Carmelo Guillén Acosta nació en Sevilla, en 1955. Ha reunido su obra poética en el volumen Aprendiendo a querer. Poesía (revisada) completa 1977- 2007 (Sevilla, Númenor, 2007). Después ha editado La vida es lo secreto (Madrid, Rialp, 2009), Las redenciones (Sevilla, Renacimiento, 2017), En estado de gracia (Sevilla, Renacimiento, 2021) y, ahora, Lo entenderás más tarde (Comunidad Europea, Cypress, 2025). Desde 2003 dirige la prestigiosa colección Adonáis de poesía, la más longeva de España, a cuyo jurado pertenece desde 1999.
En 2010 impartió lecturas de sus poemas, conferencias y clases en Estados Unidos como escritor invitado por The University of Georgia, Department of Romance Languages (Athens) y Georgia State University, Department of Modern & Classical Languajes (Atlanta) respectivamente. Entre otros galardones, es accésit del Premio Adonáis (1976), Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz (1990) y Premio Tiflos (1995). Además, desde 2007, por acuerdo unánime del consistorio, una plaza lleva su nombre en el municipio de Camas (Sevilla), donde siempre ha residido. Desde 2021 colabora bimensualmente en la revista Omnes con artículos sobre poetas de signo humanista. Hoy nos acompaña para hablarnos de Lo entenderás más tarde, su último poemario publicado.
La escritura surge de una especie de llamada interior
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Carmelo Guillén Acosta: Este libro no es fruto de una decisión consciente, sino de una necesidad profunda, casi ineludible. Escribirlo no fue una opción, sino una respuesta a esa urgencia que siempre ha marcado mi relación con la Poesía. Como en mis anteriores poemarios, la escritura surge de una especie de llamada interior, un impulso que se me impone y que no puedo desoír. No se trata de un proyecto planificado, sino de algo que necesito expresar en un momento concreto y de la forma que lo hago. Es un acto espontáneo, no premeditado, y en su base late la búsqueda de lo sagrado, aquello que trasciende las propias palabras.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Mientras escribía mis dos últimos poemarios, Las redenciones y En estado de gracia, surgieron también una serie de poemas que, aunque pertenecían al mismo período, me parecieron de un voltaje espiritual más alto que el resto. Por ello, preferí reservarlos para su publicación en una ocasión más propicia. Así nació este libro: como un lugar aparte para esos textos que, más que quedar excluidos, esperaban su propio espacio.
Siempre he abordado la poesía permitiendo que sea ella misma la que me mueva
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Ha cambiado tu forma de trabajar con respecto a otros?
Creo que siempre he abordado la poesía permitiendo que sea ella misma la que me mueva, no yo a ella. Todo comienza con un estado de gozo muy intenso que irrumpe a raíz de un estímulo: puede ser la lectura de unos versos, el eco de una frase o una experiencia de felicidad plena. Este instante actúa como chispa desencadenante, liberando una energía creativa que se manifiesta en palabras.
Desde esa emoción inicial, el poema se despliega de forma natural, como si tuviera vida propia. Las palabras se van desencadenando en un flujo incesante, dando cauce a la intuición. En este estado, el poema «avanza por sí mismo», emergiendo casi como un dictado interno donde la mente y el corazón se comunican en una sinergia perfecta. Cuando alcanza una sensación de plenitud, considero que el poema queda
«cerrado».
Sin embargo, este cierre rara vez es definitivo, ya que, al revisarlo, descubro nuevas posibilidades expresivas y matices que antes no había percibido. Este reencuentro me invita a retocar y a pulir el texto en un proceso que, como lector de mi propio poema, intuyo que lo enriquece, convirtiéndolo en una continuada «obra en marcha», en expresión de Juan Ramón Jiménez.
Nunca escribo con fines de ningún tipo
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
Mi poesía es, ante todo, poesía en su sentido más puro y sacro. No se trata de un ejercicio retórico ni de un juego literario o ingenioso. Responde exclusivamente a una pulsión interior sujeta a un modo de habitar el lenguaje y de indagar en sus posibilidades expresivas. Es poesía en estado puro. Y si en ella hablo de determinados temas (Dios, mi madre, los amigos, la belleza del mundo, entre otros) es porque forman parte de mi vida, le dan sentido, son la impronta de mi existencia.
