Revoluciones e involuciones de la propiedad intelectual

Por Valentín Pérez Venzalá.

MARXLa cuestión de la propiedad intelectual está hoy día, como tantas, necesitada de una revolución. Por eso, cuando tuve noticia del libro de David García Aristegui ¿Por qué Marx no habló de copyright?, precisamente subtitulado «La propiedad intelectual y sus revoluciones», pensé que el libro podía ofrecer algunas pistas en ese camino. Sin embargo, no solo no encontré ninguna de esas pistas, sino que tampoco alcancé a hallar un análisis claro de la situación ni, sobre todo, ninguna propuesta definida para resolver sus conflictos, salvo, precisamente, la crítica algo deshilachada a algunas de las alternativas que se han venido planteando al sistema predominante en la gestión de la creación intelectual.

Es cierto que dos tercios del libro están dedicados a recorrer la historia de la propiedad intelectual, pero precisamente la forma de presentar esta evolución se antoja claramente como un largo preámbulo para llegar a la situación actual y plantear -al menos eso esperaba- un análisis de la misma y quizá alguna propuesta. El título del libro en forma interrogativa hace esperar al lector alguna respuesta. En vez de eso me he encontrado con un eco, por no decir una sombra, del libro Sociofobia de César Rendueles, pero de forma más bien enmarañada y confusa, de la que solo pueden entresacarse dos ideas que son, a la sazón, también las que expresa el propio Rendueles en su libro -no en vano, Rendueles escribe, junto a Igor Sádaba, el prólogo de esta obra-, a saber: que hay que cambiar las relaciones laborales, económicas y sociales en torno a la creación cultural y que los intentos de oponerse al copyright en forma de cultura libre, copyleft o Creative Commons, les parecen a estos autores sospechosamente parecidos al neoliberalismo económico, como si una analogía, y más en sus formas, equivaliese a una identidad en su esencia y por tanto pudiera juzgarse a la una por los defectos de la otra.

Rendueles en Sociofobia y Aristegui en el libro que nos toca vienen a decir que dado que muchos activistas de la cultura libre proponen no restringir la circulación de la cultura mediante leyes o normativas, se comportan de forma similar a los neoliberales económicos que creen en la mano invisible que guía la economía hacia su mejor funcionamiento sin necesidad de restricciones. Sin duda que la analogía tiene su gracia – las comparaciones son más ingeniosas y sorprendentes cuanto más alejados están los mundos a los que pertenecen sus términos, como bien saben los poetas y los cómicos- pero en seguida uno puede darse cuenta de que establecer este tipo de analogías nos llevaría al absurdo de encontrar igualmente parecidos neoliberales en quienes, por ejemplo, luchan -y desgraciadamente muchas veces perdiendo la vida por ello- por que no se restrinja de ninguna forma la libertad de expresión.

Pero además, no se trata tanto de pedir que no haya normas en la cuestión de la propiedad intelectual, como de criticar que las actuales no cumplen con el objetivo -como, de hecho, Rendueles y el propio Aristegui nos muestran en sus respectivos libros- para el que se supone fueron creadas que es el de proteger a los autores y a la creación, sino que actualmente se han convertido en una fórmula más de especulación y de sobreprotección de una industria cultural que es, en la mayoría de los casos, principalmente industria y solo secundariamente, cultural.

Aunque el libro de Rendueles – muchísimo más interesante y recomendable- es más analítico en este punto, y sus planteamientos se originan y desembocan más allá de este tema, Aristegui parece basar su crítica a movimientos como el de cultura libre poco más que en esa analogía y en el hecho de que su origen esté en el software y no en la propia creación cultural. También en aspectos tan curiosos como que no conozca ninguna obra con licencia Creative Commons que haya llegado a ser best-seller, precisamente asumiendo unos principios, los del capitalismo y el copyright, que buscan precisamente eso: llevar un «producto» a ser el más vendido, que en absoluto coinciden con quienes, de hecho, buscan otras formas de hacer cultura y de difundirla. Salvando las distancias, sería como decir que escribir poesía no es el camino elegido por los auténticos escritores porque no conocemos muchas obras poéticas que hayan llegado a ser best-seller. Evidentemente entre quienes escriben poesía o entre quienes quieren difundir su obra mediante licencias no copyright, el objetivo de llegar a ser el más vendido no es precisamente el motor principal de su motivación.

Evidentemente, el uso de una licencia u otra no condiciona cómo se venda el libro, ni cuánto. De hecho, el libro de Rendueles se ha publicado en España con licencia Creative Commons y ha tenido un eco considerable. Las licencias implican la forma en que el autor quiere gestionar su propiedad intelectual. Frente al copyright que -como el propio Aristegui nos relata a lo largo de su repaso histórico- no es una herramienta creada ni que haya perdurado -y sobre todo se haya extendido- para defender a los autores sino a la industria; herramientas como copyleft o Creative Commons, a falta de otros instrumentos, ofrecen otra forma de que el autor pueda intentar gestionar su propiedad (por seguir usando este concepto, aunque sea asimismo matizable). Y digo a falta de otros instrumentos porque precisamente, como el propio Aristegui nos cuenta en el libro, herramientas como las entidades de gestión son impuestas a los autores, que no pueden escapar ni queriendo, al menos en España, pues la ley les obliga a que estas agencias recauden en su nombre, incluso en los casos en que el autor publique su obra con una licencia distinta al copyright, lo que ha convertido estas agencias, que debieran ser parte de la solución, en gran parte del problema, pues más interesadas en su obligado porcentaje que en la defensa de los autores, actúan como muchos sindicatos que también, más preocupados por la financiación o por la cuota de poder sindical, se olvidan de los trabajadores y se asimilan al sistema.

