Simone Weil: «Sobre la supresión general de los partidos políticos»

Simone-Weil
Simone Weil (1909-1943)

«El hecho de que [los partidos políticos] existan no es motivo suficiente para conservarlos. Sólo el bien es un motivo legítimo de conservación. El mal de los partidos políticos salta a la vista. El problema que hay que examinar es si hay en ellos un bien mayor que el mal, que haga que su existencia sea deseable.

Pero sería más adecuado preguntarse: ¿Hay en ellos una parcela, aunque sea infinitesimal, de bien? ¿No son acaso mal en estado puro o casi?

Si son algo malo, está claro que de hecho y en la práctica solo podrán producir el mal. Es un artículo de fe. «Un buen árbol jamás dará malos frutos, ni un árbol podrido buenos frutos».

Pero primero hay que reconocer cuál es el criterio del bien. Sólo puede ser la verdad, la justicia, y, en segundo lugar, la utilidad pública.

La democracia, el poder de los más, no es un bien. Es un medio con vistas al bien, estimado eficaz con razón o sin ella. Si la República de Weimar, en lugar de Hitler, hubiera decidido por vías rigurosamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarlos con refinamiento hasta la muerte, las torturas no habrían tenido ni un átomo de legitimidad más de la que ahora tienen. Ahora bien, algo parecido a esto no es totalmente inconcebible.

Sólo lo que es justo es legítimo. El crimen y la mentira no lo son en ningún caso.

Nuestro ideal republicano procede enteramente de la voluntad general de Rousseau. Pero el sentido de esta noción se perdió casi de inmediato, porque es compleja y demanda un alto grado de atención. Dejando de lado algunos capítulos, pocos libros son tan hermosos, fuertes, lúcidos y claros como lo es El contrato social. Se dice que pocos son los libros que han tenido tanta influencia. Pero de hecho todo sucedió y sucede como si no hubiera sido leído nunca.

Rousseau partía de dos evidencias. Una, que la razón discierne y elige la justicia y la utilidad inocente, y que todo crimen tiene como móvil la pasión. Otra, que la razón es idéntica en todos los hombres, frente a las pasiones, que, casi siempre, difieren. En consecuencia si, sobre un problema general, cada uno reflexiona en soledad y expresa una opinión, y si después se comparan las opiniones entre sí, probablemente coincidirán por el lado justo y razonable de cada una y diferirán por las injusticias y los errores. Únicamente en virtud de un razonamiento de este tipo se admite que el consensus universal indica la verdad.

La verdad es una. La justicia es una. Los errores, las injusticias son indefinidamente variables. De esta manera, los hombres convergen en lo justo y lo verdadero, y en cambio la mentira y el crimen los hacen divergir indefinidamente. Puesto que la unión es una fuerza material, se puede esperar encontrar en ella un recurso para hacer que la verdad y la justicia sean aquí abajo materialmente más fuertes que el crimen y el error. Se precisa un mecanismo conveniente. Si la democracia constituye tal mecanismo, es buena. Si no, no.

Una voluntad injusta, común a toda la nación, no era en absoluto superior, a ojos de Rousseau —y tenía razón—, a la voluntad injusta de un hombre. Rousseau pensaba, tan solo, que casi siempre una voluntad común de todo un pueblo era, de hecho, conforme con la justicia, por neutralización mutua y compensación de pasiones particulares. Ese era para él el único motivo de preferir la voluntad del pueblo a una voluntad particular.

Asimismo una cierta masa de agua, aun cuando compuesta de partículas que se mueven y chocan sin cesar, se encuentra en equilibrio y reposo perfectos. Devuelve a los objetos sus imágenes con verdad irreprochable. Indica perfectamente el plano horizontal. Dice sin error la densidad de los objetos sumergidos.

Si individuos apasionados, empujados por la pasión al crimen y a la mentira, se componen del mismo modo formando un pueblo verídico y justo, entonces es bueno que el pueblo sea soberano. Una constitución democrática es buena si, primero, realiza en el pueblo ese estado de equilibrio, y si, solo después, hace que las voluntades del pueblo sean ejecutadas.

El verdadero espíritu de 1789 consiste en pensar no que algo es justo porque el pueblo lo quiere, sino que, bajo ciertas condiciones, la voluntad del pueblo tiene más posibilidades que ninguna otra voluntad de ser conforme a la justicia.

