Mary Wollstonecraft, mujeres y libros

 

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

 

“Oh, admirado Sir Bernard-Shaw, si usted quisiese, podríamos tener la más perfecta de las criaturas, un hijo con mi belleza y con su inteligencia”, parece ser que le decía una fastuosa joven inglesa al quien por entonces era uno de los dramaturgos más reconocidos de Inglaterra. “Estimada señorita”, le respondió el siempre mordaz Bernard-Shaw, “imagínese si, por el contrario, nuestro hijo naciera con mi belleza y con su inteligencia… sería sin duda un desastre”.   

mujeres y librosLa anécdota tan posiblemente real como parte inventada del relato que envuelve a las grandes personalidades de la literatura no sólo propone una vez más el binomio del intelectual y la bella mujer irremediablemente estúpida, sino que define la inteligencia y la cultura como dos cualidades masculinas, en oposición a la belleza, exclusivamente femenina. Una asociación que resulta tan maniquea y carente de toda verdad como reiterativa a lo largo de los años, hasta el punto que hace algunos días saltaba la polémica en Estados Unidos ante la venta de unas camisetas infantiles, en cuya versión femenina se podía leer “guapa como tu madre”, mientras en la versión para niños se leía “inteligente como tu padre”. La insistencia en el tópico obliga a preguntarse el porqué del mismo: tras la manida asociación de la belleza con la figura de la mujer –una asociación que viene desde la propia poesía trovadoresca, donde la belleza se asociaba a los valores morales de la dama, a la que nunca se le reconocía dones como la audacia o la inteligencia- se esconde la voluntad, históricamente más que comprobable, de alejar la mujer ya sea de la cultura como de la instrucción. Mientras en Francia la educación superior obligatoria para ambos sexos fue implantada por Napoleón I, en la España de los años veinte, sobre todo tras la epidemia de la española que se llevó por delante a muchas mujeres, sobre todo mujeres embarazadas, fueron muchas las niñas que con tan sólo ocho o diez años abandonaron los libros para ocuparse de los quehaceres domésticos. La instrucción estaba reservada a los hombres y la lectura, como postulaba el libro Las mujeres que leen son peligrosas (Lumen), era definida como una práctica altamente dañina para la moral y la conducta de las jóvenes: así lo dejan entrever Jane Austen y Mary Louise Alcott a través de Marianne Dashwood y Jo March, dos lectoras compulsivas, dos jóvenes mujeres que intentan, la segunda con mayor éxito respecto a la primera, romper las cadenas de una sociedad encorsetada que cohibía toda posible libertad de criterio y de elección para las mujeres. La lectura fue también “peligrosa” para Santa Teresa, así lo denuncia Cristina Morales en el espléndido monólogo Malas palabras (Lumen) y para Emma Bovary: en 1859 –ese mismo año y en esa misma París “en la que todos leían” se condenaba a Baudelaire por sus “inmorales” Les fleurs du mal– el tribunal que juzgaba a Flaubert consideraba que lecturas impropias habían abocado a Emma Bovary a una conducta licenciosa y moralmente reprochable hasta conducirla a cometer el peor de los pecados, el suicidio. Consciente de la condena que envolvía la lectura, y aún más la escritura, George Sand decidió ocultarse tras una indumentaria masculina, debía convertirse exteriormente en un hombre para adentrarse en un mundo tan solo reservado para los hombres hasta convertirse en una de las autoras y de las críticas –de gran influencia eran sus artículos publicados en la Revue de Deux Mondes– de más peso en el mundo de las letras francesas, de entonces y de hoy.

