Foto: Gogo Lobato

 

 

Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) ha escrito cientos de artículos, ha publicado demasiados libros, ha ganado unos cuantos premios, ha sido traducido a varios idiomas y ha editado a algunos poetas vanguardistas. Vive en el Aljarafe. Hoy le hemos pedido que nos dé su Primera Impresión acerca de su más recientemente publicado libro de poemas: Los días heterónomos (Fundación José Manuel Lara, 2025), XV Premio Iberamericano de Poesía Hermanos Machado.

 

 

 

 

 

Por fin me rechazaban un libro

Javier Gilabert: Juan, ¿por qué este libro y por qué ahora?

Juan Bonilla: Nunca, que yo recuerde, he escrito poemas pensando en un libro, lo que me lleva a darle después muchas vueltas a la estructura, lo que no deja de ser una tontería porque luego alguien amablemente cuelga un poema en redes y adiós todo el mareo de la estructura del libro y al intento de causar determinado efecto dependiendo de la ordenación de las piezas. Pero, en fin, mi hábito es el de escribir poemas cuando se me presenta la ocasión y un buen día asomarme al documento donde los he ido apilando y jugar a esculpir un libro. Más o menos he publicado uno cada cinco años (1994-2002-2006-2010-2016-2021, son las fechas de las primeras ediciones de mis libros de poemas), y pues ya tocaba. Me ha pasado con el libro algo que no me había pasado antes: el editor al que se lo ofrecí, que había publicado varios libros míos de poemas, los tres primeros para ser concretos, lo rechazó, lo que me hizo sentir eufórico. Por fin me rechazaban un libro, me faltaba esa experiencia de la que tanto he oído hablar. No hay mal que por bien no venga porque eso me animó a presentarlo a un concurso, me presenté al premio Hermanos Machado y ya.

 

Estar enfermo, de algún modo, te convierte en un modelo de extranjero un poco raro

¿Cómo y cuándo surgió la idea de Los días heterónomos?

Como te digo, nunca pienso en libros hasta que no tengo poemas suficientes, quiero decir que no surge la idea previa y me pongo a escribir poemas a partir de ella. Es evidente que en este caso un asunto de salud —el primer poema se titula “Prescripción Facultativa”— fijó alguno de los temas, por decirlo así, que vertebran los poemas, porque estar enfermo, de algún modo, te convierte en un modelo de extranjero un poco raro, porque los paisajes siguen siendo los mismos, la lengua sigue siendo la misma, los otros siguen siendo los mismos, y sin embargo todo ha cambiado, evidentemente, porque quien ya no es el mismo eres tú.

 

El libro sólo es un sepulcro donde está quien he sido en estos últimos años                                                                       

¿Qué efecto esperas que provoque en quien se acerque a la lectura de este poemario?

En los libros de poemas, como en cualquier otro género de ficción, el lector es muy libre de ir buscando lo que se le antoje: hay quien busca aforismos que le horaden las sienes para poder citarlos en sobremesas, hay quien sólo busca compañía, hay quien prefiere la belleza de la música verbal, hay quien es adepto a la ironía, hay quien considera que el lenguaje poético es distinto al lenguaje cotidiano, en fin… El poema es siempre una fricción entre unas palabras derramadas sobre una página y alguien que las levanta de ahí y las lleva a su vida. Cualquier efecto me vale, me vale tanto una sonrisa como un hueco en la memoria. El libro sólo es un sepulcro donde está quien he sido en estos últimos años, y para seguir siendo necesita de alguien que le diga: levántate y habla.

 

Se canta lo que se pierde

En la obra, se afirma en el texto de contraportada, coexiste el tono elegiaco con un vitalismo desengañado. ¿Conforman estos contrastes el hilo conductor que vertebra toda tu poesía?

Digamos que me reconozco sin problema en el tono elegíaco, natural dada mi abundante edad, con lo del vitalismo. La elegía en realidad, aunque se escriba a la muerte de alguien o algo, es un canto a la vida —se canta lo que se pierde, ya sabes—, un modo de agarrar la vida, y por tanto no se niega en cuanto a género con el vitalismo en cuanto a sustancia: hay una conciencia mucho más nítida del «ahora», del «aquí», del «esto y solo esto es lo que hay», «soy sede de un milagro», que lleva a la voz del libro a la celebración de la belleza —tan común por otra parte—, sin que esa celebración no dispare contra dogmas impuestos desde hace mucho con los que seguimos tragando —la Historia pisoteando la vida, de donde haya poemas de celebración también de la muy castigada clase media, o un poema contra las necrológicas que ensalzaban a un asesino como Kissinger. De donde en el libro se alíen sin el menor problema las piezas que tienen que ver más con la intimidad con las que tienen que ver con la identidad, las piezas que cantan la belleza que nos rodea con las que agreden, no tanto como quisieran, las mentiras que nos hacen tragar.

