Mucho más que risas

 

Por Luis Borrás

 

Patxi

 

Patxi Irurzun. La tristeza de las tiendas de pelucas.

Pamiela. 109 páginas. Pamplona, 2013

A veces hay suerte y sucede. Abrir un libro sin ninguna expectativa, sin esperar nada y encontrarte con un primer relato excelente: “Mi padre, los libros Reno, Ned Flanders y los beats, todo en la misma frase”. Un relato escrito con un estilo desenfadado e íntimo que te seduce y atrapa sin recurrir al maquillaje, la retórica ni el glutamato monosódico. Un texto que más que un relato convencional es una mezcla de evocación y recuerdo personal, de melancolía y lírica en su justa medida, de metaliteratura y televisión casándose por lo civil en Springfield. Un relato de esos que te devuelve la fe y las ganas de pelea, que se convierte en el estimulante que estabas buscando para volver a creer y olvidarte de que anoche pensaste seriamente en hacer una hoguera y abandonar el barco. Un texto por el que dar las gracias y pedir otra ronda.

De Patxi Irurzun destaca que su principal virtud es el humor. Y es cierto, pero estos relatos no son sólo humorísticos. Hay más. Mucho más que risas.

Supongo que destacar ese humor es por culpa de esta triste época en la que nos ha tocado vivir. Necesitamos más que nunca ese analgésico de la risa. Reír para olvidar. Y sí, es verdad que con alguno de sus relatos te ríes a carcajadas y que ese buen rato será lo que más recuerdes, el eco que quedará al cerrar el libro, por lo que podrías recomendar su lectura; la cara divertida y alegre que te hará olvidar el insomnio y la depresión. Y en ese sentido el relato “Superpop o la tristeza de las tiendas de pelucas” es el mejor ejemplo. Un relato gamberro que es un completo descojone y que por momentos es de humor negro y surrealista, seria chirigota cañí con la que disfrutarán los hombres que han cumplido los cuarenta y vivieron aquel verano azul frente al televisor.

Y siguiendo con ese humor están “El año de la lengua azul en la ciudad del mundo al revés” y “Espejo de príncipes”. En el primero nos presenta dos ideas o imágenes geniales: un encierro en Pamplona en el que en lugar de reses bravas los mozos correrán delante de avestruces y “un partido de fútbol Barça-Real Madrid con una particularidad revolucionaria: los jugadores del Real Madrid irán vestidos de azulgranas y viceversa, los del Barça, de merengues”. Patxi, con ese estilo y esa forma de narrar desenvuelta, sencilla y eficaz mezclada con el humor consigue que nos apuntemos de inmediato a su club de fans, pero en ese relato ya nos muestra que además de la risa nos deja una reflexión a considerar. El humor como método o camino para llegar a otro lugar, para envolver la moraleja de la fábula. Y en el segundo, “Espejo de príncipes”, hay una parte humorística en ese episodio con el príncipe de España, pero en ese relato hay mucho más que convierte a la sonrisa en mera anécdota. Hay una crítica –que comparto- sobre el privilegio anacrónico que supone la monarquía hereditaria; y hay una reivindicación de la figura de Louis-Ferdinand Celine que sirve para dejar en evidencia a los funcionarios de las letras y que plantea una pregunta para el debate y la polémica: “¿Se podía separar la vida de un escritor y su literatura, esta de sus ideas políticas o su calidad humana?”, y de postre el regalo de una frase subrayada: “No son palabras puestas una detrás de otra solo para escandalizar, ni para “hacer literatura”. La literatura, o eso es al menos lo que me parece a mí, es así como debería ser: un empujón, un meneo, algo por lo que te juegas la vida.”.

Sí, Patxi Irurzun es más que una etiqueta, más que humor ingenioso y  descacharrante, y lo demuestra con el resto de los relatos de este libro. Y aunque en ese resto hay –para mí- algún relato irregular, excesivo, infantil o fallido que cuentan con algún acierto pero que no terminan de cuajar del todo, están “El mundo es un autobús”, “Peaje”, “Trigesimoquinta crisis” y “El vértigo de Spiderman” que son cuatro relatos excepcionales y en los que aparece un Patxi Irurzun completamente distinto. Un escritor que muestra -sin maquillaje ni peluquería- esa cara fea que vive en nuestra ciudad y no queremos ver. Una línea de autobús que atraviesa “las barriadas más pobres, el manicomio, el cementerio, el tanatorio y el hospital. Que transporta seres humanos amargados, desesperados, cansados de vivir, pobres locos, personas a las que su mundo particular, tan insignificante para el  resto de los hombres y tan trascendental para ellos mismos, se derrumbaba…”  Un lugar en el que el amor es la última y ciega esperanza a la que agarrarse. Unos barrios de extrarradio, “las afueras de las afueras”, en donde viven los inmigrantes y la prostitución sin salir de casa, por medio de una cámara web, se ha convertido en la única salida para sobrevivir con la hipocresía de nuestro silencio. Un escritor que narra con palabras sencillas que resultan mucho más demoledoras que cualquier poema el deterioro del amor que se corrompe por culpa de la depresión que provoca quedarse en el paro: “Me echaron del periódico por un cuento en el que aludía en términos “inapropiados” a alguien, por lo visto, demasiado poderoso”; sentirse perdido, incapaz, asustado, estafado por la vida. Despido y su más evidente consecuencia: la humillación, que trata en otro relato en el que con algo de triste humor negro refleja la desesperación, la vergüenza, el odio y la enajenación por los que dan “ganas de mandarlo todo a tomar por culo”.

Sí, con los relatos de Patxi Irurzun tendremos la oportunidad de reírnos mucho, pero también de todo lo contrario. Con él descubriremos la literatura beat  y cuando nos encontremos en un puesto del rastro un libro de la colección “Reno” nos acordaremos de su relato; le contaremos a nuestros amigos –con carcajadas aseguradas- la historia de Bruno, el Leif Garrett español y aquel verano azul; y nos guardaremos para nosotros esa angustia en el estómago que sentimos con ese lirismo suyo sin pijadas que nos describe el abismo que se abre ante nuestros pies cada día; la crítica social, la cruda realidad, la desesperación, la derrota humana; la literatura como bofetada a nuestra indolencia.

 

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