Jesús Cotta: «La negación de la naturaleza humana es consecuencia de la negación de su filiación divina»

Jesús Cotta. Foto de José Luis Trullo

Jesús Cotta Lobato (Cártama, Málaga,1967) es autor de la novela Las vírgenes prudentes (Mono Azul Editora, 2005) y de los ensayos Topicario. Arpones contra el pensamiento simple (Almuzara, 2005), Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad (Paréntesis, 2009), Manual de ayuda contra los libros de autoayuda (La Isla de Siltolá 2011) y Rosas de plomo. Amistad y muerte de Federico y José Antonio (Stella Maris, 2015); de los poemarios A merced de los pájaros (La Isla de Siltolá, 2009), Menos la luna y yo (La Isla de Siltolá, 2013) y Niños al hombro(Poesía al Albur, 2019); y de los libros de aforismos Cometario (La Isla de Siltolá, 2015) y Motas de polen(Apeadero de Aforistas / Cypress Cultura, 2020). Es también traductor desde su original latino del discursoSobre la natividad de Nuestro Señor, del humanista holandés del siglo XV Rodolfo Agrícola (Cypress Cultura, 2019). Homo mysticus es su tercer libro de aforismos.

– ¿Qué le ha impulsado a escribir Homo mysticus, y a hacerlo en aforismos? 

– Tras muchos años escribiendo me he dado cuenta de que todo lo que yo he escrito en novela, ensayo y poesía apunta casi siempre a una misma idea: las muy diferentes perspectivas que del mundo tienen los que lo consideran obra de Dios y los que lo consideran un hecho bruto que ni es obra de nadie ni está ahí precisamente para que lo entendamos. Esa diferencia de perspectiva nos condiciona y distingue y nos separa, pero a la vez este mundo sobre el que no nos ponemos de acuerdo nos obliga a todos, con sus urgencias, a ponernos de acuerdo en algunas cosas, para llevarnos bien y respetarnos. Esas diferencias, con sus dudas y riesgos, y esas manos tendidas, es lo que he querido poner en este librito; en él he expuesto todo lo que, con cincuenta y tres vueltas al sol que llevo dadas, pienso respecto a la perspectiva que yo he adoptado, la del hombre místico, que con tanta maestría han expuesto maestros como Chesterton. Es la postura de quien cree que a alguien, como el hombre, no lo explica algo, como el universo, sino Alguien, como Dios.

Y lo he escrito en aforismos sin darme cuenta. Los aforismos tienen una virtud: cada aforismo es un pájaro libre e independiente, y yo los he ido escribiendo sin plan previo alguno, a golpes de inspiración; pero cuando los puse todos juntos en un árbol, resultó que juntos intervenían en la misma sinfonía. Los pájaros son además más libres y ligeros que las ensayos y las novelas, que son como inmensos dirigibles o castillos voladores. A veces, eso sí, he dudado entre dar forma de poesía o de aforismo a una idea.

– ¿Cree que, en el mundo actual, aún hay espacio para la dimensión espiritual del hombre? 

– Mientras haya hombres, siempre habrá espíritu, porque el espíritu es precisamente lo más genuinamente humano: la parte de nosotros que se siente distinta de la tierra que nos ha hecho y a la cual sin embargo hemos de volver y, por tanto, apelamos a algo superior a nosotros y a la tierra, para así encontrar un sentido a ese sinsentido; lo que más me define no es lo que la tierra se va a comer sino precisamente lo que ella no podrá cobrarse cuando me cubra: esa expresión que desaparecerá de mi rostro justo antes de adoptar las facciones de un cadáver y que es hija del Cielo, no de la tierra; esa experiencia del espíritu ya la tenían los neandertales, que por eso enterraban a sus muertos. El simple hecho de que muchos no quieran quedarse un momento a solas consigo mismos para reflexionar sobre todo eso, demuestra el enorme esfuerzo de distracción diaria que tiene que hacer una persona para no pensar en la cuestión más importante de todas: ¿qué es él, un animalillo más, que desaparecerá como una gota en el océano, o bien él es el amado del gran Amante, el Poeta del cosmos?

