Por Alberto García-Teresa

En este nuevo poemario, Antonio Méndez Rubio (1967) ahonda en su construcción porosa de una poesía de lo indeterminado. El horizonte al que se asoman estas páginas es “lo peor”: un término que nos arrastra a una desolación intangible, móvil en tanto que se escurre siempre hacia algo más negativo. Constituye una manifestación angustiosa de una derrota que no termina de finalizar. Una aproximación que tantea y titubea porque se aterra ante lo que intuye o esboza, ante lo que se asoma. Y, cuando considera que se ha aferrado a algo, es dolor lo que se produce porque conlleva un desengaño (“esa necesidad // de claridad llega tarde”). Peor que pedir constituye una constatación de que nada se puede constatar; de que toda aseveración resulta una quimera. De una derrota. No apunta a desvelar una verdad, sino que deja esa verdad fuera del verso y pone en cuestión su existencia. «Nada» y «no» pueden ser las palabras más repetidas a lo largo de estas páginas, de hecho.

Si bien gran parte de los poemarios previos de Méndez Rubio se movían con una aspiración en cierta manera utópica (con ese mismo sentido de algo inalcanzable de este volumen), lo cierto es que la voz de este volumen parece aceptar y asumir el fracaso de su búsqueda con un paradójico firme desconcierto. La luz, en cualquier caso, continúa siendo su símbolo vertebral, pero con un valor negativo puesto que ciega y engaña. De nuevo, el autor apuesta por zafarse de lo evidente y de lo obvio para salir de las falacias simplificadoras de la realidad. Para esquivar, en definitiva, lo que puede amarrarnos a una comodidad o docilidad que fije el fluir interminable de la vida y del pensamiento.

El libro recoge versos que avanzan con ritmo sincopado aunque sin fractura. Estos acogen una dicción tortuosa que encierra tanto una perplejidad ante el mundo como un ahogo ante la existencia. Así, plasman un abatimiento ante la conciencia de las dificultades del lenguaje para nombrar la realidad (o las facetas de realidad que el poeta aspira a acercarse y a su propia trascendencia). Se trata de una poesía sobre la fragilidad, en suma, desplegada a través de una expresión lingüística coherente con esa vulnerabilidad. Las piezas se construyen alrededor de una conversación con oraciones engarzadas por un tenue hilazón no de discurso, sino de sentido. Se afirma y se contradice seguidamente lo afirmado, se cuestiona lo dicho, se amalgaman las incertidumbres, adverbios y expresiones que subrayan lo abierto y lo inasible. Sin embargo, a pesar de esas conversaciones reproducidas, el autor aspira al borrado del sujeto o, al menos, a su indeterminación o la despersonificación de cuanto aparece en el poema. Pues no se trata de un poema vinculado a un “yo”, sino, como él explicita, a “nadie”. De ahí la distancia que se construye en sus piezas para que podamos observarlas como un ejercicio epistemológico.

De esta manera, el poeta nos lleva ásperamente por un doloroso recorrido de negaciones, falta de asideros y dudas en una lectura estimulantemente incómoda.

Peor que pedir
Antonio Méndez Rubio
108 páginas, Pre-Textos, 2025