En definitiva, aunque puedo entender (y estar en parte de acuerdo) la intención de Aristegui de plantear que el problema de la creación cultural no está en sus licencias -o no solo- ni que todos los problemas de la cultura vayan a solucionarse aunque desaparecieran las leyes de defensa de propiedad intelectual; el desarrollo del libro es bastante confuso y las conclusiones que pueden sacarse de él no llevan precisamente a deducir una solución sino en aceptar que las alternativas planteadas hasta ahora no son correctas y que por tanto -al menos, de momento- lo que tenemos no está tan mal puesto que lo que propone es potenciarlo, al intuirse que defiende aumentar -o recuperar- el carácter sindical de las entidades de gestión.

Claro que hay que cambiar las relaciones laborales, económicas y sociales en torno a la creación cultural, pero también en todos los sectores. Pero ese no es el debate. Siguiendo la analogía que Rendueles y Sádaba presentan en el prólogo comentando que sería impensable acusar a los trabajadores de la construcción que hacen cola en el INEM, por la burbuja inmobiliaria, mientras sí se acusa a los trabajadores culturales de los problemas con el copyright, podríamos decir que lo que propone Arístegui sería similar a creer que mejorando las relaciones y condiciones laborales de los trabajadores de la construcción se acabaría automáticamente con los desahucios. Son dos problemas muy distintos, aunque vinculados con el sector de la construcción y con las relaciones económicas, y que tendrían una solución quizá convergente -por ejemplo, un cambio político hacia un mundo social en lugar de un mundo económico- pero son problemas que actualmente pertenecen, en su concreción, a parcelas diferentes que se atacan por separado, y pretender no solucionar uno de estos problemas o mirar para otro lado porque no se puede o no se enfrenta el otro, no parece, en ningún caso, productivo.

De la misma forma, sin dejar de estar de acuerdo en que la explotación se da también en el sector cultural -como en todos, insisto, y más en la actualidad- eso no tiene nada que ver con el problema del monopolio industrial sobre la propiedad intelectual. Monopolio que el propio Arístegui refleja en su largo repaso histórico y asimismo el propio Rendueles en Sociofobia. Ese es el problema que habría que resolver, no porque sea más importante que otros, sino porque es el problema del que trata el libro que nos ocupa. Pretender difuminarlo en un problema global no aporta nada. Por supuesto que «es el capitalismo, idiota», pero de momento, si no conseguimos cambiar de sistema económico, vayamos por lo menos liberándonos de ciertos moldes que nos perjudican a todos, desde el ciudadano como destinatario de las obras culturales, al autor que las crea, aunque no siempre pasando por los grandes productores o distribuidores que se embolsa gran parte del dinero en el camino y que a menudo pone también la precariedad de los trabajadores del sector como excusa para mantener un sistema que principalmente le favorece, en lugar de mejorar esas condiciones reduciendo su margen de beneficio.

Es decir, por supuesto que el problema es el capitalismo y las relaciones laborales y económicas a las que nos somete, por eso precisamente es necesario buscar nuevas formas de relaciones laborales y económicas para luchar contra él: no solo las luchas sindicales que el autor propone extender a las relaciones de la propiedad intelectual sino también nuevas fórmulas que se basen en el beneficio social de compartir y no solo en el lucro directo de la venta, que es lo que interesa precisamente a la industria, y no necesariamente a los autores o a todos los autores.

Pero eso no quiere decir que se abogue por que los autores -y los trabajadores de la cultura- no tengan derecho a un beneficio económico de su trabajo o creación -al menos, mientras el dinero sea el principal motor de la sociedad- sino por que puedan gestionarlo como ellos quieran y no como les impone la industria a ellos y a los ciudadanos y evitar que la industria, con el actual sistema, pueda hurtar a los ciudadanos la creación cultural única y exclusivamente en su propio beneficio e impedir a los autores gestionar su obra como mejor les interese en cada momento y circunstancia.

Precisamente, en la Adenda final del libro, relata Aristegui un caso en el que la propiedad intelectual hace que no sea accesible un contenido que debería serlo, mostrando así uno de los principales problemas: el uso que se hace del copyright para hurtar al ciudadano aquello que de otra forma debiera ser ya un bien común.

En definitiva, un libro confuso, eco del libro Sociofobia de Rendueles, en el que quizá no encontrará el lector propuestas, alternativas o sugerencias para enfrentar estos problemas, pero en el que podrá entresacar una interesante bibliografía para saber más sobre la propiedad intelectual y sus (pasadas) revoluciones. Por otra parte, por deformación profesional, me han chocado las numerosas erratas que contiene el libro, empezando por el propio nombre de César Rendueles que aparece sin tilde en la cubierta, pasando por el índice en el que encontramos “desarrrollo” con tres erres, hasta varios cómos interrogativos sin tilde, o un sino adversativo que se presenta separado como si fuera un condicional negativo, etc. que muestran que el libro se ha sacado quizá con precipitación o no ha contado con la adecuada revisión.

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David García Aristegui
¿Por qué Marx no habló de copyright?
Enclave, 2014
234 pp. , 14 €

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