Lo que ocurre es que en unos hombres esa inquietud es más intensa que en otros, y esta sociedad no la alimenta precisamente, sino que la sepulta con muchos entretenimientos que nos engatusan y nos enganchan a la inmediatez, eso sí, sin lograr acallarla del todo, porque al fin y al cabo el hombre sigue siendo hombre, es decir, el mortal que no se siente llamado a desaparecer. Igual que ha habido épocas que no facilitaban, por ejemplo, el cultivo de la propia individualidad y, sin embargo, esta ha existido siempre, esta época nuestra no favorece la espiritualidad, pero esta no morirá y, además, creo que hay señales de un renacer espiritual, con un marcado carácter místico.

Yo lo compruebo constantemente con mis alumnos, que, como adolescentes que son, están aún muy cerca de su infancia y en ese sentido son muy transparentes: incluso aquellos que, por influencia del cientificismo y materialismo actual, piensan que no hay alma ni Dios, creen que lo que ellos son en realidad no es solo el cuerpo que ven de ellos los demás, sino algo que no se ve, algo que los protagoniza y los preside, y de hecho se rebelan si alguien pretende someterlo a las leyes físicas y científicas como si fueran ratas de laboratorio.

– Hablando del «hombre», ¿qué opinión le merece el discurso según el cual no existe naturaleza humana, sino que esta es un producto de convenciones sociales sin dimensión axiológica? 

– Yo estaría dispuesto a aceptar eso si el hombre fuera una especie de fuerza proteica omnivalente que se manifiesta como le diese la real gana: en forma de energía, de fuego, de astro, de tormenta… Pero es que incluso en ese caso estaría sometida a las cuatro fuerzas de la materia, o sea, a la naturaleza. El hombre tiene una naturaleza universal que hace que sea lo que es y de la que no puede escapar: como viviente, es un mamífero, con sus emociones y sus pulsiones y su dimorfismo sexual y sus necesidades biológicas que lo condicionan hasta los tuétanos y, como ser cultural, es un ser moral, religioso, artístico, técnico, simbólico, histórico… Si eso no es naturaleza, que venga Dios y lo vea. Las diferencias culturales pueden ser muy vistosas y aparatosas, pero como lo son las diferentes formas que tiene el agua de salir de una fuente, pero al fin y al cabo todas son agua, y el agua tiene unas leyes de las que no pueda escapar, por más cosas diferentes que podamos hacer con ella y por más diferente que pueda parecernos el hielo del vapor.

La negación de la naturaleza es una consecuencia de la negación de la filiación divina: si no somos hijos de Dios, podemos ser lo que queramos, podemos ser dioses de nosotros mismos, convertirnos en lo que queramos, autocrearnos…. y, claro, desde esa perspectiva prometeica y desquiciada solo cabe interpretar la naturaleza como una materia prima infinitamente moldeable, y de ahí viene la ideología de género y el transhumanismo. Pero la naturaleza es terca, es la que nos ha hecho, incluso la que permite que neguemos su existencia.

Negar la naturaleza, en fin, es una manera de sentirse poderosos: puedo hacer de mí lo que quiera. Es la misma actitud de quien niega que haya un canon en literatura: en ese caso, literatura será lo que él diga.

– Usted ha propuesto el término «rehumanismo» para defender la vuelta a una visión de la humanidad y de Dios en los términos de mutua reciprocidad. ¿Nos puede describir con más detalle esta propuesta?

