Entrevista a Juan Tallón: “Cuando escribes hay que generar obstáculos»

Por Sergi Escudero.

Nos citamos en el Café Zurich de Barcelona, el lugar donde suelen encontrarse las personas que quedan por primera vez en la ciudad condal. En nuestro caso, es la segunda. Ya mantuvimos una charla cuando vino a presentar El váter de Onetti en setiembre del año pasado. Entonces hacía calor, íbamos en manga corta y la catedral de Santa María del Mar nos amparaba. Me comenta que él ya ha estado en el Zurich un par de veces. A saber con quién, que con Tallón nunca se sabe. Como ninguno de los dos fumamos, nos refugiamos en el interior de la cafetería, que afuera amenaza con llover para darle a Barcelona el matiz que la convierte en ideal para una novela policíaca en la que habrá muchos muertos. A poder ser, decenas. Le pide un gin-tonic con Seagrams al camarero. Éste le responde que ni tienen Seagrams ni copa de balón. Tallón se inclina entonces por una Coca-Cola.

Juan Tallón (Vilardevós, 1974) ha regresado a Barcelona para presentar Libros peligrosos (Larousse), una recopilación de los cien libros que más profundo han  buceado en sus entrañas, hechas de un poco de alcohol e intestinos. Pero no es una lista cualquiera como la que haces para no olvidarte en el supermercado ni los palillos para deshacerte de la cera de las orejas. Es una lista que en verdad no es una lista. A veces las cosas no son tan simples como nos gustaría. Ni tu padre a veces es tu padre, así que imaginaros. Libros peligrosos es una sucesión de libros entrelazados por detalles, sin capítulos que los separen de forma cruel.

¿Por qué regresa a Ourense después de su etapa madrileña que en parte explicó mediante su álter ego en ‘El váter de Onetti’?

Fue un viaje de regreso de comodidad. Yo estaba muy bien en Madrid. Ese periodo me había permitido escribir mucho. Pero en un momento puntual me quedé sin trabajo y me pudo la pereza de buscarme algo rápido en Madrid, ya que tenía que seguir pagando el alquiler del piso. Me dejé caer por la escalera que te lleva hasta Ourense. Decidí que mejor regresar a mi casa y empezar de cero, de uno, o incluso de dos. Y allí, más lentamente, ir creando el puente que me permita regresar a Madrid. No diría que me ha ido mal. Necesito poco para sentirme feliz. Y más si necesito trabajar poco pero me renta para poder sobrevivir mes a mes. Al final, nos acostumbramos a todo. En algún momento saldré otra vez de Ourense. Se puede decir que no estoy en el centro del mundo, pero estoy en la ladera y tengo muy buenas vistas.

¿En Madrid tenía demasiadas distracciones?

No, en absoluto. Desde el punto de vista creativo, yo puedo escribir perfectamente contra una pared durante seis horas. Sería atractivo escribir con vistas al Támesis, vale. Pero contra una pared también está bien, eh. No necesito la comodidad. Mucha comodidad puede resultar incómoda.

Hay pocos reportajes periodísticos en su selección de Libros peligrosos. Quizá alguien eche en falta alguno de Truman Capote o de Tom Wolfe, por ejemplo. Al fin y al cabo, usted es periodista. ¿Está enfadado con el periodismo después de su experiencia en los interiores de esta profesión?

No, no es esa la razón. Ante esta clase de obras como Libros peligrosos la sensación de los lectores siempre es la de echar algo de menos. En este caso, he elegido un número redondo como 100. Es un número que proporciona mucha tranquilidad. La gente escucha una cifra tan limpia como 100 o como 1.000 y se queda más relajada. Si de pronto escribes un libro sobre 97 la gente empieza a sospechar. Qué oculta. O 73. Joder, qué cabrón. 100. Son muy pocos, teniendo en cuenta la eternidad de la literatura. Siempre van a faltar autores. Tú echas de menos libros de ese género. Y yo quizá echo de menos libros de ese género y de poesía o hasta alguno más de filosofía. Pero hay que asumir esas ausencias. Sí, faltan libros. ¿Pero a quién quieres que saque para meter a Capote, amigo? Es complicado. (ríe irónicamente)

¿Tendría material suficiente para escribir un libro sobre cien libros que le dejaron indiferente?

Sí, existen libros así, que has tenido que abandonar. Procuro no hacerlo, pero a veces es inevitable. ¿Podría escribir un libro así? Sí, yo creo que podría escribirse un libro así. ¿Pero para qué escribir un libro sobre algo que te ha dejado impasible? Me parecería inútil. Podrías hacer un libro atractivo, pero no sería un libro auténtico. No sería el mejor libro que podrías escribir. Y la labor de trabajo de campo sería muy dolorosa. Tendrías que remover tu biblioteca rebuscando cadáveres. Con Libros peligrosos lo bonito ha sido llenar cajas con 200 libros que me han entusiasmado. Y después reducirlos a 150, 125 y finalmente 100. Eso es fácil.