Hay varias condiciones indispensables para poder aplicar la noción de voluntad general. Dos deben retener particularmente la atención.

Una es que, en el momento en que el pueblo toma conciencia de una de sus voluntades y la expresa, no hay ninguna especie de pasión colectiva.

Es del todo evidente que el razonamiento de Rousseau se desmorona en cuanto hay pasión colectiva. Rousseau lo sabía perfectamente. La pasión colectiva es un impulso al crimen y a la mentira infinitamente más poderoso que cualquier pasión individual. Los malos impulsos, en este caso, lejos de neutralizarse, se elevan mutuamente a la milésima potencia. La presión es casi irresistible si no se es un auténtico santo.

Un agua a la que una corriente violenta, impetuosa, pone en movimiento ya no refleja los objetos, ya no tiene una superficie horizontal, ya no indica las densidades. E importa muy poco que sea movida por una única corriente o por cinco o seis que se entrechocan y forman remolinos. En ambos casos, se encuentra igualmente turbada.

Si una sola pasión colectiva se apodera de todo un país, el país entero es unánime en el crimen. Si dos, cuatro, cinco o diez pasiones colectivas lo dividen, está dividido en varias bandas de criminales. Las pasiones divergentes no se neutralizan, como sucede en el caso de un sinfín de pasiones individuales fundidas en una masa; el número es demasiado pequeño, la fuerza de cada una es demasiado grande para que pueda darse la neutralización. La lucha las exaspera. Se entrechocan con un ruido verdaderamente infernal que hace imposible que se oiga, ni por un segundo, la voz de la justicia y de la verdad, siempre casi imperceptible.

Cuando hay pasión colectiva en un país, es probable que una voluntad particular cualquiera esté más cerca de la justicia y de la razón que la voluntad general, o más bien que lo que constituye su caricatura.

La segunda condición es que el pueblo tenga que expresar su voluntad respecto de los problemas de la vida pública y no solo elegir a las personas. Y aún menos una elección de colectividades irresponsables. Pues la voluntad general no tiene ninguna relación con una tal elección.

Si hubo en 1789 una cierta expresión de la voluntad general, aun cuando se adoptara el sistema representativo a falta de saber imaginar otro, es porque hubo algo bastante diferente de las elecciones. Todo lo que había de vivo a través de todo el país —y el país se desbordaba de vida— había intentado expresar un pensamiento mediante el órgano de los Cahiers de revendication [Cuadernos de reivindicación]. Los representantes se habían hecho conocer, en gran parte, en el curso de esa cooperación en el pensamiento; conservaban su calor; sentían que el país estaba atento a sus palabras, celoso de vigilar si traducían exactamente sus aspiraciones. Durante algún tiempo —poco tiempo— fueron verdaderamente simples órganos de expresión para el pensamiento público.

Semejante cosa no se volvió a producir nunca más. Enunciar estas dos condiciones muestra que nunca hemos conocido nada que se asemeje, ni de lejos, a una democracia. En lo que nombramos con ese nombre, el pueblo no ha tenido nunca la ocasión ni los medios de expresar un parecer sobre un problema cualquiera de la vida pública; y todo lo que escapa a los intereses particulares se deja para las pasiones colectivas, a las que se alimenta sistemática y oficialmente.

II.

El mismo uso de las palabras democracia y república obliga a que se examine con atención extrema los dos problemas siguientes:

¿Cómo darles de hecho, a los hombres que componen el pueblo de Francia, la posibilidad de expresar a veces un juicio sobre los grandes problemas de la vida pública?

¿Cómo impedir, en el momento en el que se interroga al pueblo, que a través suyo circule cualquier pasión colectiva?

Si no se piensa en esos dos puntos, es inútil hablar de legitimidad republicana.

Las soluciones no son fáciles de concebir. Pero es evidente, tras un examen atento, que cualquier solución implicaría en primer lugar la supresión de los partidos políticos.

Para valorar a los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar discerniendo sus características esenciales.

Se pueden enumerar tres:

Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva.

Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros.

La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.

Debido a este triple carácter, todo partido político es totalitario en germen y en aspiración. Si de hecho no lo es, es solo porque los que lo rodean no lo son menos que él.