 

Es imposible escapar de la heteronomía

También expone dicho texto que estos poemas transcurren en días en que “no somos ley de nuestro propio estar”. ¿Qué significa para ti esa heteronomía aplicada a la existencia?

En el caso concreto de este libro dicha heteronomía está relacionada con ese exilio del que te hablaba que es la enfermedad: de repente ya no eres ley de tu propio estar, en efecto. Y eso lo cambia todo. No hay ingenuidad en esa conciencia, sino agudización: nunca fuimos leyes de nuestro propio estar, por fortuna, porque gracias a eso paramos ante los semáforos en rojo, guardamos cola y hacemos otro montón de cosas civilizadas… pero también otras muchas anuladoras, como permanecer callados ante tanto abuso, tanta injusticia, tan descarada manera de tergiversar la realidad. Así que ahí se produce una impotencia —porque qué puede hacer uno ante determinadas situaciones, ante determinadas insensateces— que sólo se mengua, no se apaga, buscando celebrar lo que se pueda celebrar, sin perder la conciencia en cualquier caso de que es imposible escapar de la heteronomía y como mucho podemos tratar de adaptarla a nuestro modo de querer estar en el mundo.

 

Incorporaste cinco poemas después de que el libro ganara el Premio Hermanos Machado, ubicándolos en lo que llamas su “lugar natural”. ¿Qué transformaciones sufrió tu concepto inicial para que pudieran integrarse de ese modo?

Tiene que ver con lo que te decía antes de jugar a esculpir un libro: dada la variedad de tonos que tiene este y lo compartimentado que está, me parecía buen momento para recoger unas cuantas piezas, quizá demasiado pegadas a lo biográfico, que había dejado fuera de la recopilación de mis libros publicada en 2023. En el libro hay un prólogo, una sección de poemas donde la idea de enfermedad/exilio es la médula, una sección donde se homenajean distintas obras literarias porque la poesía es fuente de la poesía, una sección de poemas rimados en los que abunda la celebración, una sección de poemas derramados, casi sin forma, como echados sobre la página, que sólo buscan, de un modo incluso adolescente, poner memorias sobre el papel, y un epílogo. Con esos poemas recuperados podía jugar a que cada sección tuviera nueve poemas y además reforzaban sobre todo la parte de las memorias. Y esa es la razón por la que pedí permiso para incluirlos, además del gusto de tener todos mis poemas juntos en solo dos volúmenes.

 

Esa idea de los límites entre géneros me parece hasta infantil

Quienes te leemos sabemos que tus libros casi nunca responden del todo al “género” que figura en la portada. ¿En qué sentido este poemario dialoga —o juega— con los límites entre géneros?

En muchos desde luego. No podré discutirle a nadie que me diga que algunos de los poemas son en realidad cuentos, que aquí o allí hay apreciaciones de reportero. Es que esa idea de los límites entre géneros me parece hasta infantil. Piensa en un arcoíris pintado por un niño: se verá claramente la franja roja distinguida de la naranja y esta de la amarilla. Pero en un arcoíris real, no hay tal distinción, hay un degradado del rojo que termina dando en naranja y un degradado del naranja que da en amarillo. Veo los géneros literarios así, puede uno ir degradándolos —es una palabra sin carga negativa— conforme a sus necesidades e intereses. Entonces que mis novelas no sean del todo novelas ni mis ensayos sean del todo ensayos ni mis poemas sean del todo poemas, para mí es un halago, porque en efecto, trato de que en mis poemas haya algo de ensayo en alguno y algo de cuento en muchos sin que ello les reste un ápice su condición de poema. 

 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que escoger solo tres poemas de Los días heterónomos, ¿cuáles serían?

Te pondría yo en el aprieto de ser antipático y decirte: qué necesidad hay de escoger tres poemas, ¿cómo vas a echar a competir a tus propios poemas a sabiendas de que cada cual nació de una necesidad, querencia o capricho distinto? Pero puestos a ser obediente, supongo que me quedaría con “Esplendor”, con el que da título al libro, y con “Milagro”, porque reflejan, hasta repitiendo alguna imagen, lo que te decía al principio y a lo que hace referencia el texto de contracubierta que has citado.

 

Nunca doy por sentado que en un libro de poemas vaya a encontrar poesía

En el transcurso de tu carrera, has saltado con naturalidad de la novela al ensayo, del periodismo al aforismo: ¿qué encuentras en la poesía que no encuentras en ningún otro género?

