Por Jesús Cárdenas.
En el panorama poético contemporáneo, la aparición de un nuevo libro de Faustino Lobato Delgado siempre genera una expectación justificada. Tras obras celebradas como Notas para no esconder la luz, En el ángulo incierto del espacio o En el alfabeto del tiempo, el autor pacense regresa con Donde el alma ignora, publicado por Olé Libros. Esta obra, desde su concepción, se presenta como un proyecto ambicioso y singular: un ejercicio introspectivo sincero que busca trascender la experiencia individual del autor para conectar con los lectores.
La primera peculiaridad de Donde el alma ignora reside en su estructura y presentación. Alejándose de la tradicional disposición de un único prólogo, el libro se abre con tres prólogos a cargo de Fernando Jaén (facultativo de emergencias y escritor), Luis Oroz (autor) y Sandra Martínez (integrante de la Tertulia Página 72). Esta multiplicidad de voces enriquece la experiencia del lector e invita a una reflexión más profunda sobre los temas que aborda el poemario.
Otra novedad que acompaña a Donde el alma ignora es la inclusión de un código QR que da acceso a una versión en audiolibro de los poemas. Esta iniciativa resulta atractiva, pues la declamación de los textos, interpretada con esmero, logra insuflarles una vitalidad que complementa su versión escrita. Además, la dedicatoria del volumen al personal sanitario es un gesto noble y justificado.
La presencia de ilustraciones interiores, obra de Juan Manuel González (también autor de la portada), añade un componente visual a la experiencia de lectura, potenciando la recepción de los poemas. Se suma a esto el empleo de términos griegos y hebreos, recogidos en un útil glosario final.
En cuanto a su estructura interna, Donde el alma ignora, la décima entrega poética de Lobato Delgado, se articula en torno a tres capítulos: «Éxodo», «Sonido» y «Temblor». Cada uno de estos capítulos se divide, a su vez, en cuatro apartados que corresponden a los cuatro días vividos en un hospital: «Tránsito», «Habitación de hospital», «Casa» y «El otro». Esta organización, que podría describirse como caleidoscópica, resulta análoga a la estructura de una casa. A través de la reiteración de motivos como la fragilidad existencial, el dolor, la incertidumbre, la angustia ante lo inesperado y la recuperación, el lector experimenta una sensación de catarsis, paralela a la progresión temática que va desde el desgarro inicial hasta la esperanza final. La lucha del poeta por mantenerse a flote le conduce a alejarse del mundanal ruido, de ahí que el regreso del hombre vencedor resulte particularmente celebrado.
En «Éxodo», la enfermedad es presentada como una separación, una fractura entre el individuo y la realidad que lo deja vulnerable, desamparado y expuesto a los caprichos del destino. En este contexto, la poesía se convierte en un refugio, en un instrumento para sobrellevar la fragilidad existencial. El poeta describe el hospital como un espacio donde su dolor es escuchado y aliviado. La recurrencia de términos de origen griego, la inclusión de fragmentos en prosa y la numeración de los poemas son otros recursos que Lobato Delgado utiliza, aportando sofisticación formal y profundidad a la obra.
En el primer apartado, «Tránsito», el poeta escribe: «Esperar en un pasillo de hospital / marca el tránsito de la existencia, / acerca a lo provisional. // Todo se vuelve angustia / cuando el horizonte se acorta / entre los muros de una habitación». Estos versos, si bien expresan de forma concisa la angustia y la incertidumbre que acompañan a la enfermedad, quizás no logran trascender la mera descripción de la experiencia personal. Se echa en falta una mayor capacidad de abstracción y universalización, que permita al lector identificarse de manera más profunda con los sentimientos expresados.
No obstante, si bien los poemas se construyen en verso libre, predomina el ritmo endecasílabo. En versos como «Los versos se vuelven ligeros, / descienden por las estrofas / como el suero / por las vías injertadas en la carne. // El poema no duele / en el borde de los labios, / los versos calman los ruidos», se observa la habilidad del autor para construir imágenes poéticas sugestivas, que alcanzan la fuerza y la originalidad que caracterizan a su mejor poesía.
El «intercambio de palabras» con el hijo genera en el sujeto poético una profunda sensación de incertidumbre, dolor y aflicción. La mirada del poeta se fija en el exterior, donde la naturaleza irrumpe en el silencio del hospital: «los vencejos y la brisa / llenan la habitación de sonidos». En una de las composiciones de «Tránsito 4», el poeta expresa su deseo de escapar de la realidad: «Los ecos del pasillo se fusionan / con los rumores mínimos de la habitación. / Tengo el pensamiento en Ítaca». Y también se lee en el mismo apartado el deseo de «arrancarlo todo, / permitir / que la palabra balbucee / tu nombre // sin la pesadez del adjetivo, / sin el adverbio grandilocuente». Estos versos, sinceros y emotivos, logran conectar con las emociones del lector.
En el segundo apartado, «Sonido», se describe la vuelta al hogar como un viaje de regreso, que podría ser equiparado, como sugiere Fernando Jaén, a la experiencia de Lázaro. El poeta necesita de lo cotidiano: «distingue entre ruidos y sonidos, pero busca en el silencio la reparación plena». Así, «los ruidos de la avenida vuelven / sobre mi almohada. / […] Todo continúa / como si nada hubiera ocurrido». Dirá: «Los versos me aproximan / al borde del ser, / me envuelven». Entonces, deja de importar lo alambicado, lo complejo, en aras de lo pequeño y lo sencillo, pues es lo «que parece no estar / y permanece / en la huella / del misterio encarnado». Esta sinrazón provoca que el sujeto recobre su identidad, pues en momentos dolorosos dudamos incluso de uno mismo: «En medio de esta batalla, / donde el color toma la partida, / un temblor de presencias / me devuelve a mis orillas. // Y ser tú sin dejar de ser yo».
En el cuarto y último tramo, «Temblor», un factor fundamental favorece la recuperación. Así lo expresa Faustino: «Cada presencia alimenta / las ganas de vivir». Importa la compañía del ser querido: «La soledad no es estar solo, / es albergar un silencio». En estos versos se transpira una verdad profunda, que toma la forma de apotegma.
A lo largo de las distintas fases, en medio del tránsito, el empleo del lenguaje poético sirve para sobreponerse y sanar, convirtiendo la casa en algo más que barro, por emplear la analogía del poeta. Quizá así se explique el uso metapoético; la necesidad de que la experiencia no caiga en el olvido impulsa la creación poética: «Saltan las imágenes, las estrofas surgen / con la huella de los días. / Un tejido de palabras envuelve los versos»; pese a que el acto de colocar palabras deje más «Preguntas sin responder». Acaso la existencia tenga cabida «en la incertidumbre aceptada, / en los fallos asumidos, / en las mentiras confesas».
En definitiva, Donde el alma ignora es un poemario cuyas nobles intenciones y novedades formales satisfacen las expectativas generadas. Faustino Lobato Delgado nos brinda un ejercicio introspectivo profundo y trascendente, resultado de una visión compleja de la experiencia humana, descrita desde la incertidumbre y encaminada hacia la esperanza.

Donde el alma ignora
Faustino Lobato Delgado
Olé Libros, 2025.

