Por Manuel García Pérez.
Sobre el concepto de olvido, hay varias mitologías milenarias que dan rienda suelta a su alcance y devastación. La obra de Lostalé no oculta esa honda preocupación en un concepto que, para su creación, se convierte en motor de una estética compleja que no renuncia a diversas corrientes literarias e imaginerías para hacer soportable el peso de esa verdad.
Publicado por Bartleby Editores, Revelación es una antología de textos poéticos donde se muestra la evolución de un creador inconformista, inconformista porque Javier Lostalé no accede a los manierismos de corrientes contemporáneas que se vuelven modas efímeras. La obra de Lostalé es la consumación de una obsesión (quizá también haya obstinación en su empeño) en la que el olvido mide el tiempo y el tiempo es la caducidad. Y para que exista la caducidad ha de estar presente el ser, el objeto, la figura, el animal o el sujeto que es víctima de esa erosión inexorable: “bella criatura sin nombre ni cuerpo / a cuya sombra me entrego / en tiempo y espacio anterior al deseo, / pues allí donde existes/ una forma muda / en soledad se recrea”. (pág. 65).
Afirma José Cereijo en el prólogo que: “Esa apertura al otro de la que hablábamos le ha permitido ver la ausencia, la pérdida, no ya como falta o hueco, elegíacamente, sino como algo sustancial, existente por sí mismo; es, en cierto modo, el otro lado de esa falta, de esa concavidad: la convexidad que la completa”. Para Lostalé, el tiempo determina la intensidad con la que se vive desde poemarios como Jimmy, Jimmy hasta Hondo es el resplandor; esa intensidad puede percibirse cuando el hombre no solo olvida, sino que teme el olvido. Y, desde esa funesta preocupación, la existencia de uno ha de elevarse por encima de las banalidades y la superficialidad de muchas de las adversidades a las que el sujeto se enfrenta a diario y sobre las que se preocupa en exceso. La violencia del acabamiento, la muerte en sí, no altera su curso, pues se subordina a una realidad mayor de la que no somos conscientes y es ahí cuando el olvido es beneficioso, un fármaco, el alivio: “Y mira desde su desconocido dominio/ cómo las barcas son traspasadas/ por la clara palpitación de la sombra/ que las dibuja como formas de su deseo./ Envuelto va en la invisible red/ que teje un cuerpo poseído en su exhalación/a través del cual escucha/ el sonido del trajín diario/ misteriosamente sumado a su solitario destino”. (pág. 33).
Para los griegos, la memoria es verdad, pues niega a Leteo, la emboscada de sus aguas, su corriente indeterminada que fluye con el tesón que le procuran los dioses. En la poesía de Lostalé, el olvido como estigma no deja de ser uno de sus motivos temáticos que lo hacen reconocible dentro de ese estilo en el que confluyen modernismo y vanguardias.
El efectismo del barroco literario de sus versos esboza su introspección continuada hacia el hecho de perder lo que se recuerda, de avivar la negación de lo que se vivió con voluntad y ansia. Estos versos de Figuras en el paseo marítimo así lo corroboran: “(…) apenas hay unos pasos, / apenas hay un pasadizo de luz/que explica ahora, no sé cuántos años después, / las silenciosas órbitas que trazó en nuestra sangre el olvido/ mientras la insolación del tacto/ destruía en su alta terraza de piel/cualquier signo o símbolo/con el que pudiéramos vencer al tiempo”. (pág. 44)
Esa percepción de la caducidad pasada y la que ha de venir con los años auguran que el olvido es esencialmente humano, no propio de la metafísica o de los dioses. Que no es posible la obviedad de la vida y el pensamiento sin la presión y la acometida de su acción: “Un ángel de olvido/ con la brisa de sus dedos/ traza de nuevo la luz/ sobre la frente pura que emerge”. (pág. 46). En La estación azul, los poemas en prosa no abandonan esa encrucijada cuando la extinción es la materialización feroz de ese empuje del olvido: “Hablamos y las palabras son opacas, se levantan como muros hasta que la brisa de un silencio revela, de pronto, temblando, su oculto paisaje. Miramos y en nuestras pupilas solo se refleja la estrella fría de una sombra. Pero en algún momento nuestro jardín abre su ala de luz y con consistencia de alma van apareciendo todas las formas” (pág. 61).
Pese a la severidad del asunto que atraviesa la poesía de Lostalé, hay zonas de claridad en la que el sujeto encuentra un asidero. Porque el olvido arrebata la materia del recuerdo, pero esa materia habrá de ser provechosa, lúcida, intuida en el amor hacia la otredad. Los idealismos y la sublimación de la realidad y sus cuerpos no están reñidos con la ingratitud de la desmemoria.
Rezan estos versos de Tormenta transparente: “(…) y un silencio perlado de nube baja/ los borra antes de que cese/ el desordenado fulgor de la sangre. / Inmolados así a su deseo/ brillarán eternos sin historia”. (pág. 69). Sucede también en estos versos de El pulso de las nubes: “Si tras la muerte/ doble sepultura encontrara en tu memoria / hasta brillar en su cielo vacío, / entregaría toda mi vida / a un lento olvidarme en ti / para más allá del deseo sentirse presencia inmortal”. (pág. 81).
La habilidad para crear metáforas y sinestesias en Lostalé es significativa, ya que subraya ese convencimiento de profundizar en la vivencia desde la filosofía, desde la pintura y la música, donde el tiempo parece detenerse, donde es posible retener el progreso de la vejez. De la perdurabilidad de las artes, es consciente el autor y, por eso, trata de que los símbolos predominen frente a la experiencia o la anécdota. La supervivencia del sujeto no se puede construir desde el recuerdo meramente; hay que blindar esos recuerdos, ofrecerles la oportunidad de trascender a través de la imagen, nunca desde la realidad misma. ¿De qué serviría entonces escribir?: “Nunca estuviste / dentro de lo nombrado / hasta hacerlo / en tu lengua florecer, / por eso tus labios brillan / con el fuego pálido/ de lo no nacido” (pág. 83).

