Por Ainhoa Escarti.

En las plataformas se esconden joyas que sobreviven al tiempo y que, con miradas nuevas, siguen teniendo algo que ofrecer. El buen cine, una de las cosas que tiene, es envejecer bien. Es decir, sus temas, sus formas, lo que narra y logra transmitir no se reduce con el peso del paso del tiempo. Pese a que en la filmografía de Ken Russell podemos encontrar títulos que incluso se puede pensar que se mofan de sí mismos, también encontramos pequeñas cosas osadas para su época, con personajes atrapados en sus demonios y que tratan de exorcitarse de ellos.

Es curioso cómo sus protagonistas femeninas están fuera de su época; personajes como Ursula de El arcoíris (The Rainbow) o Gudrun de Mujeres enamoradas (Women in Love) tratan de sobrevivir a la norma de sus épocas. Ambos personajes han sobrevivido al paso de los años con un discurso aún fresco, y con cierta alma disruptiva que constantemente se pregunta sobre el papel de la mujer en su momento. Ambas tienen un profundo diálogo entre su época y sus ideas, siendo el papel que se le daba a la mujer en su época insuficiente para lo que ellas quieren vivir. Lo que nos lleva a un mensaje profundamente feminista, donde ellas tienen sus pequeños ataques de rebeldía que son pisados por una sociedad opresiva.

El cine de Ken Russell no es solamente esto: sus personajes, tan profundamente físicos, en plena crisis vital, explotan y retozan entre las malas hierbas o bañándose desnudos en lagos y cascadas. Siendo así, la naturaleza un símbolo de lo auténtico, sin tapujos, momentos de libertad donde se nos presentan como son, para luego tener que volver al deber ser del corsé del momento.

También hay que resaltar sus filmes cuyos protagonistas son la música. No son musicales al uso, tampoco biografías tópicas donde se nos cuenten las vidas. Tanto en La pasión de vivir (The Music Lovers) como en Lisztomania, la música es un personaje más, pero más bien secundario. Pone mucho más hincapié y empeño en los procesos creativos y los del propio artista que en la mera música.

En momentos histriónico, siempre tiene la capacidad de crear su propio simbolismo, que acaba construyendo una especie de lirismo mitológico a través de todas sus películas, con conceptos que se mantienen, como la subversión a la religión o el sexo, otro de los protagonistas de sus historias. El sexo no es algo idílico, limpio; es a momentos incluso cruel. Caben destacar muchas escenas emblemáticas donde el sexo está implícito. Por ejemplo, la magnífica lucha de artes marciales entre Alan Bates y Oliver Reed, donde, al calor del fuego, es una desnudez que, según el plano que use, puede ser tanto natural como incómoda. Estamos ante una especie de preludio sexual, pero el deseo está más en los ojos de los actores que en la mera carnalidad de sus cuerpos, luchando contra algo más allá de lo que muestran. Otro ejemplo de escena, pero con más cariz de pesadilla, nos adentra en lo contrario al deseo, mostrando la secuencia del tren en La pasión de vivir como una historia de terror. Allí los dos protagonistas vuelven de su viaje de novios; hay entre ellos una especie de lucha física vital, entre luces que estremecen, en una escena muy física donde ella desea y él muere de miedo por el incandescente motor sexual.

Ken Russell no solo nos mostraba personajes que rompían los discursos de su momento, también lo hacía con las ideas arraigadas como la religión, siendo The Devils una rugiente disertación de la carnalidad de la religión, llenando los planos con escenas imposibles para un film religioso. Esta voluntad de profanar lo sagrado, tan explícita en The Devils, reaparece de forma más fantástica pero igualmente potente en su extraña La guarida del gusano (The Lair of the White Worm), llenando varias de sus escenas mejor construidas de conceptos no cristianos ni religiosos. Siendo reivindicativo desde la blasfemia, tanto en diálogos como visualmente.

Sorprende que Ken Russell, con toda su parafernalia y metauniverso, pese a los años que han pasado, aún es capaz de sorprender y realmente levantar ampollas, siendo mucho más perturbador que muchos creadores actuales con las mismas intenciones. Eso aún podemos verlo en la extraña La pasión de China Blue (Crimes of Passion), donde explora a nuestra protagonista, poniéndola en situaciones donde se rozan las parafilias en un mundo que se supone anodino y normal.

Por último, es imposible olvidar que todo este universo que es capaz de crear tiene tal potencia porque lo apoya en el trabajo de actores que son puro torrente y verdad: la delicadeza de Alan Bates, desnudo, comulgando con la naturaleza en Mujeres enamoradas; la fuerza apasionante de Kathleen Turner en La pasión de China Blue, que hacen que toda la parafernalia alrededor no se ahogue en patetismo; pasando por Oliver Reed como predicador carnal y humano en The Devils. Ken Russell es, en definitiva, una de esas joyas ocultas cuyo brillo, lejos de apagarse, sigue deslumbrando. Un universo de exceso y genialidad que, por suerte para nosotros, espera ser redescubierto al completo en plataformas como Filmin.