Minuscularidades

Minuscularidades, de Emilia Conejo

Godall Edicions, 2015

minuscularidades

Por Rebeca del Casal

 

Ahondar en la luminosidad

Mucho suele escarbar la literatura en oscuridad y desgarro, es menos frecuente que las letras paseen por la luz, o que recorran esa nitidez que es el equilibrio. Minuscularidades, primer libro de la poeta Emilia Conejo (filóloga, traductora y editora), es un precioso ejemplo de este recorrido. “Están los que se quedaron colgando de ese acantilado propio, incapaces de aferrarse a la roca por no perder la vista del abismo y poder describirlo en asonante. // Enfrente, los que cruzaron (o no) el desfiladero y tienen tatuada la mano que acompaña, consuela, apunta siempre centrífuga aunque a veces se golpee el pecho en arrebatos furtivos. // Las vistas desde uno y otro lugar son muy diferentes. (…) Pasar de un lado a otro es más fácil de lo que parece”.

Con prólogo de Pedro Provencio y acertado título, Minuscularidades estrena la colección Alcaduz de la editorial Godall. Es una obra whitmaniana en su vitalidad y su exaltación de lo pequeño, con algo de Dickinson en la limpidez con que transita los dos lados de la existencia, el oscuro y el luminoso, sin caer en ningún momento en la negación (tan acorde a la moda-dictadura del pensamiento positivo) ni en el pesimismo. El resultado es un ejercicio de madurez, un sólido comienzo de recorrido consciente de que estamos hechos de pequeños momentos y de que lo trascendente no es más importante que lo cotidiano. O mejor dicho, lo cotidiano es trascendente, no hay que realizar ninguna rancia división entre la vida y lo literario (recomiendo efusivamente esta entrevista a la autora: promoartyou.com). A ratos, tiene ese olor a amanecer que se desprende de algunos poemas de Claudio Rodríguez “y entre bambalinas el aroma a abrazo recién/ hecho, nariz con nariz y sol de leche”, y algo de su admirada Olga Orozco, en esa fecundidad verbal con que parece hacer papiroflexia con el lenguaje.

emiliaconejoLa de Emilia es una escritura-manantial, refresca y calma la sed, fluye por un campo semántico que recorre la naturaleza, la tribu y la urbe, lo privado y lo público. También es un surtidor, un remolino ascendente de hojas secas, prisas, música y objetos. Construido, en su mayor parte, desde un yo y un nosotros que nos remiten todo el rato a un sentimiento de pertenencia, a una existencia individual no aislada, marcada por unas pautas de convivencia algo herméticas, cuya fragilidad es descrita con ternura “nadie llora fuera de su cabaña”, “llueven hacia dentro los isleños”. Pero también describe una humanidad llena de vida, “somos eso y un niño en un triciclo que gorjea bullicios”, “somos pueblo, muchedumbre, capital de selva”, “nadie nos avisó de este rito encriptado. / De la plena contradicción de la felicidad. / De la madurez”. También encontramos algunos poemas que recuerdan a un cuento de hadas, pues ser social lleva implícito cuidar de la prole, y la descendencia no es algo individual que deba ocurrir exclusivamente de puertas a dentro, ni mucho menos una verdad absoluta en que las familias se zambullen con el rumbo prefijado “hoy lavaremos a nuestros cachorros en una/ brisa fresca que nos recuerde que vivimos en pleno mar”, “Inaugura el umbral una certidumbre de antónimos/ siameses. Nacen hijos como dudas, criamos en/ paralelo a verdades y punzadas”.

Los poemas de Minuscularidades suelen ocupar no más de una página, de la que rebosa sabiduría y plenitud, y están plagados de fogonazos, giros y frescas combinaciones que consiguen, con sencillez, imágenes con muchísima fuerza “abrirme el aria en canal, enferma / de tanto hurgar en ella con los cariños sin esterilizar”. La soledad, la prisa, la incertidumbre, temas que son tratados con serenidad “Corredores de fondo navegan a la deriva. / De sus ojos se sueltan enjambres de ríos que penetran un calor barrica de roble”, “contenemos el aire que precede a la tormenta”, “hacemos castillos en los relojes de arena”, “se quieren los corredores de fondo; se aman y rugen a partes iguales”, “Nosotros, los urgentes(…)hacemos de la prisa un arte zen(…)y adoramos a la diosa Ahora”. La poesía se liberó del corsé hace mucho tiempo, y gracias a ello ahora podemos disfrutar de estas orfebrerías centradas en el contenido y en la vida.

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