¿Cómo ha funcionado el mecanismo de la criba? ¿Durante la escritura del libro aparecieron nuevos libros en los que no había pensado antes de ponerse a teclear?

Sí, eso sucedió. No con muchos títulos, pero sí con algunos, que se fueron incorporando intempestivamente. En el trabajo de campo me permití el lujo de ampliar a 200 la preselección. Después se fueron cayendo algunos por su propio peso. A veces porque no tenía el día y decidía que ese libro ahí no pintaba nada. Otros simplemente se iban cayendo como el otoño. Se los llevaba el viento hacia otra estantería. Al final trabajé sobre 125 títulos. Cuando tuve esos claros, decidí empezar a escribir, dotándome de las mínimas reglas. La fundamental era que no debía saber nunca cuáles iban a ser los dos siguientes libros sobre los que escribiría. Porque puedes visualizar una relación entre el libro sobre el que estás escribiendo y el siguiente. Pero pensar como éste otro se va a vincular con un tercero, no podía ni quería planificarlo. Deseaba que el libro tuviese ese elemento de improvisación. Aquí, señores, vamos a plantear un estupendo caos. Vamos a ir de unos libros a otros a veces dando un salto mortal, generando conexiones imposibles.

Que no fuesen evidentes.

Claro. A veces no tienes más remedio que la conexión sea evidente. Pero hay que generar obstáculos cuando escribes. En ocasiones tienes que procurar que la conexión sea estrambótica.

¿Tiene los 100 libros físicamente en su casa?

Sí. Yo tengo mi biblioteca en Santiago de Compostela y vivo en Ourense. Periódicamente voy llevando lo que leo hacia Santiago. Pero cogí unas cajas y puse dentro todos los libros sobre los que trabajé para llevármelos otra vez hacia Ourense. Los he mantenido siempre a mi lado. Acabé de escribir el libro hace semanas y hoy aún tengo los libros en casa por si se me genera cualquier necesidad de buscar documentación o por si alguien me pregunta de dónde he sacado tal cosa o me comenta que he citado mal cualquier otra. Conviene tenerlos cerca.

En el libro hay algunos autores que quizá son poco conocidos para el gran público. ¿También era una pretensión suya no hablar únicamente de los libros más mediáticos?

Yo tenía claro que debía evitar la tentación de elegir libros para la galería. Es muy tentador seleccionar aquellos títulos que en general generen consensos entre los lectores. Oiga, El Quijote. Podría estar aquí. Claro que podría estar aquí. Y todo el mundo aplaudiría que El Quijote estuviese aquí. Pero El Quijote está en demasiados sitios. El hecho que no esté en un sitio más no quiere decir que le quite valor a El Quijote y quien dice El Quijote dice Ulises o a un millón de títulos más. Aunque evidentemente, por el hecho de ser libros leídos y conocidos por todos yo tampoco quería renunciar del todo a ello. Eso significa que en Libros peligrosos el lector también se va a encontrar con clásicos de la literatura. Al final, la selección no es representativa de nada, salvo de lo que yo he sido como lector. A veces he escogido los textos que generan los grandes acuerdos y agrupan el gusto general, pero después también he intentado buscar los pequeños tesoros a los que no todo el mundo tiene acceso porque los diferentes títulos no tienen siempre la misma proyección social. Para encontrar un pequeño tesoro tienes que escarbar. Y ya que yo ya había escarbado, por qué no hablarle a los lectores de estos libros que habitualmente no caen en las listas de grandes obras, a pesar de que lo son.

¿En su vida diaria se guía mucho por listas?

Al final son una simple lectura. Es cierto que es difícil vivir sin hacer algún tipo de listas porque con la cantidad de inputs que recibimos a lo largo de una hora te sientes abrumado y tienes que crear preferencias. Ya es una lista eso. Pero no, en general me cansan las listas. Por eso en parte quise escribir un libro que huyese de las listas. Sí, hay cien libros referenciados en el mío, pero no se puede leer como una numeración de títulos. El enfoque es otro. Creo que he intentado escribir una novela ligeramente ensayística. He procurado urdir un hilo entre el primer libro y el último que le permitiese al lector no caerse mientras se pudiese agarrar a él. No hay nada que vincule al primero con el último, pero sí hay algo que vincule al primero con el segundo, al segundo con el tercero, y así sucesivamente hasta el número cien. Digamos que hay un vago pasamanos que da coherencia interna y estructura ósea al libro, y al mismo tiempo funciona como matalistas.

