La ley del mercado (2015), de Stéphane Brizé

 

Por Miguel Martín Maestro.

La-ley-del-mercado-cartelDe Stéphane Brizé llegó hace tres o cuatro años una película interesante acerca de las pasiones entre personas de clases sociales aparentemente incompatibles, Mademoiselle Chambon era el título. Ahora consigo ver su última película, exhibida en el pasado festival de Cannes con escasa repercusión pese al premio concedido a su protagonista y con algún que otro amago de polémica por presunto plagio en la obra. En largos planos, a veces estáticos, a veces en movimiento, asistimos a la progresiva degradación de los ideales de Thierry, encarnado por el siempre rotundo y solvente Vincent Lindon, un sindicalista que ya no cree en luchas colectivas ni reivindicaciones de clase a fuerza de decepciones.

La ley del mercado ya sabemos que impone condiciones asfixiantes a todos sus servidores, un cúmulo de consecuencias cada cual más negativa para aumentar la cuenta de resultados y los beneficios a repartir. Un mundo en el que el empleado pasa a ser sospechoso habitual y donde el verdadero jefe delega en la gente común para que le haga el trabajo sucio. Thierry sufre en el paro, pero sufre más con su nuevo trabajo. De programador y manipulador de maquinaria industrial a vigilante de seguridad en una gran superficie de las afueras de cualquier gran ciudad, de obrero a perro guardián del sistema.

Acogemos a un personaje derrotado y en proceso de humillación constante, cansado de luchar contra una empresa que ha realizado una regulación de empleo contando con beneficios. Angustiado porque el paro se acaba, 15 meses cobrando y apenas 9 de subsidio por delante, con un hijo discapacitado que precisa de un centro especial para iniciar sus estudios universitarios, teniendo que afrontar la vergüenza de contar sus penurias a la empleada de banco que ha de conceder un pequeño crédito para superar el bache, enojado por haber hecho un curso en manejo de grúas industriales cuando el servicio público de empleo debería saber que ninguna empresa le iba a contratar por no haber trabajado previamente en el sector de la construcción. Thierry se rinde, decide dejar de litigar una readmisión o una indemnización superior de la anterior empresa, prefiere pasar página, encontrar un nuevo trabajo, olvidarse de una derrota para sobrevivir, para que no todo salte por los aires, un empleo, cualquier empleo que suponga una nómina y una garantía de pertenecer al sistema.

ley-del-mercado-escenaPero cuando Thierry empieza a conocer las verdaderas tripas del mercado es cuando se ve obligado a trabajar para su vigilancia, para aumentar los beneficios, para vigilar a clientes y empleados. De hecho, Thierry termina convirtiéndose en policía de sus compañeros de centro, quedando en una situación de tierra de nadie, ni forma parte de la dirección ni forma parte del grupo de empleados porque cualquier abuso de estos termina en despido. Thierry asiste impasible a la degradación y vejación involuntaria a la que son sometidos clientes y compañeros por pequeños hurtos. Con la zanahoria de que si los hurtos no son descubiertos peligra el bonus a final de año, los vigilantes se esmeran en localizar a los sospechosos, pero en esa actividad caen tanto los “profesionales” de lo ajeno como los verdaderos necesitados, aquellos que roban comida para poder sobrevivir, los que carecen de familia o amigos que puedan pagar los 15€ que cuesta la carne escondida, las que viven solas con hijos a su cargo y sin percibir la pensión del exmarido, la madre que tiene que ayudar al hijo drogadicto, es decir, esas personas que han sido expulsadas del mercado, esas personas en las que Thierry se ve reflejado y de cuya situación desesperada ha escapado por los pelos. Pero también hay otra deriva que va decepcionando cada vez más al protagonista, ver cómo los empleados, para aprovecharse de ofertas, pasan sus tarjetas de puntos cuando el cliente no la tiene, o cómo aquellos que se quedan con los cupones de descuento que los clientes no aprovechan son maltratados antes de ser despedidos. El mercado devora sus piezas sin misericordia alguna, “nosotros”, el mercado, hemos dejado de confiar en usted y ya no nos sirve.

El poder siempre termina abusando de su condición, pero para ello suele contar con colaboración dentro de las filas de los desapoderados, por eso Thierry sabrá que para conseguir romper con el mercado y su ley hay que hacer un desplante, un corte de mangas y darte media vuelta. Aunque te toque, más tarde, volver a pasar por todo el calvario de entrevistas, aguantar comentarios sobre tu edad, sobre la formación que te falta, sobre lo mal hecho que está tu currículo, aguantar charlas moralizantes para convencer a la plantilla de que el suicidio de una empleada despedida no tiene nada que ver con la solución de la empresa sino con su difícil vida familiar, como si una cosa y la otra no estuvieran relacionadas con la ley del mercado.

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