Nunca escribo con fines de ningún tipo, ni siquiera con el objetivo de alcanzar reconocimientos externos o de satisfacer expectativas ajenas. Así, mi obra se define por su autenticidad y su compromiso con la pureza y sublimidad de la creación poética. No hay artificios ni estrategias: sólo la convicción de que la poesía debe ser, por encima de todo, una manifestación genuina del alma, un reflejo sincero de lo que somos y sentimos en lo más profundo de nuestro ser.
¿Qué efecto esperas que tenga en ellos?
Con la publicación de Lo entenderás más tarde pretendo, como en mis anteriores entregas, que cada poema actúe como un espejo, despertando emociones y reflexiones personales que permitan al lector encontrarse con aspectos relevantes de sí mismo. Que algo dentro de él, quizás muy antiguo, se revele. Me gustaría que al cerrar el libro, sienta que ha sido atravesado por preguntas que no sabía que llevaba dentro, y que ese descubrimiento, en lugar de insensibilizarlo, lo mantenga vivo.
¿Qué papel desempeña la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
El orden del poemario es intencionado. Dividido en dos secciones, parto de la idea de que «vivir es ser mirado». En la primera, percibo que soy mirado por Dios, que me crea con su mirada y que crea el mundo para que yo lo recree desde Él. La segunda refleja la mirada misericordiosa de Dios en mí, a partir de la cual descubro al prójimo.
No sé si el lector atisbará esa intencionalidad mía. De todos modos, como cada poema respira por sí mismo, la disposición de los poemas está concebida para que, independientemente de la interpretación que se haga, cada lector se reconozca a sí mismo. La estructura, por lo tanto, no es un simple adorno formal, sino una parte esencial de mi experiencia poética. Cada poema se erige como un pilar que sostiene y amplifica el sentir global del libro, invitando a una reflexión y a un cúmulo de emociones que van más allá de la mera lectura, permitiendo que el poemario se viva en su totalidad.
La revisión y la edición son fases esenciales del proceso creativo
¿Qué importancia le das a la revisión y a la edición en tu proceso creativo?
La revisión y la edición son fases esenciales del proceso creativo, que se convierten en un diálogo íntimo con mis propias palabras. Inicialmente, la creación ―como ya dije antes― surge de una pulsión interior, espontánea y pura, donde cada poema se deja llevar por su propio ritmo. Sin embargo, es en la revisión donde descubro que cada texto no se agota en su primera manifestación, sino que reverdece con nuevas iluminaciones.
Este enfoque se alinea con la estructura deliberada de mi obra, en la que cada parte –tanto la que descubre la mirada divina como la que refleja su misericordia en el encuentro con el prójimo– se enriquece al ser revisada. La edición no busca imponer una rigidez al texto, sino resaltar su esencia y permitir que cada poema respire por sí mismo, manteniendo siempre la integridad de ese estímulo interior que lo originó. En definitiva, la revisión y la edición son momentos de reflexión y transformación que potencian la capacidad de mi poesía para resonar y conectar con el lector.
Continúo siendo el poeta que fundamenta su poesía en su propia vida
¿En qué medida veremos en él —o no— al Carmelo Guillén Acosta de tus anteriores obras?
Supongo que todo poeta escribe, en el fondo, el mismo libro una y otra vez, aunque con matices, variaciones y enfoques que cambian con la edad. En ese sentido, sigo siendo el poeta de la amistad, de la cordialidad, de la espera, pero, sobre todo, continúo siendo el poeta que fundamenta su poesía en su propia vida.
Elegir tres poemas es una forma elegante de cometer una injusticia.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Lo entenderás más tarde, ¿cuáles serían?
Pues, la verdad es que la pregunta me lleva a pensar en la naturaleza del amor incondicional a los poemas. Todos son para mí mi lugar de elección. No hago una jerarquía en el afecto verdadero: cada poema es un universo propio, y cualquier intento de ponderar el amor resulta incompatible con la integridad de ese sentimiento.
Elegir tres poemas es una forma elegante de cometer una injusticia. Como digo, cada texto lleva su propia palpitación, su propia salvación. Hoy escogería unos; mañana, otros. Pero si me lo pides, te digo esto: los verdaderamente imprescindibles son los que el lector elija como propios. Porque un poema sólo vive de verdad cuando alguien lo hace suyo. En este caso, te dejo tres a bote pronto, aunque podría haber elegido otros distintos: “Abba, Padre”, “Teoría del dolor total” y “De vita amatoria”.