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  Por aquellos mismos años, en Londres Mary Anne Evans se escondía tras el pseudónimo de George Eliot, con el cual firmó una de las obras de más interés de la literatura inglesa de la segunda mitad del XIX, una literatura –cabe destacar Middlemarch y El molino de Floss– que escapa de los tintes góticos de Emily Brönte, se aleja de la utopía poética de William Cobbett, inscribiéndose en un romanticismo más estilístico que propiamente temático. Y fue precisamente Eliot, escondida tras el pseudónimo masculino, quien en un artículo crítico reivindicó la figura de Mary Wollstonecraft, comparando su novela-ensayo Vindicación de los derechos de la mujer, publicado en 1792, con la obra Woman the Nineteenth Century de la periodista norteamericana Margaret Fullet. Eliot fue una de las primeras en reivindicar a Mary Wollstonecraft, cuya figura ha permanecido durante años entre bambalinas, ante el protagonismo, indudablemente merecido, de su hija Mary Schelley. Sin embargo, tal y como subraya Stefan Bollmann en el capítulo que le dedica en su interesantísimo y ampliamente recomendable ensayo Mujeres y libros (Seix Barral), Wollstonecraft “sienta las bases de la crítica literaria” a través de sus artículos en Analitycal Review; su “actividad de reseñar”, señala Bollmann, “contribuye a su afán de formación y a su gusto por el descubrimiento”, pues la autora y periodista inglesa, que había ejercido la labor de institutriz, “es y sigue siendo la educadora de siempre, si bien su cometido ha pasado del ámbito de la educación infantil y la enseñanza escolar a uno más abstracto, el de la información y la crítica”, es decir, como ella misma indica, a “la educación del género humano”. No hay distinción de género para Wollstonecraft, su Vindicación responde precisamente a su convicción de la necesaria y obligada equiparación entre hombre y mujer, una equiparación que solamente puede darse a partir de la educación, la formación y la cultura. Y esta equiparación implica a su vez una crítica contra toda posible indulgencia hacia las denominadas novelas femeninas o las novelas escritas por mujeres; la equiparación implica, a nivel literario y social, los mismos derechos y las mismas responsabilidades, de ahí que, como crítica literaria, el hecho que “obras escritas por mujeres requieran una consideración especial por surgir en condiciones más difíciles le habría parecido igual que reconocer que a las mueres no se las puede tomar en serio porque, según los prejuicios imperantes, son el sexo débil no sólo física, sino también intelectualmente”.

hijasEn la nota introductoria de su Vindicación, incluida en el interesante volumen de relatos y ejercicios literarios-fotográficos Wollstonecraft. Hijas del horizonte, editado por Fernando Marías, Mary Wollstonecraft, afirmaba: “si el sistema educativo no prepara a las mujeres para ser compañeras del hombre, las mujeres detendrán el progreso, pue si la verdad no es común a todos será ineficaz a la hora de influir en la práctica general”. En el libro editado por Marías, que acertadamente elige este programático texto de la autora para incluir al inicio de la obra, una serie de autores, hombres y mujeres, rinden homenaje a Mary Wollstonecraft; escritoras y escritores se hacen compañía en un libro que, como indica el propio Fernando Marías, se convierte en un emblemático personaje al que se observa desde distintas perspectivas, desde literarias biografías, afortunadamente más próximas a la evocación que al biografismo de datos, hasta la escritura de relatos que evocan, de forma explícita o implícita, la figura de esta autora o, como termina definiéndola Bollmann, de esta intelectual inglesa, profundamente afrancesada. Hijas del Horizonte es el quinto volumen de Hijos de Mary Shelley, un grupo de narradores cuya obra se inscribe principalmente en el género fantástico o gótico, en efecto, los relatos aquí reunidos así se presentan. Sin embargo, los cuarenta y tres relatos que componen el libro sobrepasan el género, puesto que resulta imposible evocar a Mary Wollstonecraft vaciándola del discurso político-feminista y abiertamente reivindicativo: en efecto, tras el carácter fantástico, a veces carente de la lógica realista que domina nuestras vidas, de los relatos, se esconden voces narrativamente potentes que al reivindicar el papel y la figura de Wollstonecraft reivindican también el papel primordial de la escritura y de la literatura en general como una de las armas más potentes de intervención social, como grito que despierta a los dormidos y reorienta a los más perdidos. Autores como Cristina Fallarás, Fernando Olmeda, María Zaragoza, Tatiana Goransky, Juan Carlos Márquez o Espido Freire son solo algunos de los nombres que componen este volumen, pero son sin duda nombres que están asociados, de forma distinta, a una literatura y/o una escritura que, de forma más políticamente explícita o desde una distante ironía nada condescendiente, pone en discusión al lector y a la realidad que lo rodea. No buscan la complacencia, como sin duda no la buscaba Mary Wollstonecraft, cuya Vindicación molestaba, irritaba e incomodaba –como incomodan los textos de Eva Díaz Riobello, Teresa Serván e Isabel Wagemann, junto a las fotos de Olga Simón– al lector contaminado y, a la vez, atrapado por una forzada preceptiva entorno a la moral, a la buena conducta y a la figura de la mujer.

Sin duda el hoy no es el ayer, sin duda nada más banal que afirmar “que todo pasado fue mejor”, sin embargo la recuperación de la figura de Mary Wollstonecraft no está de más: no sólo desde un punto de vista histórico-testimonial, sino que parte de aquella Vindicación todavía debe ser vindicada. Complace leer el capítulo dedicado a la autora por Stefan Bollmann en Mujeres y libros así como el homenaje rendido a través de los textos de Wollstonecraft. Hijas del horizonte, complace ver que antes o después los olvidos se remedian y se recuperan autoras, en cuyos textos encontramos parte de las respuestas a preguntas que todavía, desgraciadamente, debemos plantearnos.

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