Un año, una noche (2022), de Isaki Lacuesta – Crítica

Por Rubén Téllez.

El milagro de Isaki Lacuesta: o cómo esculpir las emociones.

Como un disparo sobre un rostro cubierto por una almohada, así se podría resumir Un año, una noche, cinta en la que Isaki Lacuesta adapta la novela biográfica de Ramón González Paz, amor y death metal.

La noche del 13 de noviembre de 2015, Ramón (Nahuel Pérez Biscayart) y Céline (Noémie Merlant) entran a la sala Bataclan de París como personas corrientes, dispuestos a bailar, beber y pasar un buen rato con sus amigos. Tan sólo unas horas después, salen del local convertidos en supervivientes de uno de los atentados más mediáticos que ha sufrido Francia en los últimos años; con los oídos perforados de por vida por el sonido de las balas y la muerte, con las retinas manchadas de sangre y horror, con las vidas quebradas de forma irreversible. Así, mientras él, dispuesto a cambiar su vida de forma radical y, en el proceso, dejar constancia de la masacre contemplada, cubre la herida con un velo que por fino termina siendo diáfano, ella envuelve la suya con una cortina gruesa y fría con la que pretende ignorar lo ocurrido.

Escribió Rilke; “Nunca estoy solitario./ Muchos antes de mí han vivido/ y lejos de mí se esforzaron,/ han tejido,/ han tejido/ en mi ser./ Y si me pongo junto a ti/ a decirte quedo: ‘Sufrí’/ ¿lo oyes?/ Quién sabe quién está/ conmigo murmurándolo.” El poeta viene a expresar la fraternidad invisible, el calor imaginario, que siente al saber que no es el único que sufre, que ha sufrido o que sufrirá, al ser consciente de que el dolor le une a millones de personas a las que, sin haber llegado a ver en persona, reconoce como cercanas. Pero si en el caso del escritor austríaco el acompañamiento era intangible, en el de los protagonistas de la cinta de Lacuesta es puramente físico, y el espectador lo siente.

La película tiene como intención principal mostrar el sufrimiento provocado por la herida que no se cierra, por el corte que oscurece el presente y zancadillea el futuro, a través de los retazos de un pasado enfermo de ignorancia y, por ello, feliz. Las imágenes fluyen por la pantalla con el mismo caos, con el mismo dolor, con el mismo veneno que los recuerdos por las conexiones neuronales. No se trata de filmar la memoria para volverla eterna, sino de materializarla, y es ahí donde Lacuesta obra el milagro. El Banyoles logra la difícil hazaña de esculpir las emociones sobre la carne, convirtiendo las intuiciones inasibles, blandas y frágiles, en costra físicas, en lacerantes asperezas, permitiendo que el espectador pueda tocar el dolor, la angustia y la asfixia que afligen a los personajes de Biscayart y Merlant, manteniendo en todo momento la sutileza y el respeto que la historia merece. En ese sentido, se puede afirmar que las decisiones del dos veces ganador de la Concha de Oro son tan inteligentes como moralmente irreprochables.

Como ya hiciese Jaime Rosales en Tiro en la cabeza, el director le niega a los terroristas no sólo la palabra, sino el protagonismo activo en un sólo fotograma de la película, al mismo tiempo que convierte las pupilas de las víctimas en un espejo en el que ver reflejada una violencia que se muestra de una forma original (ignorando, en palabras del propio Lacuesta, la trillada elipsis de la que se hace uso en el cine de autor) y al mismo tiempo decorosa. El espectador que busque la recreación más fiel, y morbosa, del atentado, el que busque un melodrama que muestre cómo la pareja se desmorona a consecuencia de lo vivido, encontrará la respiración ahogada de unas víctimas que no quieren serlo y esto, como no puede ser de otra forma, es de aplauso.

La puesta en escena impresionista, unos actores dirigidos con maestría que ofrecen interpretaciones inmejorables (C. Tangana incluido), un montaje preciso, el brillante uso del sonido y una banda sonora que rehúsa el subrayado para apostar por la insinuación completan los elementos que componen esta contundente obra maestra.

“Déjalo ocurrir todo: hermosura y espanto./ Solo hay que andar. Ningún sentir es el que está/ más lejos. No te dejes separarte de mí./ Cercana está la tierra/ que ellos llaman vida./ La reconocerás/ por su seriedad grave./ Dame la mano” escribió Rilke. La hermosura y el espanto, el sufrimiento y la soledad, el disparo sobre el rostro cubierto por la almohada; Un año, una noche.

One thought on “Un año, una noche (2022), de Isaki Lacuesta – Crítica

  • el 4 noviembre, 2022 a las 8:41 am
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    Un año, una noche (2022) es una película muy conmovedora dynamons world lloré mientras la veía, pero la actriz es hermosa y talentosa.

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