Nada. La gracia está en encontrar poesía en los otros géneros, no en buscar en la poesía —como sinónimo de libro de poemas— algo que sólo vaya a encontrar en ella. Algunas de las páginas más potentes poéticamente que hemos leído todos las hemos cazado en novelas o cuentos o memorias o ensayos. A veces lee uno libros de poemas en los que no encuentra roce alguno con la poesía, y una mañana de repente se la encuentra de lleno en la columna de un periodista o en el ensayo de un cosmólogo. Así que nunca doy por sentado que en un libro de poemas vaya a encontrar poesía y nunca pierdo la esperanza de que en un libro de memorias o en una novela no vaya a darme de cara con auténtica poesía.

 

Has aseverado en una entrevista reciente que existe «un afán incomprensible por confundir “lo poético” con lo bonito». ¿Cómo definirías “lo poético” más allá de lo meramente estético o agradable? ¿Qué riesgos ves en esa confusión y qué debe preservar la poesía para conservar su fuerza esencial?

La frase parte de Wittgenstein que decía que lo bonito no puede ser bello —pero ahí el utilizaba una palabra que igual podía traducirse por bonito como por correcto, queriendo decir que para alcanzar la belleza había que salirse de lo estipulado por las buenas normas—. Ahora bien, definir lo poético va casi contra lo poético, es ponerle límites. Te diría aquello de San Agustín cuando le preguntaban por la esencia del tiempo: si me preguntan cuál es, no lo sé, si no me lo preguntan, sí lo sé. Algo parecido, no sabría definirlo —o necesitaría doscientas páginas—, pero creo que sé reconocerlo. Como cualquier otra sustancia —y la poesía es una sustancia y por lo tanto está más cerca de otras sustancias como la belleza que de los demás géneros literarios— puede procurar un abanico de emociones muy distintas a partir de unas herramientas verbales, de unos artificios, con los que alguien logra encapsular algo que queda enjaulado dentro de ti, como susurrándote con las palabras precisas y las imágenes más rotundas algo que ya sabías pero que nunca habías logrado expresar con precisión, o clavándote una imagen que te acompañará para los restos, o susurrándote algo que de repente te suena a desvelamiento y revelación.

 

El poema no es la única cápsula donde podemos encerrar poesía

A lo largo de miles de páginas —artículos, libros, crónicas— has observado y narrado la realidad con ironía y desparpajo. ¿Qué se puede decir desde la poesía que sería imposible mediante esos otros registros?

Ya te digo, creo que la poesía es una herramienta que puede servirte en todos los géneros que citas, de repente está ahí, y da igual si es en una crónica o en un cuento. De hecho si te soy sincero, no creo que yo haya escrito nada más poético que una novela como Totalidad sexual del cosmos o algún ensayo como La velocidad correcta, acerca de la construcción de una casa. El poema no es la única cápsula donde podemos encerrar poesía.

 

Disfruté muchísimo de tu pregón en la Feria del Libro de Rota, donde solicitabas a “Luzía”, con zeta, una inteligencia artificial, que te ayudara en la redacción del mismo. No he podido evitar la tentación de encargar a la IA que yo utilizo que te formule una pregunta, y esto es lo que me ha propuesto: «Juan, cuando hiciste público aquel pregón “escrito con ayuda de la IA”, muchos pensamos en el futuro de la autoría y la identidad literaria. Según mi algoritmo, la pregunta que nunca te han hecho es: “Si tuvieras que ceder la escritura de un poema de amor a una inteligencia artificial, ¿qué palabra le prohibirías y cuál le obligarías a incluir y por qué?”».

Ja, qué buena pregunta, Luzía. ¿Para qué iba a cederle la escritura de un poema de amor a una IA? En cualquier caso, si es solo como juego, que es una de las posibilidades de la literatura, por supuesto, le prohibiría la palabra futuro, porque es un lugar del que nadie ha vuelto, y el amor es siempre presente, que significa regalo, y le obligaría a incluir la palabra «kenopsia», por ponérselo difícil a pesar del precioso significado de esa palabra.

 

Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?

Pues para no desmentir lo que lleva dicho uno, quizá escogería a un cuentista. José Moreno por ejemplo, cuyo libro Gagarin o la triste certeza de estar solo está lleno de auténtica poesía.

 

 

 

 

 

***

Tres poemas de Los días heterónomos

ESPLENDOR

Estuve enfermo en primavera

y qué esplendor tan de repente,

todo me pareció radiante

y era como descubrir que te habían engañado,

como si dentro se te hubiera muerto el dios

tunante que te dirigía adónde

y para qué a empujones de rutina

e impuestos indirectos.

Ya no era un dios

sino uno de esos tarados

que en una maratón  se arrastran

por el suelo para alcanzar la meta

ante el estadio puesto en pie

(ovación de tarados

emocionados ante el despilfarro

de la energía humana acorazada en voluntad).

Lo exhumé de mi corazón

para arrojarlo al cubo de basura.

