UNO, Ernesto Frattarola

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Ernesto Frattarola

La Isla de Siltolá, 2015

 

Por Agustín Calvo Galán

Un segundo libro es un reto. Con el primero el poeta suele tener de sus lectores un cierto plácet, una cierta condescendencia; pero el segundo libro es, sin duda, un reto: o es una oportunidad para reafirmarse y conseguir más atención, o un fracaso si el autor no se afianza en un camino poético propio. Sin desmerecer en absoluto el primer libro de Ernesto Frattarola, “Herido mármol” (Suburbia Ediciones, 2014), me permito decir que este UNO es ese escalón ascendente, ese estadio de consolidación que todo buen poeta va consiguiendo.

Pero vayamos a UNO, y comencemos por las cifras, por ese título tan, aparentemente, unívoco, pero que, en realidad, contiene una infinidad de significados, de entrada contiene las cuatro partes en las que Frattarola ha dividido el libro: Cero, Dos, Uno y un Epílogo.

La primera parte, Cero, comienza con el poema “Discreta anomalía”, que se sustenta en la enumeración de sustantivos y en la colocación de muy pocos verbos. Asimismo, el último verso es casi una pirueta gramatical, en la que el poeta estira al máximo las costuras del idioma para conseguir un máximo de significados: “Y este no haber ya quién en ningún dónde” (pág. 18), junto al quién y el dónde (en su forma interrogativa), aparece el verbo haber no como sinónimo de tener sino como verbo auxiliar, por tanto un verbo en su forma más débil, un no verbo podríamos decir, auxiliar en este caso de dos verbos que el poeta ha eludido en el verso, los verbos ser y estar. Y es que de ser y estar, de esta manera indirecta, no evidente, de la identidad, nada más y nada menos, habla Frattarala en su segundo libro.

Y UNO se trasforma en dos, en una segunda parte que comienza con un poema breve pero lleno de sentido; es decir, capaz de convertirse en piedra angular del libro: “Nos mintieron:/ nunca seremos uno” (pág. 39). Y es que la pareja, la unidad de dos, conlleva una serie de paradojas y contradicciones: la asunción de lo que cada uno es también supone asumir las relaciones que cada uno establece con los demás; y, tal vez, la pareja y, por extensión, la familia, es un lugar ideal para afrontar creativamente todas esas contradicciones. Así, el poeta se adentra en ese campo, a veces tan inefable de las relaciones familiares, como en el poema titulado, precisamente, “Identidad”, y en el que primer verso dice “Familia es uno mismo”, mientras que el último dice “Ni siquiera tú mismo” (pág. 43).

Y llegamos a la tercera parte, la titulada “Uno”, donde esa identidad personal, ese uno mismo que es Ernesto Frattarola, es asumido tanto desde la incomodidad como desde la conjunción armoniosa con su familia al completo, es decir, con su familia actual, la que él ha formado, y con su familia extendida hacia sus progenitores. Esta parte concluye con esa expresión, que parafrasea al Rimbaud de “yo es otro” (Je est un autre), tras el verso “Existir es ser otro” (pág. 70), encontramos el poema “Otro”: “Escribir es ser otro” y que acaba con “Soy lo que creen que soy / aquellos que no son fuera de mí” (pág. 71). Es decir, soy lo que creen que soy aquellos que existen dentro de mí, y que la poesía, la escritura poética le permite expresar desde la paradoja o desde la unión de contrarios y sin entrar en contradicción en absoluto: también en la multiplicidad que puede llegar a ser el uno que somos cada uno. Al fin, escribir y existir se convierten en la misma cosa para el poeta, escribir y vivir, con las mismas dificultades y miedos, con las mismas identidades, como en el poema “Eclipse”.

Y llegamos al Epílogo, ese viaje en transporte público, y que concluye con los versos “Entiendo ahora que todo se termina. / Que nada se termina” (pág. 81), porque la identidad tanto la del poeta como la de su propia obra contiene esa confrontación, por un lado una entidad acabada: un libro; pero, por otro lado, una identidad que continúa y no se cierra, no se puede cerrar, sino que se abre a nuevos significados, en este caso a los que cada lector le quiera dar.

“Algunos escritores confunden la autenticidad, a la que siempre deben aspirar, con la originalidad, de la que nadie debería preocuparse” (Auden, W.H. El arte de leer, Lumen, 2013, pág. 48) La identidad, efectivamente, es un tema que a todos nos compete, es un tema universal: hay algo más humano que preguntarse ¿quién soy?, una pregunta que a todos nos interroga y que nos atañe a todos individualmente y, cómo no, colectivamente, responder. Lo que hace de este libro algo original es la manera auténtica que tiene Frattarola de preguntarse y de buscar respuestas propias.

Y es que en esta sociedad nuestra, donde parece que se premia o se fomenta la libertad personal y el individualismo y hasta el egoísmo, en realidad la individualidad queda soslayada bajo modas, medios de comunicación de masa, comportamientos grupales, colectividades de las que aceptamos gratamente sus corrientes de opinión y hasta sus imposiciones. Sin embargo, UNO es, en su autenticidad un libro no solo único que refuerza la personalidad del autor, sino que también refleja una poética personal, reflexiva, una labor honda que permite también a cada lector meditar sobre sí mismo.

 

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