Estas tres características son verdades de hecho, evidentes para cualquiera que se haya aproximado a la vida de los partidos.

La tercera es un caso particular de un fenómeno que se produce allí donde el colectivo domina a los seres pensantes. Es la inversión de la relación entre fin y medio. En todas partes, sin excepción, todas las cosas generalmente consideradas como fines son, por naturaleza, por definición, por esencia, y de la manera más evidente, únicamente medios. Se podría citar tantos ejemplos como se quisiera en todos los campos. Dinero, poder, Estado, grandeza nacional, producción económica, diplomas universitarios; y muchos más.

Sólo el bien es un fin. Todo lo que pertenece al dominio de los hechos es del orden de los medios. Pero el pensamiento colectivo es incapaz de elevarse por encima del dominio de los hechos. Es un pensamiento animal. Posee la noción de bien solo lo suficiente como para cometer el error de tomar tal o cual medio por el bien absoluto. Y eso es lo que sucede con los partidos: un partido es, en principio, un instrumento para servir a una cierta concepción del bien público.

Esto es cierto incluso de aquellos que están vinculados a los intereses de una categoría social, pues siempre existe una cierta concepción del bien público, en virtud de la cual habría coincidencia entre el bien público y esos intereses. Pero esa concepción es extremadamente vaga. Esto es verdad sin excepción y casi sin diferencia de grados. Los partidos más inconsistentes y los más estrictamente organizados son iguales por lo vaga que es su doctrina. Ningún hombre, aun cuando hubiere estudiado profundamente la política, sería capaz de una exposición precisa y clara respecto de la doctrina de ningún partido, incluido, si se diera el caso, del suyo propio.

Las gentes no se confiesan esto a sí mismas en absoluto. Si se lo confesaran, estarían ingenuamente tentadas de verlo como un signo de incapacidad personal, por no haber reconocido que la expresión «doctrina de un partido político» no puede jamás, por la naturaleza de las cosas, tener significado alguno.

Un hombre, aunque pase toda su vida escribiendo y examinando problemas de ideas, solo raramente tiene una doctrina. Una colectividad no la tiene jamás. No es una mercancía colectiva. Se puede hablar, cierto es, de doctrina cristiana, doctrina hindú, doctrina pitagórica, etc. Lo que se designa entonces con esa palabra no es ni individual, ni colectivo; es una cosa situada infinitamente por encima de este o aquel nivel. Es, pura y simplemente, la verdad.

La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real, exigiría un esfuerzo muy grande de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Así, es inevitable que de hecho sea el partido para sí mismo su propia finalidad.

En consecuencia hay idolatría, pues solo Dios es legítimamente una finalidad para sí mismo.

La transición es fácil. Se pone como axioma que la condición necesaria y suficiente para que el partido sirva eficazmente a la concepción del bien público con vistas a la cual existe es que posea una gran cantidad de poder.

Pero ninguna cantidad finita de poder puede jamás, de hecho, ser mirada como suficiente, sobre todo una vez obtenida. El partido se encuentra, de hecho, debido a la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia del poder de que dispone. Aun cuando fuera el dueño absoluto del país, las necesidades internacionales serían las que impondrían límites estrechos.

De este modo, la tendencia esencial de los partidos es totalitaria, no solo en lo que respecta a una nación, sino en lo que respecta al globo terrestre. Precisamente porque la concepción del bien público propia -de tal o cual partido es una ficción, algo vacío, sin realidad, es- por lo que impone la búsqueda del poder total. Toda realidad implica por sí misma un límite. Lo que no existe en absoluto no es jamás limitable.

Por eso es por lo que hay afinidad, alianza entre el totalitarismo y la mentira.

Mucha gente, cierto es, nunca piensa en el poder total; ese pensamiento les daría miedo. Es vertiginoso, se precisa una especie de grandeza para sostenerlo. Esa gente, cuando se interesa por un partido, se contenta con desear su crecimiento; pero como algo que no comporta ningún límite. Si este año hay tres miembros más que el año pasado, o si la colecta ha conseguido cien francos más, están contentos. Pero desean que eso continúe indefinidamente en la misma dirección. Jamás concebirían que su partido pudiera tener, en ningún caso, demasiados miembros, demasiados electores, demasiado dinero.