 

Entré en mi cuarto a oír

a las cosas hablándome en su idioma de cosas,

con su tiempo verbal hirviendo

de un pasado que niega ser pasado 

y el frío de un futuro en el que no estaremos:

una pelota roja canta goles de tu infancia todavía

y aunque hace tiempo que está quieta en un rincón

hay dentro de ella aun algarabía de planeta

en fiesta; ese abanico roto

le dio aire fresco a tu madre en las tardes

mortecinas de verano y todavía

ofrece aire cuando solo por tenerlo entre las manos

lo extiendes y sacudes para alzar

en las noches más tórridas

brisa y melancolía.

 

Las escuché

en su idioma de cosas que podrían

decirle a alguien  que no va a conocerte

algo de ti, de quien quisiste ser, de quien no fuiste. 

Apenas un susurro hecho de cosas.

 

Y de repente qué esplendor,

como un secreto que le presta explicación

a lo que no la tiene,

tatúa en la corteza cerebral 

su pregunta de niñito perdido:

¿dónde está lo que importa?

¿dónde vamos a empujones

de un dios tunante que como esos tarados

que por acabar la maratón

se arrastran por el suelo 

para llegar a meta 

ante el estadio puesto en pie -ovación de tarados?

 

Y desde adentro se fue alzando

la claridad

enfundándolo todo en su respuesta:

quizá le llamas vida a un simulacro,

quizá nos desnudamos en disfraces

ante espejos caníbales,

renunciando a este himno de estar vivos.

Quizá somos un himno que

no necesita amo ni patria ni señor.

Himno es canto que enlaza a un dios cualquiera

con quien le está cantando, y eso somos:

no más que el tarareo de un intérprete

que trata de prestarle melodía

a lo que en lengua muerta sienten aún

todos los que pudimos ser,

fantasmas encerrados 

en el cristal inquebrantable

de quienes sí seremos.

 

 

LOS DÍAS HETERONOMOS

Pasan en procesión

los días heterónomos

y los recuerdos no funcionan,

se nos disuelven 

como episodios

de los que solo quedan titulares,

los detalles se pierden,

y se borran los gestos,

persisten solo sensaciones generales,

grandes palabras como cuevas húmedas

en las que hubo mucha vida

de la que sólo quedan pintarrajos

en la pared.

 

Uno tras otro pasan 

los días heterónomos.

 

No somos ley de nuestro propio estar,

somos mundo sujeto al mundo,

se nos imponen ciegas,

con una fe epidural,

leyes de fuera 

dictadas en despachos donde nadie nos conoce-

 

Y son entonces

las voces puntiagudas de la prisa,

los vagones de metro

atestados de gente con el voto decidido.

 

En días heterónomos

no nos bastamos,

necesitamos un certificado, un pago, un no sé qué,

nos exilia el espejo

con zafios epitafios,

los recuerdos se ahogan en placenta,

la sensación de haberlo ya vivido todo

nos quema

no solo por haberlo ya vivido todo

-hemos amado hasta el desastre,

nos han amado hasta el agotamiento,

hemos matado, sí,

nos hemos incrustado en un arcoíris,

hemos visto un eclipse,

varios amaneceres en distintas lenguas,

hemos reído tanto 

que hemos llorado poco-

sino también por no tener

más ganas de vivirlo otra vez…

 

Ah quién pudiera

saber vivirse en la repetición,

tararear el estribillo pegadizo

de estar aquí,

sin voto decidido,

buscando solo 

un día autónomo en el que nos bastemos,

seamos mundo no sujeto al mundo,

seamos ley que vuele en los pasillos del ahora…

un  pájaro sin nombre.

Un pájaro que no pueda abatirse con un nombre

 

 

DE MILAGRO

Yo vivo de milagros, está claro.

Quiero decir que el aceite esparciéndose

por el pan ya cubierto de tomate

es un milagro y milagrosa

es la lengua de sol que santifica

el patio donde desayuno.

 

Yo vivo de milagros por cuidarme

del laberinto en que me deshabito,

Trato de usarme en todo lo que hago,

Usarme así contra grandilocuencias

de quien le busca su sentido

a lo que sólo es léxico de muertos,

huyendo en pos de un centro

que no es más que un efecto mental

de vacías respuestas.

 

La esperanza es lo último que nos pierde,

y gloria a dios en las harturas.

 

Milagro viene de mirar,

es bueno recordarlo si te vuelves invisible,

cuando ya no te mira ni el espejo

y de tanto andarte por las tramas

has ido desapareciendo

de los recuerdos de los otros

como una polaroid dejada al sol.

 

Soy como todos un truco de magia:

no hay nada por aquí, ni nada por allá,

y de repente estás, y pronto no estarás.

el universo no nos da importancia.

 

Mas vives de milagros, está claro:

mirar el mundo inexplicable,

usarse en todo lo que hagas,

sentir cómo te elevas

del laberinto mentiroso

cuyo centro es la muerte insaciable.

 

Dentro del corazón llevas un pájaro

que come corazones.