emociones en un breve lapso de tiempo, Blanca me lo autografió diciéndome: «Para Adán de Maríass cordialmente Blanca Varela», libro que conservo como un tesoro personal. Un fotógrafo de ocasión se acercó presto para tomar la instantánea, pero aceleré una respuesta que nunca debí decir: no. El fotógrafo se hizo a un lado, Blanca Varela se fue alejando, acompañada de la poeta Giovanna Pollarolo, prudencialmente la fui siguiendo hasta que ella entró al Volvo azul que la esperaba en la puerta trasera del referido lugar. Explico que dije no al fotógrafo, porque el dinero que tenía en mi bolsillo estaba destinado a pagar el recibo de luz al día siguiente, y no podía hacer ese gasto, esa misma noche mi tío Domingo [hermano de mi madre] cuando le conté lo sucedido [el es invidente] se enojó conmigo, me dijo que «tremendo error no tomarte una foto con la gran poeta, ya no se volverá a repetir ese momento», y la pura verdad no se equivocó el tío, nunca más me volví a encontrar con Blanca Varela, ella moriría el 12 de marzo de 2009, seis años después de nuestro último encuentro [26 de marzo del 2003], y lo que es la vida 37 días después de asistir a ese último encuentro con Blanca Varela, mi querido tío Domingo fallece.

 

Recordar a Blanca Varela es tenerla presente en la fundamental lectura de sus versos que siempre se acercan a mis oídos, con su voz firme, muy de poeta, con ese elegante caminar, con esa sobria mirada, Blanca Varela me suscita volver a evocar esos aplausos al final de la disertación, aplausos continuos e interminables, que se los merece, ahora recuerdo cuando le dijeron al recibir el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2001, que el 5 % de ese premio iba al Estado Peruano, y ella se preguntaba «que había hecho el Perú por mí», y razón no le faltaba, es conveniente añadir a eso el comentario del gran periodista César Hildebrandt cuando nos dice que «el Perú trata más o menos siempre a su gente, si no la trata mal, la trata más o menos…el Perú suele ser así, el Perú es madrastra de sus hijos». Me hubiese encantado conversar con Blanca Varela, pero en ese momento me era imposible, tal vez no estaba a la altura de establecer una conversación con distinguida escritora, porque además que le iba a decir, me hubiese turbado su sola y prolongada mirada, ese pensar con la mirada de sus más brillantes e inolvidables versos.

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