El temperamento revolucionario conduce a concebir la totalidad. El temperamento pequeño-burgués conduce a instalarse en la imagen de un progreso lento, continuo y sin límite. Pero en ambos casos el crecimiento material del partido deviene el único criterio respecto del cual se definen el bien y el mal de todas las cosas. Exactamente como si el partido fuera un animal al que hay que engordar, y como si el universo hubiera sido creado para hacerlo engordar.

No se puede servir a Dios y a Mammon. Si se tiene un criterio del bien distinto al bien, se pierde la noción del bien.

Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un criterio del bien, se sigue inevitablemente la existencia de una presión colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. Esa presión se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama. Nos horrorizaría, de no ser porque la costumbre nos ha endurecido.

Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia.

Se ejerce la presión colectiva sobre el gran público mediante la propaganda. La finalidad confesada de la propaganda es persuadir y no comunicar luz. Hitler vio perfectamente que la propaganda es siempre un intento de someter a los espíritus. Todos los partidos hacen propaganda. El que no la hiciera desaparecería por el hecho de que los demás sí la hacen. Todos confiesan que hacen propaganda. Nadie es tan audaz en la mentira como para afirmar que se propone la educación del público, que forma el juicio del pueblo.

Los partidos hablan, cierto es, de educación de los que se les han acercado, simpatizantes, jóvenes, nuevos adherentes. Esa palabra es una mentira. Se trata de un adiestramiento para preparar la influencia mucho más severa que el partido ejerce sobre el pensamiento de sus miembros.

Supongamos que un miembro de un partido —diputado, candidato a diputado, o simplemente militante— adquiera en público el siguiente compromiso: «Cada vez que examine cualquier problema político o social, me comprometo a olvidar absolutamente el hecho de que soy miembro de tal grupo y a preocuparme exclusivamente de discernir el bien público y la justicia.» Ese lenguaje sería muy mal acogido. Los suyos, e incluso muchos otros, lo acusarían de traición. Los menos hostiles dirían: «Entonces, ¿para qué se ha afiliado a un partido?», confesando de esta manera ingenua que, cuando se entra en un partido, se renuncia a buscar únicamente el bien público y la justicia. Ese hombre sería excluido de su partido, o por lo menos perdería la investidura; seguramente no sería elegido.

Pero aún más, ni siquiera parece posible que un lenguaje así se use. De hecho, salvo error, jamás ha sido usado. Si se han pronunciado algunas palabras próximas a esas, sólo lo hicieron hombres deseosos de gobernar con el apoyo de otros partidos distintos del suyo. Tales palabras sonaban entonces como una especie de afrenta al honor.

Por el contrario, se considera totalmente natural, razonable y honorable que alguien diga: «Como conservador… —o como socialista— pienso que…».Esto, cierto es, no lo hacen sólo los partidos. No se sonroja quien dice: «Como francés, pienso que…», «Como católico, pienso que…». Unas jovencitas, que se proclamaban vinculadas al gaullismo como equivalente francés del hitlerismo, añadían: «La verdad es relativa, incluso en geometría». Estaban tocando el punto central.

Si no hay verdad, es legítimo pensar de tal o cual manera en tanto uno es tal o cual cosa. Del mismo modo que se tiene el cabello negro, castaño, rojizo o rubio porque se es así, también se emiten tales o cuales ideas. El pensamiento, como el cabello, es entonces el producto de un proceso físico de eliminación. Si se reconoce que hay una verdad, solo está permitido pensar lo que es verdadero. Entonces se piensa tal cosa no porque se da el caso de que de hecho uno es francés, o católico, o socialista, sino porque la luz irresistible de la evidencia obliga a pensar así y no de otra manera. Si no hay evidencia, si hay duda, entonces es evidente que, en el estado de conocimientos del que se dispone, la cuestión es dudosa. Si existe una débil probabilidad de un lado, es evidente que hay una débil probabilidad; y así con todo lo demás. En todos los casos, la luz interior concede siempre a cualquiera que la consulte una respuesta manifiesta. El contenido de la respuesta es más o menos afirmativo; importa poco. Siempre es susceptible de revisión; pero ninguna corrección puede llevarse a cabo a no ser mediante la luz interior.

Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan solo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Entonces se encuentra respecto del partido en estado de mentira. Es una situación que solo puede ser aceptada a causa de la necesidad, que obliga a estar en un partido para tomar parte eficazmente en los asuntos públicos. Pero entonces esa necesidad es un mal y hay que ponerle fin suprimiendo los partidos.

Un hombre que no ha adoptado la resolución de fidelidad exclusiva a la luz interior instala la mentira en el centro mismo del alma. Las tinieblas interiores son su castigo.

Sería un intento vano salir de esa situación mediante la distinción entre libertad interior y disciplina exterior. Pues hay que mentir entonces al público, hacia el que todo candidato, todo elegido, tiene una obligación particular de verdad.

Si me planteo decir, en nombre de mi partido, cosas que estimo contrarias a la verdad y a la justicia, ¿voy a indicarlo en una advertencia previa? Si no lo hago, miento.

De esas tres formas de mentira —al partido, al público, a uno mismo— la primera es con mucho la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente, incondicionalmente, un mal».

 (Fuente: «Notas sobre la supresión general de los partidos políticos», Simone Weil)

4 thoughts on “Simone Weil: «Sobre la supresión general de los partidos políticos»

  • el 18 mayo, 2020 a las 8:53 pm
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    Entonces si no existieran los partidos políticos, cuál sería la mejor forma de representarnos en una democracia. Espero respuestas.

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    • el 31 mayo, 2020 a las 4:01 pm
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      Los partidos políticos son intermediarios que al final no hacen lo que queremos ni lo que prometieron. Con la tecnología actual, las cosas más importantes las deberíamos votar nosotros mismos, vía online. Si podemos hacer la declaración de la renta, pagar multas, etc., por Internet, también podemos asumir el poder que tradicionalmente hemos delegado en los partidos, total para que no acaben representándonos.

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  • el 10 marzo, 2021 a las 10:07 pm
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    Hoy, nuestro derecho fundamental es Participar en los asuntos públicos directamente cuando nos toque si nos toca, conforme al art. 23. 1 de la C. E. y arts. 25 y 26 de la ley electoral. Si somos ciudadanos, nos representamos a nosotros mismos y tenemos derecho a representarnos, no necesitamos que nadie nos represente, ni nadie mas nos representa.

    Seguro que estas líneas no representan dificultad y tienen claridad suficiente, fáciles de leer y comprender en su totalidad.

    LA MAQUINA DE VAPOR Y EL DERECHO DE VOTO

    En la revolución industrial, la máquina de vapor fue un importante avance respecto a la situación anterior de solo disponer de la fuerza animal y la manual o física del propio hombre, máquina que, a su vez, se vio luego superada y sustituida por el motor de combustión interna; y este nuevo avance respecto a la máquina de vapor, está siendo igualmente superado y sustituido íntegramente por otros avances próximos que ya todos ya hemos oído y conocemos, y el motor de combustión interna -gasolina y diesel- deberá pronto desaparecer, por sus inconvenientes y por las mayores ventajas de los nuevos avances.

    El llamado derecho de voto es muy anterior a la propia máquina de vapor o coetáneo a ella en el mejor de los casos, y frente al absolutismo fue entonces un avance -como la máquina de vapor- y en aquel momento era la única posibilidad al alcance de la mayor parte de la sociedad y clases sociales de entonces profundamente deprimidas que difícilmente podían acceder ni siquiera al engañoso y escaso voto puesto que su realidad social, su situación económica, su situación vital, ausencia absoluta de educación y de formación mínima y alejamiento de los círculos de poder y de las instituciones era tan grande y tan abismal e insalvable que incluso el mero voto se antojaba nada fácil para muchos seres humanos pertenecientes a las clases más inferiores y numerosas, muy inalcanzable para ellas también el mero o simple y escaso voto que solo es bueno o favorable si lo comparamos con el absolutismo que le precedió.
    Una cosa mala aparece o se convierte en buena si la comparamos con otra absolutamente peor. El voto solo es bueno si lo comparamos con el absolutismo anterior.
    Afortunadamente las circunstancias sociales actuales ya no son aquellas, son muy distintas, y afortunadamente también el propio Ordenamiento Jurídico contempla hoy, superando por fin el simple y falso voto o “derecho de voto”, algo muy superior al engañosamente llamado “derecho de voto” que lejos de ser Derecho favorable es sólo pérdida, entrega, renuncia y eliminación, y que ha sido reemplazado constitucionalmente por el nuevo Derecho Fundamental de todos los ciudadanos a Participar en los asuntos públicos directamente. Art. 23.1 C.E., y ya se aplica de modo efectivo en las Mesas (desgraciadamente electorales) de ciudadanos no políticos, de ciudadanos a secas, plenamente legítimas y democráticas las Mesas.
    Y solo añadídamente a esa Participación Directa verdadera de todos los ciudadanos, se añade a ella, como segunda posibilidad, la llamada participación indirecta, instrumental y falsa -que no es Participación-, mediante la vocal disyuntiva “O” :
    Art.23.1 de la C.E.: Los ciudadanos tienen derecho a Participar en los asuntos públicos, directamente . . “o” “por medio de” “representantes” “libremente elegidos”.

