Ricardo Álamo.- No son pocos los aforistas que creen a pies juntillas que, en España, estamos viviendo algo así como la Edad de Oro del aforismo. Supongo que tal creencia la fundamentan en una serie de motivos incontestables, entre ellos el exponencial número de libros de aforismos que se publican cada año, las colecciones que algunas editoriales —mayormente pequeñas y medianas— dedican a este género, las antologías, los ensayos, los sustanciosos premios o los congresos, seminarios y simposios que en número creciente vienen celebrándose en loor de multitudes… de aforistas, hasta el punto de que no sería descartable afirmar que no hay aforista que no conozca personalmente a una pléyade de aforistas. Esta supuesta Edad de Oro del aforismo, si lo pensamos bien, se sustenta en números, cantidades, estadísticas, abundancia o, por decirlo más groseramente, en mogollón. Nadie duda de que hoy en día se escriben más aforismos que nunca, pero tampoco nadie debería de dudar que la cantidad no es sinónimo de calidad. Por eso son muy pocos los escritores que se dedican casi exclusivamente a escribir aforismos quienes menos piedras tiran sobre su propio tejado, cuestionando en sus mismas publicaciones o en reseñas o en críticas literarias hasta qué punto la superabundancia de aforismos que se genera cada año le está o no haciendo un flaco favor al género más breve de la literatura. De los cientos de libros de aforismos o sobre los aforismos que me he leído en los últimos años, no he encontrado ninguno en el que se hiciera una sola mención negativa a dicha superabundancia. Más bien todo lo contrario.

Se diría, al contrario de lo que pensaba Juan Ramón Jiménez, que más es mejor que menos. O que el quantum es mejor que la qualitas. Pero cualquiera sabe que una cosa no conlleva la otra. En Fragmentos, Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) pone en tela de juicio precisamente esa extendida creencia de que estamos viviendo la Edad de Oro del aforismo en España. Y lo dice él, que no en vano tiene una editorial (La isla de Siltolá) con una colección abierta a la publicación —profusa publicación— de libros de aforismos, además de ser él mismo un fecundo escribidor de aforismos, pues si no me salen mal las cuentas lleva publicados hasta la fecha siete libros en este género. Pero, a diferencia de la inmensa mayoría de aforistas, Sánchez Menéndez se muestra muy crítico con la sobreproducción de aforismos que inunda el mercado editorial español. Según él, «Los aforistas se fijan más en sus aforismos que en descubrir realmente por qué escriben aforismos o qué es un aforismo en realidad. Es la vanidad, ese juego de pecados que asombra a muchos y pasa inadvertido entre los defensores de esa verdad que es tan evidente pero también pasa inadvertida».

Este juicio de Sánchez Menéndez tiene su miga, porque por un lado le exige al aforista que antes de ponerse a escribir aforismos sepa claramente qué es un aforismo, cuando en verdad —y esto lo añado yo— el aforista que escribe «algo» que él mismo o un editor o un lector llama «aforismo» bien podría llamarlo de otra manera (y a los hechos me remito: en su día Ramón Gómez de la Serna usó el nombre de greguería, José Bergamín el de pensamiento liebre, Carlos Edmundo de Ory el de aerolito o más recientemente Miguel Agudo Orozco el de parapensar, mientras que el filósofo y dramaturgo Daniel Rivallo llama al conjunto de ideas breves que menudean en algunos de sus libros de aforismos intuilectos, y el propio Sánchez Menéndez los llama aquí pentimentos, de donde es fácil deducir que ninguno se ha conformado con atenerse al modo tradicional de llamarlos aforismos); y por otro lado, por qué mezclar la «vanidad» con la escritura verdadera de aforismos, cuando la vanidad se podría mezclar con cualquier género literario, pues por pocos lectores que un escritor tenga, el hecho mismo de saberse leído le engorda un poco su maltrecha vanidad.

Pero Sánchez Menéndez, aunque pueda equivocarse en ese juicio no del todo bien definido, tiene razón en otra cosa, que es a lo que iba. Dice a continuación: «No, no estamos en un nuevo Siglo de Oro del aforismo. Por más que algunos se empeñen, no lo estamos. Nos ponemos a analizar las causas por las que algunos piensan que existe y sacamos algunas conclusiones. La primera es la autojustificación. Un error claro, un error de base. Nadie es capaz de asimilar que lo que escribe ya estaba escrito con anterioridad, por otros que además lo hicieron mucho mejor». Cierto. Como diría Borges, los temas de la literatura son pocos y ya se ha dicho todo lo que podría decirse sobre ellos. De modo que lo que se escribe no es más que una repetición, nihil novum sub sole, que anula la originalidad de lo que se dice, pero no la manera en que se dice. «La segunda causa —añade Sánchez Menéndez— es la defensa a ultranza de sus actuaciones. Se debe justificar todo lo que se hace, y debe hacerse envolviendo el mensaje o el producto entre palabras biensonantes o en etiquetas. Como la de “Un nuevo Siglo de Oro”». Nada que añadir por mi parte.  Pero el autor de Fragmentos advierte: «No, no hay calidad para determinar que se escriben magníficos aforismos. Hay buenos aforismos, sí, y hay buenos aforistas también, pero son contados,  y tal vez sobren dedos de una mano». Lo que viene a decir que, como dije al principio, la cantidad no determina la calidad. Y, por último, «La tercera causa son las redes sociales y su extraordinaria (que no positiva) difusión de frases, mensajes, pseudoaforismos a fin de cuentas». Of course, amigo Javier. Pero me (te) pregunto: ¿por qué en tu crítica no nos dices qué es en realidad un aforismo? Porque puedo estar de acuerdo en lo de la saturación de libros de aforismos, así como en lo de la existencia de frases pseudoaforísticas que las redes sociales magnifican y difunden con rapidez, pero me queda la duda de qué es lo que hay que entender por aforismo, cosa que en tus juicios no aclaras.

Fragmentos, con todo, no es un libro centrado exclusivamente en esta breve pero interesante polémica acerca de si estamos o no en el Siglo de Oro del aforismo en español. Por Fragmentos pululan las reflexiones sobre la banalidad de nuestra época («Hay que seleccionar las lecturas. Lo habitual es la banalidad, por eso hay que seleccionar. Hay que leer, y hay que saber qué leer»), la deshumanización («Ha desaparecido el discurso, la idea. Todo se ha deshumanizado. Es la lucha de lo humano con lo no humano. Hay que seguir siendo humano»), la limitación de nuestros conocimientos («No estamos diseñados para conocer todo cuanto debemos conocer. Todo cuanto queremos conocer. Apenas sabemos nada») o las dudas que nos corroen («Estamos desnudos frente a la emoción, expectantes, diligentes. Pero también confusos, somos transmisores de dudas permanentes»).

Los pentimentos de Javier Sánchez Menéndez son líneas de pensamientos que intentan ver de otra manera lo que el autor había visto anteriormente de manera distinta. El término pentimento viene de la pintura, de eso que sucede en algunos cuadros en los que la pintura vieja sobre un lienzo, con el tiempo, a veces se vuelve transparente y deja, por ejemplo, ver un árbol a través del vestido de una mujer. Pues eso mismo es lo que el autor de este libro ha querido hacer con sus breves reflexiones que el paso del tiempo ha ido decantando hasta llevarlo a descubrir las líneas originales de sus pensamientos.

Javier Sánchez Menéndez, Fragmentos. Detorres Editores, Córdoba, 2025.