Aparte de hablar de los libros, también se refiere a veces a las vidas de los escritores de cuya mente han nacido. Por ejemplo, cita a varios autores asociales que a la vez consiguen describir el mundo con gran precisión. ¿Cómo lo consiguen?

Hay escritores que escriben, como decía Joyce, para esa persona que está sentada enfrente de ellos y que son sí mismos. Calculo que tiene que ver con el hecho que aunque todos somos distintos, todos estamos atosigados por los mismos fantasmas. Los problemas personales son, en general, problemas comunes llevados con cierta soledad. La experiencia del mundo que transmite un escritor que quizá no tiene demasiado contacto con él, en el fondo es muy parecida a la experiencia y a las frustraciones que tú sientes viviendo dentro de ese mundo.

Imagino que los 100 libros seleccionados en Libros peligrosos le han influido de alguna manera en su forma de escribir. ¿Pero ha recibido también influjos de otros campos como la música o el cine?

Sí, yo creo que ninguna persona que se dedica a la creación es ajena a las influencias que pueden tener sobre él disciplinas a las que él no se dedica. Sí, cómo no va a tener algún tipo de influencia toda aquella intemperie a la que tú estás expuesto. Ya sea el contacto con otras personas o la creación de otras personas. Todo eso influye. Ahora bien, ¿cómo influye? ¿Cuánto influye? Creo que eso no se puede determinar. Oye, señor Tallón. Usted ha leído a Onetti. ¿Cómo le ha influido Onetti? Estamos hablando de un caso muy paradigmático, porque yo creo que me ha influido mucho, aunque yo puedo decir sí, me ha influido Onetti. Pero desconozco hasta dónde. Y así todo. Lo bonito es desconocer cuál es exactamente la condición de esa influencia.

¿Es buena la salud de la literatura española actual?

No se me dan bien este tipo de análisis. Al final no me voy a fijar tanto en cómo veo la literatura sino en cómo veo el mercado literario. Ese análisis a mí se me escapa. Pero creo que no solo en la literatura, sino en todas las manifestaciones artísticas, cuando se expanden en contextos de dureza social, de dificultades, cuando los autores se ven perseguidos por sus problemas personales, por sus problemas cotidianos, por más fantasmas que en ningún otro momento de su vida, son capaces de dar más de sí que en otros periodos tal vez de complacencia intelectual. Ahora, tan atosigados de dificultades, estamos en mejores condiciones de crear. No estaremos cómodos, pero nadie ha dicho que esto sea fácil. Aunque sí estaremos alerta. Y estar alerta te sirve para crear.

Usted estudió filosofía. Parece que esta sociedad cada vez le presta menos atención a este campo.

En general, estamos condenados a una banalización social que ya es evidente. Todo es vulgar y todo es banal. Porque cada vez nos interesan cosas más descafeinadas que satisfacen una felicidad inmediata, que es el entretenimiento. Pero que no nos cultiva, no nos labra. Nos mantiene contemplativos. Y ni siquiera esa clase de contemplación te da para pensar. Nos mantienen hipnotizados idiotamente. La filosofía, la capacidad de ahondar en las ideas, de reflexionar sobre lo que te rodea, va a ser siempre enriquecedora. Si nos privamos de ese ejercicio lo acabaremos pagando. No sé cuándo ni en qué medida. Lo que te empobrece te hace peor y más vulnerable.

Siempre menciona la importancia de los detalles para dar credibilidad a un relato. ¿En la vida real también poseen mucha relevancia?

Cerrar el plano hasta el punto que observes algo en lo que casi nadie repara produce un efecto luminoso. De pronto ves algo que no existía para tus ojos. De entrada creo que eso tiene que ser bueno. Pero por otra parte, el detalle tiene la capacidad de generar verosimilitud y credibilidad. Conste que yo no soy un autor de descripciones ni un autor de paisajes, pero sí soy un autor que en un determinado momento desciende hasta el núcleo de algunos objetos o hasta un simple gesto o un silencio o un movimiento que no capta una mirada tuesta y de lejos. El detalle es una cerilla que enciendes en mitad del bosque. Produce un gran efecto durante una porción de tiempo muy breve, pero ese efecto, cuando eres bueno y lo consigues, puede ser devastador. Durante 0,2 lo ves. Y además, lo ves todo. Y después se produce la oscuridad. Pero joder, durante 0,2 lo he visto todo. Es una especie de Aleph. Durante un breve momento pudiste contemplarlo todo simultáneamente.

 

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