– Desde que en la Ilustración el hombre intentó fundamentar su dignidad no en el hecho de ser imago Dei sino un ser dotado de razón, es decir, desde que el hombre endiosó su razón al darle la preeminencia, comenzó a cavar la tumba de su propia dignidad, porque la razón sirve tanto como para considerarnos dioses como para considerarnos escoria, y de hecho desde entonces han comenzado a cundir las visiones misántropas del hombre, lo que yo llamo contrahumanismos: el materialismo que nos reduce a ser una parte de la materia; el cientifismo que niega el misterio de nuestra existencia; las ingenierías sociales a las que les sobra la libertad individual; el animalismo que considera un crimen matar un pollo para alimentar a un niño; el abortismo que considera un derecho matar al hijo antes de nacer; el creciente utilitarismo, la eugenesia que está creciendo en la oscuridad, el concepto mismo de superpoblación; la expansión del feísmo, la pornografía, la exhibición descarnada de la intimidad, la desvinculación de sexo y amor; etc… Urge recuperar la dignidad humana para acabar con esta ola de contrahumanismo; pero ya no podemos basarla en la razón, porque esta sirve también para dinamitarla, y tampoco podemos dar por hecho que, en una sociedad tan variada, todos van a aceptar que somos imago Dei, porque para ello se necesita fe, y la fe no se alcanza por un acto de la voluntad, sino que es un don. Así que creo que una manera de unir a personas dispares, pero sinceramente preocupadas por la deriva contrahumanista de nuestros días, es fundamentar la unicidad y grandeza del hombre en su capacidad de Dios, es decir, en ser la única criatura del cosmos, al menos que se sepa, capaz de apelar a una realidad que no sea el cosmos, una realidad superior y anterior al cosmos, es decir, Dios. Y el Dios del que hablo es el Dios trascendente, el Dios personal; los demás no son dioses, sino emanaciones de la naturaleza o manifestaciones sacralizadas de la naturaleza que al final vuelven a la naturaleza. El Dios del que hablo es el Autor, el Poeta de la naturaleza. Si ese Dios existe, su conexión con Él nos hace grandes; y si no existe, la capacidad de apelar a Él es lo que nos distingue de absolutamente todas las cosas que existen en un cosmos que sin Él es incomprensible. Y esa visión del hombre como ser que trasciende todas las cosas y apela al autor de todas ellas, exista o no, es lo que yo llamo rehumanismo. Y en él podemos confluir muchas personas distintas: la capacidad de Dios, la posibilidad de un Dios trascendente, nos eleva.

Creo sinceramente que lo que más nos distingue de los demás animales, (tanto que el reino humano es disitinto del reino animal, aunque participemos de él), es la religiosidad. De todas las actividades exclusivamente humanas es posible encontrar en los animales un rudimento, por más primitivo que nos parezca: técnica, arte, historia, símbolos… Pero jamás encontraremos en nuestros hermanos los animales algo que se parezca ni de lejos a la religiosidad. La religiosidad es lo que nos hace grandes y únicos en el cosmos, exista Dios o no; la religiosidad nos sitúa en la cumbre de todas las cosas. Nos convierte en un Homo mysticus. Si Dios no existe, somos en el universo lo que más se Le parece, buscarlo nos asemeja a él, nos convierte en lo más grande del cosmos después de Él, nos hace incluso anteriores al cosmos, porque nos conecta con Él, que es lo anterior. Parafraseando a Chesterton, la religiosidad convierte al universo en nuestro hermano pequeño.

Ese rehumanismo es la médula de este libro.

– Para terminar, en cuanto poeta con varios libros a la espalda, ¿qué función puede tener la poesía, si es que lo tiene, para el ser humano en una sociedad totalmente absorta en lo material?

– En mi opinión, el antónimo de poeta es materialista (entendiendo por materialista no a quien niega la existencia del espíritu, sino a quien reduce de modo soez las cosas a la materialidad que de ellas percibe). Y creo que cualquier persona, por más materialista que diga ser, se enfadaría con cualquiera que intentara explicar sus sentimimntos más sublimes, sus pensamimntos más íntimos o sus gustos sexuales, con causas científicas, porque entonces dejamos de ser un misterio y nos convertimos en una cosa más del mundo. Creo que el arte y la religión constituyen la mejor defensa contra esta corriente y este afán prometeico de convertir en objeto al sujeto que somos.

Incluso el poeta romano Lucrecio, que es materialista, cuando habla en su De rerum natura sobre el amor, irrumpe con un maravilloso himno a Venus. Y es que el amor, el asombro, la gratitud, nos convierte en poetas y devotos. Así que la poesía es, como la religión, una salvadora del hombre, nos eleva, nos rescata de la muerte y de la mera materialidad, viene a decirnos: tú no eres una parte más del barro, eres un diamante único, y todo lo que te pueda ocurrir y lo que se te pueda ocurrir es digno de ser inmortalizado en un poema.

Yo concibo la poesía como el lenguaje puesto al máximo nivel para que esté a la altura de la belleza y el misterio que queremos transmitir y, dado que siempre tendremos la necesidad de expresar del mejor modo posible nuestras vivencias más sublimes, siempre habrá poesía y, de hecho, la hay y muy buena.

One thought on “Jesús Cotta: «La negación de la naturaleza humana es consecuencia de la negación de su filiación divina»

  • el 12 mayo, 2021 a las 4:03 pm
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    Muy interesante, aunque no me convence el apartado sobre la «dignidad» o la «pérdida» de la misma.
    Me ha gustado mucho la idea del agua: hielo y vapor es lo mismo.

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