Por Jorge de Arco.
En un panorama literario, a veces, saturado de estridencia y autocomplacencia, la aparición de El tiempo que era mío (Renacimiento, Sevilla, 2025) de Salustiano Masó, surge como un acontecimiento que obliga a repensar el lugar de este autor en nuestro tiempo. Masó (Alcalá de Henares, 1923 – Granada, 2024), poeta ajeno al ruido y al oropel de la escena cultural, se mantuvo fiel a una ética de la escritura que lo sitúa, paradójicamente, fuera del canon, pero en el corazón mismo de la lírica verdadera.
Esta compilación es una selección elaborada con mimo y rigor por J. R. Barat y Darío Márquez. Con ella y desde ella, se nos permite recorrer el itinerario existencial e intelectual de alguien que no escribió para agradar ni figurar, sino para indagar. Su voz, humana y sólida hasta el estremecimiento, destila una nítida honestidad. En sus versos, la conciencia del tiempo —ese «tiempo que era suyo»—, y que, en cierta forma, ahora también nos pertenece, se impone como núcleo temático y ontológico. Salustiano Masó miraba de frente al dolor, a la pérdida, a la pasión, a la dicha…, y lo hacía con un lenguaje depurado, alejado de manierismos, firme en su belleza cortante, casi ascética.
En su prefacio, J.R.Barat incide en que “el grito existencial, la responsabilidad política, la solidaridad, la duda religiosa, el amor y el diálogo permanente con los clásicos articulan la obra” del escritor alcalaíno. Materias, al cabo, que se aúnan en la conjunción entre la claridad del pensamiento y la potencia expresiva. En tiempos en que la poesía, en ocasiones, se fragmenta en lo anecdótico o se extravía en el hermetismo vacuo, Masó recuerda que la lucidez puede ser conmovedora, que la ironía no excluye la compasión, y que la fidelidad a una voz interior —lejos de ser una postura— puede convertirse en una forma de resistencia. Su decir se ofrece, se entrega, como gesto de íntima generosidad:
No trates nunca de escapar a un sueño,
suéñalo hasta su última
embriaguez o catástrofe,
tan solo así lo anulas y te impones
a su ficción:
hunde tus manos en sus arcas de oro,
date a su vértigo, a sus persecuciones,
entrega el cuello a sus verdugos,
el sexo a tus amores
ilícitos, no trates
de escapar, véncelo
y proclámate rey de su brevísima
eternidad.
El volumen abrocha una muestra de sus veintitrés libros publicados. Desde su poemario inicial, Contemplación y aventura (1957) hasta Metafísica recreativa (2009); es decir, más de cinco décadas entregado al verso. Y, también, al ámbito de la traducción, donde editó más de un centenar de volúmenes, vertidos del inglés, francés e italiano al castellano. Su incesante labor fue reconocida en 1993 con el Premio Mundial Nathorst-Unesco —el llamado Nobel de la Traducción—.
Leer, pues, a Salustiano Masó es asistir al privilegio de oír una voz ajena a las molduras moldeadas por las modas o a las exigencias del mercado. Su cántico, a menudo, roza lo sapiencial sin perder la carne del instante, y está animada por una conciencia aguda de la fragilidad humana, por una búsqueda obstinada de sentido. No hay impostura en Masó, y sí, en cambio, una autenticidad que desarma.
Con El tiempo que era mío, se hace justicia no sólo a un poeta —poco conocido, sí, pero imprescindible— sino también a una manera de estar en la literatura: con rigor, con entrega, con verdad. En esta antología, se rescata una obra que debería formar parte del imaginario de quienes aún creen en la palabra como forma de conocimiento y de consuelo.
Salustiano Masó, ese poeta secreto, nos deja con la certeza de que aún hay voces que, sin hacer ruido, pueden conmover la lengua y el alma. Y eso, en estos tiempos, es casi un milagro:
Bodas de plata, de oro, de diamante,
serán al fin bodas de llama viva
cuando apurada la última saliva,
se extinga el beso y la canción no cante:
y se oiga solo el verbo crepitante
del fuego y su verdad: la destructiva
voluntad de ese dios, Moloch o Shiva,
que se alza siempre al cabo triunfante.
Pues tal fue su deseo, compañera,
sea el mío también, después de tanta
vicisitud y suerte tornadiza.
Y se verá cómo, a la primavera,
una invencible rosa se levanta
de aquellas bodas nuestras de ceniza.