    (1). Esta participación indirecta, el falso y simple voto no es ya el Derecho Fundamental del art. 23.1 de la C.E., y no es la primera, ni la esencial, es solo la segunda tras la Participación Directa única verdadera y esencial de ese Derecho Fundamental y la que corresponde a ciudadanos iguales en derecho sin posibilidad de clases de ciudadanos, ciudadanos de primera con derecho y ciudadanos de segunda sin derecho – por ejemplo del derecho romano en el que había ciudadanos romanos y el resto la plebe, los plebeyos sin la condición de ciudadanos.

    (2). Es solo instrumental y medial, “por medio de”, en ella no es el propio ciudadano el que Participa, en ella el ciudadano no Participa , sino otro sujeto distinto instrumental y medial que pasa a ser más importante y superior al propio ciudadano que supuestamente utiliza ese instrumento medial. En ella el ciudadano no Participa, en ella el ciudadano renuncia y es eliminado de Participar en los asuntos públicos y eliminado de las instituciones de escaños, y solo puede mirar desde el otro lado del cristal lo que hacen con su derecho para perjudicarlo.
    (3). Es solo una alternativa o disyuntiva, “O”. No puede ser convertida e impuesta como la única posible y la única existente por encima de la Directa verdadera y esencial que se elimina y desaparece bajo la supremacía única de la participación indirecta falsa.
    (4). Habrían de ser “representantes” por exigirlo el precepto, que no lo son y que ningún ciudadano necesita si son verdaderamente ciudadanos. No necesito que nadie me represente, ni nadie me representa, ya me represento yo. La representación incluso la prohíbe el art. 67.2 de la C.E. Por ello no es representación, nunca es representación, ni puede serlo, ni nadie la necesita, ningún ciudadano la necesita salvo que sean eliminados.
    (5). Y, por último, tampoco son libremente determinados ni “libremente elegidos” (nótese la redundancia, una elección que no sea libre, no es elección si es obligada o restringida de cualquier forma) había de ser elección con libertad absoluta, libremente determinados sin embudos ni reducciones a la libre elección y libre determinación, por tratarse de una libertad de rango constitucional que no puede ser restringida por ninguna norma distinta e inferior a la propia Constitución que la exige al decir “libremente elegidos” con libertad absoluta en su libre determinación y no solo “entre unos pocos” que son claramente determinados e impuestos a todos los ciudadanos en contra de la libre elección y de la simple elección. “Elegir pero limitadamente entre unos pocos que solo nosotros hemos determinado previamente e imponemos”. Es decir, mediante el embudo que elimina a la inmensa mayoría de ciudadanos que sencillamente desaparecen eliminados en favor de solo unos pocos, entre los que muy limitadamente habrá de hacerse la supuesta “elección” en la que no existe tal libertad de elegir y de determinar “libremente”.

    LA PARTICIPACIÓN INDIRECTA O “SIMPLE VOTO” NO CUMPLE NI TAN SIQUIERA LAS PROPIAS EXIGENCIAS CONSTITUCIONALES DE ESA SUPUESTA “PARTICIPACIÓN INDIRECTA”, MEDIAL INSTRUMENTAL, FALSA Y ABSOLUTA Y EXTRAORDINARIAMENTE LIMITADA Y REDUCIDA”.

