«El arte de volar», de Antonio Altarriba y Kim.

Por Roberto Bartual

En los últimos años, algunas de las novelas gráficas que más fama han adquirido son totalmente o en parte autobiográficas. Podemos citar títulos como Persépolis, La Ascensión del Gran Mal (Epiléptico) o Paracuellos. Y, sin embargo, no se trata de una moda ni de una casualidad: el cómic es un medio que se presta de manera especial a la autobiografía.

Cuando un autor escribe un libro en el que aborda su propia vida, se ve obligado a utilizar palabras; pero las palabras, como tales, no son suyas, ya que pertenecen a la comunidad de hablantes y a los diccionarios que las definen. El escritor literario construye su vida con objetos ajenos, mientras que el autor de cómics lo hace con sus propias manos, pues el dibujo nace de un gesto manual que sólo le pertenece al artista. Dentro de cada viñeta, el trazo gráfico es un recuerdo del movimiento que le dio origen, como una huella que, al mirarla, nos remite de manera precisa e inconfundible a su autor. Al contrario que el autor literario, el que se dedica a los cómics, cuando elabora una autobiografía deja en ella literalmente un pedazo de sí mismo. O al menos la huella de ese pedazo.

Al que ya haya leído El Arte de Volar, escrito por Antonio Altarriba y dibujado por Kim, le resultará contradictoria esta introducción, pues esta obra, ganadora de los premios principales del último Salón del Cómic de Barcelona, no es una autobiografía, sino una biografía y, además, está dibujada por una persona completamente ajena a los acontecimientos que ella se narran.

La relación del guionista con el biografiado es, sin embargo, muy cercana. En El Arte de Volar, Altarriba relata la vida de su padre, combatiente republicano, maquis y miembro de la Resistencia Francesa, empresario ya de vuelta en España, padre ausente y marido infiel, que se suicidó hace casi diez años después de una insoportable vida llena de frustraciones y desencantos.

 

¿Por qué hablar entonces del género autobiográfico? Por una sencilla razón: Altarriba da comienzo a El Arte de Volar identificándose con su padre de un modo insistente. “Lo que sé de él no es por haberlo oído o leído. Lo que sé de su vida es porque, como he dicho, yo estaba en él o, quizá con él, y ahora una vez muerto, él está en mí”. Altarriba nos recuerda, al menos durante las primeras páginas de El Arte de Volar, la naturaleza dual del narrador, que oscila entre la voz del hijo y la voz del padre. “Mi padre, que ahora soy yo, no conserva buenos recuerdos de su infancia”. “Mi abuelo, que ahora es mi padre, sólo pensaba en incrementar sus escasas propiedades”. Pero poco a poco, el narrador deja de hacer explícito este proceso de identificación. No es necesario mantenerlo durante todo el libro, porque aunque El Arte de Volar se desarrolle en apariencia como una biografía más o menos convencional, el lector no deja de ser consciente en ningún momento de que si el narrador-hijo dice haberse convertido en el mismo padre-protagonista, algunos de los acontecimientos que narra bien pudiéramos atribuírselos a su imaginación o a su deseo, más que a la realidad biográfica del padre.

Toda biografía es, por tanto, una autobiografía. En el frente, el padre de Altarriba recibe un regalo de manos de uno de sus compañeros. Se trata nada más y nada menos que de las alpargatas de Durruti, las mismas que llevaba en los pies en el momento de su muerte. El padre de Altarriba las guarda durante toda la guerra y sigue conservándolas durante su exilio en Francia. Sin embargo, años más tarde, cuando decide “someterse a la ley del vencedor y volver a España”, el padre de Altarriba quema las alpargatas en un ataque de frustración. Con las alpargatas de Durruti quemadas, ¿cómo no dudar de su existencia? Si de verdad le hicieron entrega de ellas al padre de Altarriba, ¿serían realmente las auténticas de Durruti? ¿Le mintió su compañero miliciano con el fin de hacer de ellas un talismán? ¿Era acaso el padre de Altarriba quien mentía acerca de la procedencia de las alpargatas? ¿O tal vez es el propio Altarriba el que exagera la historia?

