Horacio Otheguy Riveira.
En Mi suicidio, libro de una sinceridad profunda y decisiva, Henri Roorda desgrana las preguntas esenciales de la vida, el amor, la sociedad, el trabajo, el placer, mientras prepara su fin. Este texto existencialista avant la lettre, conciso, tan puro como la belleza que le ataba a la vida, nació con el título de El pesimismo alegre.
Henri Roorda no era un ser enfermo, desesperado o embargado por una pasión imposible. Había sido un dandy, un degustador de “los alimentos terrestres”, un hombre sensual que gozaba con los placeres mundanos.


Las palabras que ahora suben a escena fueron escritas, literalmente, hace cien años, poco antes de que su autor se arrancara la vida con un disparo en el corazón en 1925. Y, siempre, en cada ensayo, en cada lectura o en cada conversación sobre el texto con alguna persona del equipo, me sucede que no me lo acabo de creer.
Porque, por un lado, las palabras de Roorda resuenan con una absoluta cercanía y contemporaneidad y sientes que podrían ser las certeras, lúcidas y divertidas confidencias que la noche anterior te hizo un íntimo amigo, mientras caminabais de madrugada, de taberna en taberna —todo hay que decirlo—, y porque, por otro lado, que resulta aún más paradójico, para ser “la nota de un suicida”, esas palabras destilan una desbordante vitalidad y una exquisita pulsión por la vida y por todo lo que de ella merece la pena: amar, luchar, gozar, enseñar, reír, pensar, compartir…
Gracias a los imprescindibles
El pesimismo alegre es un alegato preñado del particular humor y la ironía fatalista de Henri Roorda. Como alguien evocó con certeza: un poco a la manera de aquel corresponsal de guerra que filmó su propia muerte. Humanista, librepensador, escritor, pedagogo, profesor de matemáticas, hedonista y libertario, nos deja en este texto una clase magistral, sobre el amor, la educación, el capitalismo, el matrimonio, la escuela, el deseo o la amistad…
Y es esta, la amistad, otra de las “ganas” que abisagran este trabajo porque, después de tantos años cerca, estoy convencido —y tengo probadas razones para ello— de que, ya que no podemos compartir velada con el mismísimo Henri Roorda, no hay nadie más digno y coherente en la tierra para rescatar su memoria escénica y defender sus principios que mi querido amigo, Mario Gas. Gracias a los dos y, siempre, gracias a ustedes que son los imprescindibles. Fernando Bernués


Autor: Henri Roorda
Dirección y espacio escénico: Fernando Bernués
Reparto:
Mario Gas
Vestuario: Antoni Belart
Iluminación: Xabier Lozano
Producción: Paola Eguibar
Producción ejecutiva: Ane Antoñanzas
Dramaturgia: Fernando Bernués, Mario Gas y Vicky Peña
Traducción: Miguel Rubio