    EL ENGAÑO ESTA ELEVADO AL CUBO COMO QUEDA EVIDENCIADO con esa cadena de engaños e imposibilidades sucesivas y enlazadas contrarias al Derecho Fundamental de todos los ciudadanos a Participar en los asuntos públicos directamente y a su contenido esencial Participar (Redundancia, Participar y participar directamente en los asuntos públicos es la única forma de Participar en los asuntos públicos, del mismo modo que es una redundancia “comer directamente” , o “vivir directamente” o “besar directamente”). Introducir esta redundancia es la que permite introducir el engaño de la participación indirecta que no es Participación). Comer indirectamente o vivir indirectamente, no es comer ni es vivir, nadie puede comer ni vivir, ni besar o amar indirectamente por medio de otro.

    Por tanto, hoy, el histórico y mal llamado derecho de voto, con más de ciento cincuenta años ya ha sido superado y ya no es reconocido y mencionado en la Constitución; ya no es el Derecho esencial, el Derecho Fundamental, sino que hoy el Derecho Fundamental de los ciudadanos es Participar directamente en los asuntos públicos -y nunca lo había sido antes -ni en “la Pepa”, ni en la “Luisa” (y que no es ni invención, ni ocurrencia, ni mero deseo o mera propuesta de quien escribe estas líneas y de muchos de quienes las lean, aunque desgraciadamente habrá muchos que desean -mero voluntarismo- que no avancemos y no salgamos nunca del mal llamado “derecho de voto” que nada tiene de Derecho verdadero sino de eliminación y sustitución de la inmensa mayoría de ciudadanos a favor de y por solo Unos Pocos Soberanos, beneficiados exclusivos del llamado derecho de voto pasivo -para ellos si es favorable y solo para ellos-.
    Por ello, el llamado “derecho de voto” es al avance social y democrático lo que la máquina de vapor fue a la revolución y desarrollo industrial. El mal llamado derecho de voto no es avance, -solo lo fue frente al absolutismo-, ya no está mencionado en la Constitución; y no es el tope para ciudadanos, no es el límite insuperable, no es el máximo y lejos de ser avance, es retroceso y dictadura de unos pocos y eliminación de la inmensa mayoría y es solo el engaño de unos pocos, que son de modo real y efectivo Unos Pocos Soberanos y no el Pueblo español, y lo vemos cada día en que solo dos o tres personas, o el grupo muy reducido de unos pocos, hacen con la inmensa mayoría de ciudadanos -que han perdido y no tienen ya esa condición de ciudadanos-, lo que a ese grupo reducido les dicta su implacable interés y conveniencia, ajena al interés general. España entera lo dijo en todas las plazas y pueblos de España. “No nos representan, solo se representan a ellos mismos”. “Le llaman democracia y no lo es”.

    Nunca hemos conocido y vivido realmente democracia (salvo en las mesas electorales de ciudadanos no políticos) y estamos tan acostumbrados a la dictadura real y efectiva de unos pocos que nos parece normal y que tiene que ser así, y que le llaman o le ponen la etiqueta de “democracia” y nos parece que lo es o quieren que nos lo parezca.
    Si hay realmente democracia y Participación Directa de todos los ciudadanos en las Mesas (aunque desgraciadamente electorales) de la Ley electoral, en sus artículos 25 Y 26, aunque no la veamos, aunque no lo sepamos, y no somos capaces de verla y reconocerla ni de ver su legitimidad, su sencillez y la dignidad de los ciudadanos a quienes ha correspondido en cada ocasión, que no se han Presentado, ni podido Presentar, y que en democracia: Todos estamos Presentados, y no pueden Presentarse unos pocos. Las Mesas electorales no cuestan dinero público a diferencia de los complejos procesos electorales para engañarnos y eliminarnos, las papeletas del engaño, las campañas de engaño, dinero público a los partidos, dinero público a los medios de comunicación y manipulación, … etc., etc. ). Las Mesas son lo único que no cuestan prácticamente nada y lo único que son enteramente verdaderas y democráticas, lo único legítimo en un proceso electoral en los que ninguna otra cosa es verdadera y legítima. La Democracia no cuesta dinero, en cambio la dictadura de unos pocos nos cuesta mucho dinero público, dinero nuestro y nuestra eliminación inmediata y absoluta. La máquina de vapor fue un avance ya superado.
    El mal llamado y falso derecho de voto ya no figura como derecho de voto en la Constitución de 1978, que reconoce por primera vez en nuestro Ordenamiento el Derecho Fundamental de todos los ciudadanos a Participar en los asuntos públicos, directamente, -redundancia-, y se aplica en las mesas electorales de la L.O.R.E.G., y tribunales del Jurado de la L.O.T.J., aunque no lo sepamos, aunque no lo veamos y no lo conozcamos.
    La ley electoral nos elimina a la inmensa mayoría de ciudadanos y a la inmensa mayoría del Pueblo español con solo dos mecanismos de ingeniería legal, con dos trucos de ingeniería legal: la mera formalidad de la Presentación de unos pocos y la no exigencia de cuórum mínimo alguno para la validez de cualquier proceso electoral que elimina la abstención, de tal modo que el proceso electoral está por encima y al margen de la Sociedad y con independencia de la Sociedad ya que la abstención de la Sociedad no afecta al resultado electoral. El primero nos elimina a la inmensa mayoría de ciudadanos y del Pueblo español del derecho fundamental a Participar en los asuntos públicos y de la Soberanía del Pueblo español, y el segundo elimina la posibilidad de abstención de la Sociedad evitando que afecte de ninguna forma al proceso electoral y al resultado electoral, blindaje del sistema frente a la abstención y blindaje del sistema frente a la Sociedad.

