Último libro de Rafael Talavera


Miraba las cenizas. Rafael TalaveraMIRABA LAS CENIZAS

Rafael Talavera

 

Ediciones Vitruvio

Colección Baños del Carmen, nº 474

(140 páginas / ISBN: 978-84-943270-7-0)

 

Por María Jesús Mingot (Profesora Titular de Filosofía y escritora)

 

Lírica meditativa o meditación poética. El poemario de Rafael Talavera aúna presencia y ausencia, evoca la experiencia del ser y su comunión con el silencio, conjuga trascendencia e inmanencia y, a otro nivel, conocimiento y sensualidad. No hay una “cómoda” ambigüedad ni un afán de mostrarse hermético en los poemas aquí recogidos, sino un deseo de convocar y dejar hablar a  la belleza del mundo con sutileza profunda y  precisión fluida, llevando el lenguaje al límite de sus posibilidades, abriendo nuevos caminos que lo sean de revelación y no de imposición, pues su poesía es aquí tremendamente cuidadosa para que el lenguaje no hable del hombre-sujeto o del hombre-juez, sino del hombre como portavoz del misterio del que participa, un misterio que pasa a primer plano. Se trata de llevar el lenguaje hasta sus límites y de abrir nuevas sendas, a fin de posibilitar la revelación de la belleza y su sombra. Hay pensamiento profundo en la poesía de Rafael Talavera, que precisamente por ser profundo sólo puede manifestarse así, poéticamente. Pero, al mismo tiempo, hay también sensualidad, una sensualidad que es aquí un atributo del mundo tal y como se manifiesta en los poemas. Sensualidad incluso en el modo en el que se acerca, con vaporoso sigilo, al despojamiento, al ocaso y a la muerte. Hondura y levedad fluyendo y confluyendo en un poemario a la vez extremadamente preciso y profundo. Su exigencia formal de sobriedad, su exquisita depuración de recursos, cuidadosamente elegida, prescinde de todo lo accidental, porque aquello de lo que se habla requiere esa austeridad, esa casi desnudez para poder des-velarse.

La unidad formal del poemario, que recorre todos los  poemas que lo componen. no es una mera unidad formal. Esa unidad busca ser reflejo de la unidad del mundo, en la que los contrarios se abrazan y se tocan. De modo que querer lo uno es siempre querer, al mismo tiempo, lo contrario, pues todo bebe de la misma fuente. Toda presencia  es esplendor, pero también presagio, vaticinio, y, en último término, palpitación de una ausencia que no deja de estar presente, atravesando todos los poemas… y desfondándolos… ¿Qué es ausencia? ¿Qué clase de presencia inaugura lo ausente? Esa pregunta emerge una y otra vez en los poemas, desde el principio hasta el final.  Rafael Talavera, como poeta, está muy lejos de pretender dar una respuesta a esa pregunta. Sólo quiere crear un espacio donde la pregunta se abra, y que lo haga también cuando lo que domina es el esplendor, el florecimiento vital, el derroche generoso de luz.

 

Rayos de luna delgados

como los hilos de las Parcas

deshilan la sustancia del árbol.

 

Aunque lo mires fijamente

no notas que se desvanece:

se consume hacia adentro, como nieve.

 

Hasta que en el suburbio de las hojas

se hacen visibles pájaros

dormidos en el aire.

 

Rafael Talavera destaca la condición errante del hombre, que no es sólo del hombre, y destaca también su fuerza activa para contribuir del modo más digno a la floración,  en lugar de obstaculizarla o juzgarla. Finalmente el ‘actor’ se disuelve en la contemplación de la belleza, pues la contemplación pura de ‘un rayo de luna (que) acaricia una hoja’ sólo puede conducir  a la clausura del deseo, a la quietud y el silencio.

 

Si un pájaro se posa y se vuelve invisible,

su canto sin soporte

me disuelve en sus notas.

 

Y si un rayo de luna acaricia una hoja,

su gozo silencioso

clausura mi deseo, abre la curva de mi ensueño.

 

Por momentos su poesía se interroga sutilmente acerca del verdadero “sujeto” del mundo, del verdadero actor de su danza cósmica. Esa danza decae, no ha dejado de hacerlo, como decae la luz. Pero toda inmolación es silenciosa y el “actor” apenas percibe el sacrificio, menos aún la consunción, pues sigilosamente se gestan las grandes catástrofes y la fugacidad más inmisericorde es la más silenciosa (Páginas 36,47 y 85, entre otras).  En contra de lo que dice el poema de la página 77,  todo el poemario es un reflejo de ese amor difícil a  “la difícil belleza hacia la que se encamina la flor”.

 

¿Se atreverá a echarse a volar, de nuevo, el mundo

desde los pétalos exhaustos,

desde la corola calcinada?

 

No logro amar la difícil belleza

hacia la que se encamina la flor,

la vida bien cumplida, o la consumación dorada.

 

Todo el libro es un heroico deseo de llegar  a amar esa belleza, y de entregarse, sin reproche alguno, a la cercana y certera  consumación: cenizas y silencio. Hay una voluntad de amor a la siembra y a la floración, pero también a  los escombros antes de convertirse en cenizas, una voluntad de amor a las cenizas y al hueco que acaban creando, y ante todo un desesperado intento de llevar al lenguaje aquello mismo que lo destierra, ese abismo insondable, impenetrable e impronunciable, que media entre el “me” y el “oyes” del poema de la página 98: un espacio en blanco que simultáneamente calla y habla. Consanguinidad, pues, del esplendor y las cenizas, y una fuerza de difícil amor latiendo en ambos, en el uno y en las otras.

 

Conozco tu secreto:

te ha violado la luz.

 

Te ha manchado de duelo y

de cenizas de sueños.

 

Y ahora eres nieve

pisada, amontonada,

 

protegiendo en su seno

una herida de amor.

 

Decir sí a la siembra y al capullo es decir sí, simultáneamente y en el mismo acto, a la ausencia, al hueco de  las cosas. Es empezar a labrar la ausencia. Y el don de la palabra, al mismo tiempo que redime, sentencia a la finitud a todo cuanto toca, a todo cuanto nombra. (Página 110).

“Miraba las cenizas” es un canto de amor a la vida y al tiempo, un canto de quien sabe qué es lo que se canta y  de qué va ese canto – de sueño y fragilidad, de fragmentación y finitud, de suma  levedad y suma  imprecisión y, por ello mismo, de nada-, y a pesar de todo no deja de entonarlo.

 

Flor, luz

caída.

 

(No abre las alas.)

 

Espéranos en la ceniza.

 

Nosotros somos luz más adelante.

 

Para terminar, un último, hermosísimo poema de ‘Miraba las cenizas’, el libro que obtuvo el XXVIII Premio Barcarola de Poesía. Aunque el poema debería ser en realidad tan sólo un comienzo, una indiscutible exhortación a su lectura.

 

Nunca arraiga la nieve

sobre el molde en que cuaja.

 

Árbol, estás

y no estás.

 

Levedad maquillada, la blancura

te rapta en su barco fantasma.

 

¿Se salvará una brizna

del vendaval de tu belleza?

 

¿Qué sería salvarse? ¿Dibujar

en nieve una hoja, una rama?

 

One thought on “Último libro de Rafael Talavera

  • el 16 febrero, 2015 a las 11:52 am
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    Realmente asombroso el análisis tan profundo y acertado que hace María Jesús Mingot sobre estos poemas!!!

    Verdaderamente no dejan indiferentes todos sus comentarios, que sin duda motivan a comprar y leer el libro!

    Enhorabuena!!

    Respuesta

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