Defiendo la sacralidad de la poesía
«La poesía de Carmelo Guillén Acosta es genuinamente «sacra»», afirma el texto que acompaña a tu nuevo libro en la web de su editorial. ¿Suscribes estas palabras? ¿Corren buenos tiempos para la poesía de corte religioso? A ver: el libro está teniendo, en el poco tiempo que se ha editado, enormes resonancias.
Más que hablar de poesía sacra en un sentido estricto, defiendo la sacralidad de la poesía, entendida como una dimensión que trasciende modas y tendencias. Por las reseñas que se han publicado ya de mi poemario, he podido comprobar que Lo entenderás más tarde refleja esta idea: no se trata de abordar temas religiosos sino de indagar en el misterio de la existencia y en la trascendencia a través del lenguaje.
Vivimos en una época donde lo efímero y superficial predomina en muchas corrientes artísticas, por eso la lírica que apuesta por la profundidad, el asombro y el fervor exige, ahora más que nunca, recuperar su espacio legítimo: el que ha ocupado históricamente.
No debemos olvidar que, en muchas culturas antiguas, los poetas no eran meros artesanos de la palabra, sino intermediarios entre el mundo visible y el invisible. En la tradición griega, por ejemplo, Homero y Hesíodo no eran simples narradores, sino hombres inspirados por las Musas, seres divinos que otorgaban no sólo la elocuencia, sino también el acceso al conocimiento esencial. Sus poemas no relataban solo hazañas heroicas o linajes míticos, sino que revelaban el origen del cosmos y los fundamentos de la vida humana.
Algo similar sucedía en otras civilizaciones: los bardos celtas y los rishis védicos eran mucho más que artistas; eran visionarios, guardianes de la memoria sagrada y transmisores de una sabiduría que no podía capturarse con meras palabras. La Poesía, en ese contexto, era un acto de revelación, una manera de penetrar en el misterio del mundo y otorgarle sentido a lo inexplicable.
Con el paso del tiempo, esta concepción profunda se ha ido diluyendo. Hoy, la Poesía, muchas veces, se percibe como un ejercicio de taller de escritura o un juego formal, desconectada de su raíz originaria, incluso apartada de su íntima relación con la música y el ritmo, elementos esenciales de su naturaleza originaria.
No obstante, afirmar la dimensión sagrada de la Poesía no implica desconocer que el poeta, en primer término, debe ser un alquimista del lenguaje: su misión es transformar la realidad por medio de la palabra, hacer visible lo invisible, darle cuerpo a aquello que sólo puede intuirse.
En este sentido, el hecho de que Lo entenderás más tarde esté teniendo amplias resonancias en tan poco tiempo confirma que, pese a todo, persiste una viva necesidad de lecturas que nutran el espíritu, de versos que abran otros caminos hacia la presencia de lo sagrado en nuestro día a día.
La Poesía no admite atajos ni oportunismos
Tras más de veinte años a cargo de la coordinación de la prestigiosa colección de poesía “Adonáis”, ¿qué puedes contarnos de su evolución en el tiempo? ¿Qué aspectos han ido cambiando en estas dos décadas?
Uf, este tema da para un libro. Brevemente, puedo decirte que a lo largo de estos más de veinte años, Adonáis ha logrado mantenerse viva porque siempre hemos trabajado sólo por la Poesía, en el sentido más amplio y profundo del término. Tanto los dos directores anteriores como yo mismo hemos velado por ser fieles a su espíritu fundacional: apostar por autores jóvenes en los que, desde sus primeros poemas, ya percibimos una proyección auténtica y una voz propia.
Lo que realmente sostiene a Adonáis es la convicción de que la Poesía no admite atajos ni oportunismos. En este tiempo han cambiado muchas cosas: la sociedad, las modas literarias, la forma de leer y hasta los canales de difusión, pero en Adonáis nos hemos mantenido firmes en un criterio que parece sencillo y que, en realidad, es cada vez más raro: apostar sólo por la calidad poética, sin dejarnos arrastrar por tendencias, intereses editoriales o partidismos.
El jurado que acompaña al premio es, además, fundamental: siempre hemos contado con poetas de enorme prestigio, pero, sobre todo, con personas que creen de verdad en la Poesía como un acto de verdad. Quizás sea eso lo que explica que, después de tantos años, Adonáis siga siendo sinónimo de excelencia, de descubrimiento, de compromiso verdadero con el arte de la palabra.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”? Más que de alguien concreto, me gustaría descubrir la impresión de aquéllos que, al enfrentarse por primera vez a mis poemas, se hicieran eco de su sacralidad, esto es, de su intensidad lírica.