    El dictador anterior al ser una persona física necesariamente tenía que morir algún día; la ley electoral hecha por los políticos a su favor no está sujeta a las leyes naturales de vida y puede ser eterna y durar eternamente, solo el conocimiento de sus dos mecanismos de ingeniería legal puede evitarla y acabar con ella si nos negamos a colaborar con el engaño del voto, porque la abstención de la Sociedad pese al blindaje perjudica necesariamente al sistema de los políticos evidenciando su engaño, como ha podido verse recientemente en Cataluña, la abstención esta previamente eliminada, previamente anulada y aun así evidencia el engaño de la ley de los políticos.
    Con esos dos sencillos mecanismos de ingeniería legal, la ley electoral elimina a la inmensa mayoría de ciudadanos y a la inmensa mayoría del Pueblo español de su Soberanía, de los asuntos públicos, de las instituciones de escaños, del Derecho Fundamental a Participar en los asuntos públicos y de la condición de ciudadanos de modo que la Soberanía del Pueblo español, el Derecho Fundamental, los asuntos públicos, las instituciones de escaños y la condición de ciudadanos corresponden solo y exclusivamente a unos pocos políticos, unos pocos Soberanos.

    Los asuntos públicos y las instituciones de escaños pertenecen y corresponden necesariamente a todos los ciudadanos y nunca a unos pocos políticos. Los concejales municipales debemos ser ciudadanos no políticos por turno democrático, conforme a los artículos 25 y 26 de la L.O.R.E.G., por sorteo entre todos los ciudadanos del censo, que se aplica a las mesas electorales plenamente legítimas y plenamente democráticas aunque no lo sepamos. Los concejales municipales no deben ser políticos que nos eliminan a los ciudadanos con solo su voluntad y formalidad de Presentarse. En Democracia: Todos estamos Presentados; arts. 25 y 26 de la Ley electoral, y nadie puede sencillamente Presentarse para eliminar a los demás sin otro merito que la simple formalidad de su voluntad de Presentarse.
    Igualmente debe ocurrir sucesivamente con los parlamentarios regionales y finalmente diputados y senadores que debemos ser y es esencial que seamos ciudadanos no políticos, ciudadanos a secas conforme a los artículos 1.2 y 23.1 de la C. E., y eso si será Democracia y Soberanía del Pueblo español y Participación de los ciudadanos en los asuntos públicos.
    En los asuntos públicos y en los asuntos de nuestra cama no hay representantes no puede haber representantes, ni los necesitamos, ni nadie nos representa en los asuntos públicos y en los asuntos de nuestra cama. Solo Participamos en los asuntos públicos -y en los asuntos de nuestra cama-, cuando estamos nosotros en las instituciones que deben ser democráticas y entonces si son democráticas -y cuando estamos nosotros mismos en nuestra cama-.
    Gracias por la atención a estas líneas y el reenvío.
    > Juan Ignacio G. Jaime.

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