Por Silvia Dominguez /
En la noche del pasado sábado 23 de Agosto, Celanova se estremeció. No por el rugido de una tormenta o el estruendo de un evento cualquiera, sino por algo más poderoso: la voz de una mujer libre, la voz de SÉS. Fue en un monasterio lleno hasta el último rincón, con el aire denso de expectación, donde la cantante gallega demostró que la música no es solo un arte, sino también una trinchera.
Y allí, entre luces cálidas, melodías afiladas y un público entregado, ella volvió a dar una lección de dignidad, de fuerza y sobre todo, de valentía. Lo primero que sorprende de ella no es solo su voz, áspera y dulce a la vez, sino la honestidad con la que la utiliza. Canta con las entrañas. No se disfraza para agradar ni adapta su mensaje a las modas del mercado.
Canta lo que piensa, lo que vive, lo que ve. Y eso se nota, se siente en la piel, en el pecho, en la conciencia. Desde el primer acorde, el ambiente se transformó. No era un concierto más. Era una invocación a la tierra, al idioma, a la memoria, y al coraje de ser mujer en un mundo que todavía tiembla ante las voces que no se agachan.
Abrió el concierto con «HUMANAMENTE». La audiencia respondió con una ovación visceral, como si todos supieran que aquello que escuchaban no era solo una canción, sino una declaración de principios.
A lo largo del concierto cantó temas como: «CO XENIO DESTROZADO», una balada doliente sobre la violencia cotidiana, sobre esa herida que muchas mujeres aprenden a maquillar, pero que ella escupe sin anestesia, con crudeza poética y redentora.
“A ÚNICA SEÑORA”, es firma una de sus canciones más íntimas, poderosas y emocionantes. Desde el primer acorde, la melodía se tiñe de una ternura profunda que envuelve al oyente en una atmósfera de amor, gratitud y memoria. La letra, escrita con una sensibilidad poética que sólo ella sabe manejar, es un homenaje lleno de respeto y cariño. Su voz, firme pero quebradiza en los momentos justos, transmite mucho más que palabras: transmite vida, historia, raíces.
“NON SON FADA” proclama ser una bruja, una mujer libre, feroz, lúcida, hecha de tierra y fuego. Esta canción no es sólo una declaración artística, es un grito de identidad y resistencia, un conjuro en forma de sonido que combina la música tradicional gallega con ritmos caribeños y una lírica mordaz que no se guarda nada.
El cierre fue con «TEMPESTADES DE SAL» donde el rock se mezcla con la tradición gallega, con ritmos de raíz y cadencias atlánticas. Es en ese mestizaje donde Sés demuestra que lo local no está reñido con lo universal. Que se puede cantar en gallego y emocionar a quien no entiende la lengua, porque lo que transmite está más allá de las palabras: es emoción, es lucha, es alma.
Y lo defiende con la naturalidad de quien ama su lengua no como un símbolo, sino como una forma de estar en el mundo. En cada palabra, en cada expresión, se percibe el amor por una tierra que no se rinde, por una cultura que resiste al olvido desde la poesía, la música y la memoria oral.
Un escenario compartido: sororidad y comunidad
No estuvo sola en escena. Su banda, ofreció una interpretación vibrante, llena de matices. Pero más allá de la calidad musical, lo que se respiraba era una complicidad auténtica, una hermandad sin jerarquías. Se miraban, sonreían, se acompañaban. Cada solo, cada riff, cada base rítmica era una conversación entre iguales.
Una revolución posible (y cantada):
Lo más valiente de SÉS no es que cante lo que piensa. Es que lo hace con belleza. Con inteligencia. Con arte. No grita, no impone, no sermonea. Crea canciones que se quedan en la memoria como semillas. Y esas semillas, con el tiempo, germinan en preguntas, en ideas, en cambios.
Un legado que trasciende el escenario:
Cuando las luces se apagaron y el eco de la última nota se disipó, nadie se movió. El público tardó en asumir que aquello había terminado. Porque ese concierto no fue solo música: fue experiencia, memoria y conciencia.
Mientras la gente salía del teatro, muchos llevaban lágrimas en los ojos. Otros comentaban frases que les habían tocado. Algunas mujeres, jóvenes y mayores, se miraban cómplices, como si algo hubiera cambiado dentro. Y es que el arte no se queda en el aplauso: se queda en el alma.
Epílogo: cantar, resistir, vivir:
SÉS representa algo más que una voz potente o una compositora talentosa. Representa a una generación de mujeres que se niegan a ser invisibles. A una cultura que no pide permiso para existir. A un arte que no se vende al mejor postor, sino que se entrega a quien lo necesita.
Ella no canta para complacer, canta para remover, para despertar, para sanar. Y en estos tiempos donde el ruido muchas veces sustituye al contenido, su música es un faro. Un faro atlántico que guía a quienes todavía creen que otra forma de estar en el mundo es posible.
Porque, como ella misma dice en uno de sus temas más celebrados: «Somos salitre e lume, e ninguén nos vai deter.» Y no, nadie va a detenerla. Porque cuando una mujer como SÉS canta, el mundo escucha.







