Juan Manuel Uría.- Tras leer varias veces “Éter” (y es que su lectura es circular cual uróboros), se me agolpan las ideas, lo que solo me pasa, dicho sea de paso, con los buenos libros. Demetrio Fernández Muñoz, además de aforista, poeta y pensador (la primera figura aunaría a las otras dos), es un compositor, un arquitecto. Sabe Demetrio que la forma es importante, porque también es fondo, y por ello hace de “Éter” una construcción a modo de edificio que sostenga (o contenga) lo que dice.

Partiendo de esta premisa, monta Demetrio un libro-río que transcurre, cual aguas heraclitianas, sin punto que lo detenga (aquí se declara deudor de Fernando Menéndez), confundiendo o, más bien, fundiendo, el principio con el fin, lo que convierte a “Éter” en un libro circular e inacabable. Apoya su edificio en los cuatro elementos clásicos de la naturaleza (fuego, agua, tierra y aire), colocándolos entre dos fronteras poéticas que actúan como espejos enfrentados: el caos (acosmia) y la armonía (sphairos). Cada elemento será una de las partes del libro (además de los dos “espejos”), cuatro partes que se abren con una tríada epigráfica que no es gratuita (un buen arquitecto no deja nada suelto): el primer epígrafe será el de un poeta, el segundo el de un filósofo clásico y el tercero el de un aforista. Esta formación epigráfica sería ya, en sí misma, una teoría del aforismo.

No me voy a detener (y no por baladí, todo lo contrario: es uno de los aciertos formales de “Éter”) en la inteligente concatenación de aforismos por la última letra, sílabas o palabra final, formando ese texto-río del que hablaba más arriba, ese sentido de proceso o destino; no me detendré, digo, porque otros ya han hablado de ello y muy acertadamente. Lo que quiero resaltar de entre las ideas que bullen en mi cabeza (y de lo que creo se ha hablado menos), la idea que pugna como sobresaliente, por parecerme la base, el tronco, el pilar que sostiene todo el edificio de “Éter”, siendo la energía que da movimiento a toda su cosmogonía, es el amor. El amor, en sus diferentes formas y expresiones, emparejadas a cada elemento de la materia, es lo que hace de unión entre las partes, lo que amalgama, cataliza y hace que el ciclo permanente de caos y armonía se dé cada vez, en cada lectura.

Así, será el amor (en mi opinión) el tema nuclear de “Éter”, y si alguna tesis cabe es que no hay orbe, ni orden, ni armonía, sin amor. Es el amor el motivo estructural, el principio y fin de lo que somos. Tanto es así (y siguiendo el afán formal de Demetrio) que cada una de las partes del libro comienza y termina con diferentes conjugaciones del verbo amar, uniendo con un hilo brillante y amoroso los elementos, dando coherencia al Todo. Esta regla solo se rompe al final, con la última palabra del libro (“odio”), pero que, por esa circularidad y juego de espejos, llevará otra vez, en un proceso sin fin, a la búsqueda del amor e, impulsado por ese amor, a una nueva armonía.

Demetrio Fernández Muñoz consigue con “Éter” despejar el horizonte para la mirada algo enturbiada del aforismo actual pero además, y gracias a su inteligente arquitectura, consigue algo que parece imposible: un libro infinito.

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Demetrio Fernández Muñoz, Éter. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2025.