Si alguna persona experimenta esa sacralidad, me intuyo mirado y sostenido por su mirada. Por eso, mi mayor anhelo no es ser reconocido como poeta, sino que el lector perciba esa misma luz que la Poesía me permite vislumbrar. Ésa es, para mí, la verdadera esencia de la lírica: descubrirme mirado por alguien al que miro; y esa es, en cierta medida, su más viva sacralidad.
En esta órbita de la que hablo sitúo la poesía de Daniel Cotta, quien muy pronto editará un nuevo poemario hondamente revelador y que ya hago mío.
***
Tres poemas de Lo entenderás más tarde
ABBA, PADRE
Como un ave a sus crías,
como un gato montés a su pareja en celo,
como cuando un gorila no sólo abre la boca
sino que se golpea el pecho demostrando su fortaleza física,
así él me protege de las contrariedades,
me providencia,
asume que es un padre pendiente de su hijo y me dice:
«Yo te he engendrado hoy».
Como un don imbatible,
como la mejor muestra de intimidad conmigo,
como cuando la vida no sólo nos cautiva
sino que nos descubre un mundo sin lugar a dudas fascinante,
así él me involucra en su vida beatífica,
me diviniza,
irrumpe en mi quehacer diario con el brío pujante
de una planta trepadora.
Como un torno envolvente,
como un ansia continua por moverme en su órbita,
como cuando una ola no sólo nos alcanza
sino que nos arrolla en su giro y nos transporta a otra realidad,
así él me arrebata de continuo a sus cosas,
me predilecta,
fija dejarme en heredad los confines de la tierra
y orientarlo todo a mi favor,
a mí, su favorito,
aquél por quien existe cuanto ha sido creado.
TEORÍA DEL DOLOR TOTAL
(Cicely Saunders)
Yo empezaría diciendo «es confortante»:
―es confortante estar, sentirse urgido, hallarse disponible…
Después añadiría «es sedativo»:
―es sedativo amar, besar un rostro, mostrar una sonrisa aunque sea impuesta…
Seguidamente haría lo posible
por no ponerme pegas, intentarlo, buscarme un cómo en vez de un no lo entiendo…
Cuidar el sufrimiento nunca es fácil.
Exige la presencia, manejarse con maña en el dolor, ser oportuno,
hurgar en las distintas variantes que afloran en un cuerpo mancillado.
Más tarde asumiría los silencios,
el tictac del reloj, lo que surgiera
como un nuevo lugar que aún no existe
pero al que es muy posible llegar juntos.
Por último abriría una ventana,
daría a la luz cabida, que irradiara,
que transformara el cuarto en un hogar,
en un haz de ternura…
Uno de mis recuerdos más hermosos
procede de mi madre: a pie de cama,
―momento antes de irse― abrió los ojos,
y sé que me miró con tal cariño
que en él aún me muevo y a él regreso
como quien vuelve al útero otra vez.
Y es que siempre,
cuando parece que ya es el final,
algo da la impresión de que comienza.
DE VITA AMATORIA
Sostenme aquí, al asomo de la salamanquesa
que frecuenta mi vida; del atento singonio,
absorto en su hermosura; de quienes aún me tratan
con la benevolencia y la piedad de los santos;
de cada detallito donde respiro el mundo.
Sostenme aquí, Señor, al final de esta tarde
que, como cualquier otra, es igual de esplendente
y en la que olvido todo menos su perfección,
y en la que, ¡mira tú si ésta fuera ésa última
y vinieras de pronto a llevarme contigo
a mí, que no estoy hecho más que a cosas triviales,
pero que en mí han hallado mi recreo y costumbre,
de las que no sería capaz de prescindir!
Sostenme aquí, Señor, volcado en mis presencias
diarias: mis rutinas, mis ansias, mis amigos,
mis sutiles recuerdos de cuantos me quisieron.
Que sea tu voluntad también que, cuando parta
a ese lugar eterno donde ya vea tu rostro,
lleve conmigo todo lo que nunca he dejado
de amar, entre otras cosas, porque en ellas te amé;
en ellas di por hecho que alcanzaría la luz,
cuando algún día ―aquél en que tú me llamaras―
fuese en la tierra abono para nueva cosecha.