Ninguna de estas preguntas tiene respuesta, pero el simple hecho de que podamos planteárnoslas demuestra lo mucho que acierta El Arte de Volar en su forma de tratar el fenómeno de la memoria. No existe el recuerdo fiel; ni siquiera cuando uno mismo se acuerda de su pasado, pero mucho menos cuando uno recuerda el pasado de otros. Y es en las infidelidades que Altarriba y Kim cometen donde reside la parte más conmovedora de esta historia. Cuando el padre de Altarriba es feliz durante un breve periodo de su vida, escondido en la campiña francesa, Kim nos depara unas imágenes eufóricas, evidentemente idealizadas de su romance con la paisana Madeleine; tan idealizadas que el padre de Altarriba consigue verse a sí mismo flotando en el aire, con el cordón umbilical intacto, uniéndole a la granja donde se esconde.

No sabemos si el padre de Altarriba fue tan feliz en ese momento como estas páginas de El Arte de Volar nos dan a entender, pero es emocionante ver cómo en un acto de justicia poética, un guionista y un dibujante se ponen de acuerdo para darle a un miliciano, perdedor por partida triple de la Guerra Civil, de la Guerra Mundial y de la Postguerra Franquista, uno de esos instantes que justifican una vida entera.

Exageraciones piadosas como ésta y la de las alpargatas de Durruti son la materia prima de la existencia humana. Toda biografía no es únicamente una autobiografía; además, es también ficción. Habiendo asumido esto, como en su momento lo asumió Art Spiegelman, Altarriba se acerca a su padre mucho más de lo que cualquier autor de cómics autobiográfico puede acercarse a sí mismo cuando, con su propia mano, intenta plasmar sus recuerdos con sinceridad sin darse cuenta de que todos los recuerdos son ficción. Puede que autores como estos dejen una huella de sí mismos en sus obras. Altarriba se deja el alma.

Roberto Bartual (roberto_bartual@hotmail.com)

7 thoughts on “«El arte de volar», de Antonio Altarriba y Kim.

  • el 20 julio, 2010 a las 1:43 pm
    Permalink

    Estupendo artículo Roberto. Yo lo leí hace ya unos meses, cuando vi que aparecía en el puesto más alto de las listas de lo mejor del año, lo he regalado, lo he recomendado, lo he comentado, lo he vuelto a leer, …, y es que, a pesar de la honda tristeza de la historia aquí contada, uno no puedo dejar de sentir que ahora él también está en nosotros.

    Respuesta
  • el 21 julio, 2010 a las 1:11 pm
    Permalink

    Tenéis razón, el libro es impresionante. La historia te agarra desde el 1º momento hasta el final, está muy bien narrada y estructurada, es dramática pero a veces también divertida, nos enseña como fue una época terrible y no muy lejana de este país que vivieron nuestros abuelos…en fin…una gozada.

    Respuesta
  • el 26 julio, 2010 a las 8:51 pm
    Permalink

    Hola Roberto. Sólo comentarte que te he enlazado desde mi artículo en Culturamas 😉
    Y qué buen tebeo es El Arte de Volar, sí

    Respuesta
  • el 7 septiembre, 2010 a las 6:11 pm
    Permalink

    Hoy a las 10h de la mañana he empezado a leer «El arte de volar», y ya me lo he acabado hace unas dos horitas, y es que…..te engancha desde el primer instante. Es una historia, muy bien narrada y fabulosamente dibujada.
    Desde esta página os invito a todos a que os permitais el lujo de disfrutar de este comic.

    Respuesta
  • el 5 enero, 2014 a las 5:00 pm
    Permalink

    Es la primera vez que un comic me deja sin aliento. Con grandisimo esfuerzo tan solo me han salido un conatos de lagrimas. He evocado a mis abuelos maternos y paternos con nostalgia y tristeza.
    El libro, ya devuelto, y con muy pocas ganas, me anima a preguntaros
    ¿ Como podria conseguir dos ejemplares para mis dos hijos( uno ausente y otro presente )¿ Alguna idea o referencia ?
    Felices fiestas y un Prospero año 2014

    Respuesta
  • Pingback: El ala rota en culturamas.es - Antonio Altarriba

Responder a mamen Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *