Nippon-Koku o la danza como acto de contrapoder

 

Por Eloy V. Palazón

Quedamos atónitos y, en parte, maravillados cuando vemos por la televisión la unidad de la masa formada por el ejército de Corea del Norte. Y lo curioso, o tal vez no lo sea tanto, es que aquello nos suena familiar, nos viene esa imagen a la mente cuando observamos expectantes, desde las antípodas, los bailes de la gala de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008. Y es que la danza y el ejército tuvieron un nacimiento común. El poder y el baile iban de la mano, relación que llegó a su apogeo en esos monumentales ballets de la corte del Rey Sol francés musicalizados por Lully. El soldado y el bailarín fueron definidos y descritos en muchos textos casi de forma idéntica, sin embargo, poco a poco, los dos fueron alejando sus posiciones. El movimiento del danzante se había completado con significados y se había estetizado, algo ausente en el  de los militares. De alguna forma, la danza constituía una sublimación de los ejercicios castrenses y atendía a esa frase, atribuida a José María Valverde, “Nulla ethica sine aesthetica” (“Ninguna estética sin ética”). Si lo que se ve en Corea del Norte o en China ahora y lo que se vio durante la Segunda Guerra Mundial fue el apogeo de la estatización de la política, el fascimo tal y como indicó Walter Benjamín, en Nippon-Koku hay una politización del arte realizada de una forma fascinante.

Los lugares a los que aluden los títulos de las obras de la compañía de danza La Veronal, dirigida por el joven Premio Nacional de Danza 2013 en la modalidad de creación, Marcos Morau, no son espacios definidos, enclaves a los que se vaya a ir o a los que ya hayamos ido. Son lugares donde nos hemos despertado tras un largo viaje dormidos, son espacios oníricos donde los nombres no funcionan como recipientes de significado sino como significantes donde la incoherencia encuentra un sentido.

Nippon-Koku

Así es Nipón-Koku, la última de las creaciones de Marcos Morau con su equipo de la Veronal pero con la Compañía Nacional de Danza, estrenada este sábado 8 de febrero en el Matadero de Madrid. Desde el comienzo hasta el final es un sueño, una espera interminable, una tensión indómita que explota en cada número y que mantiene al espectador en una congoja contínua durante la hora y media que dura la obra. El lugar donde se desarrolla la acción es fantasmal, parece el bosque Aokigahara, Mar de árboles, situado en la base del Monte Fuji y al que acuden numerosos japoneses a suicidarse. El acto de poner fin a la propia vida es uno de los leitmotive de la coreografía y simboliza el acto de poder. El suicidio como ejercicio de la condena capital sobre uno mismo al no considerar a nadie con más autoridad para acometer ese acto. La primera suicida es la bailarina Tamako Akiyama, un movimiento totalmente inesperado, rápido y limpio, que es seguido por otros tantos, tal vez excesivos. El suicidio, como acto de poder, se contrapone a la política, como acto de suicidio. Paradojas del sueño que encuentran la coherencia en el espacio de la nada, del vacío, del fuera de juego.

En las obras de La Veronal, tanto la música como la palabra juegan un papel clave. En este caso, la primera corre a cargo de Luis Miguel Cobo. Los discursos, esenciales en la estatización de la política, se entretejen con la música, el movimiento de los cuerpos, y otros sonidos como el tedioso timbre del teléfono, incesante pero incapaces de acallar, o del viento y la nevada. Las dotes interpretativas son, en general, notabilísimas (resulta curioso, a modo de apunte, que normalmente sean mejores actores los bailarines que los cantantes de ópera, cuando la labor de estos últimos está más cerca, por la relación con el texto, del trabajo de los actores) pero destaca, sin lugar a dudas, la potencia dramática de la voz de Tamako Akiyama, emitiendo directrices en japonés que, sin conocer el idioma, estimulan nuestra atención.

No es la compañía habitual de Marcos Morau y eso se nota en alguna ocasión pero el resultado es extraordinario, de gran fuerza y vitalidad. La excitación está garantizada en un espectáculo donde la reflexión ética, tal y como se apuntaba al principio, a través del movimiento abstracto del cuerpo nos golpea la conciencia. Puede parecer tema recurrente pero la danza, por todo lo que ya se ha dicho, tiene un puesto privilegiado para hablar sobre la guerra, y esto es patente, sobre todo, en los números en los que el cuerpo de baile está completo, donde los movimientos militares se mezclan con los propios de la danza, ampliando el vocabulario de ésta y desdibujando las líneas divisorias que los separaban, creando una bella incertidumbre sobre lo que tenemos ante nosotros. El doble lenguaje de los movimientos nos remite, de esta forma, al sueño, a lo incoherente ensalzado como coherente.

Por último, destacar la labor de dramaturgia, un trabajo de enorme sensibilidad, y el de la iluminación, que con gran detallismo supo potenciar los momentos de tensión y distensión de la coreografía, marcados por el dramatismo y la pantomima. 

[vimeo http://vimeo.com/86201202]

Nippon-Koku
Dirección: Marcos Morau & La Veronal.
Coreografía: Marcos Morau & La Veronal en colaboración con los bailarines de la CND.
Música: Luis Miguel Cobo.
Asistente de coreografía: Lorena Nogal.
Dramaturgia: Pablo Gisbert.
Escenografía: Enric Planas.
Vestuario: David Delfín.
Iluminación: Albert Faura.
Asistencia en la dramaturgia: Roberto Fratini.
Estreno absoluto por la Compañía Nacional de Danza el 8 de febrero de 2014 en Naves del Español – Matadero Madrid.

2 thoughts on “Nippon-Koku o la danza como acto de contrapoder

  • el 10 febrero, 2014 a las 12:43 pm
    Permalink

    Magnífico espectáculo comentado con generosa emoción.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *