Después de más de una década construyendo uno de los universos de terror más exitosos del cine moderno, la última de la saga de Expediente Warren, El último rito, es un final con más amor que terror (The Conjuring: Last Rites). Hay 10 películas de esta franquicia incluyendo cuatro principales de los Warren, tres de Annabelle, dos de La Monja, y una de La Llorona. El último rito, dirigido por Michael Chaves, no sólo intenta cerrar una historia marcada por lo sobrenatural, también quiere rendir homenaje a la pareja que la sostuvo desde el principio: Ed y Lorraine Warren, interpretados magistralmente por Patrick Wilson y Vera Farmiga.

Aunque la película no reinventa el género ni alcanza la cima de tensión lograda por las primeras de James Wan, sí encuentra su fuerza en lo que muchos olvidan que también puede ser el alma del terror: el amor, la fragilidad y la fe compartida entre dos personas que enfrentan lo inexplicable. Además, se ha convertido en el estreno de terror más taquillero de la historia del cine.

Ed y Lorraine Warren

Desde el comienzo, El último rito deja claro que el foco estará puesto en los Warren individualmente, pero sobre todo como pareja. Lejos de ser los típicos cazadores de demonios, Ed y Lorraine aparecen aquí como dos seres humanos agotados, marcados por los años y por las cicatrices que les ha dejado su lucha constante contra el mal. La película se toma su tiempo para explorar ese desgaste, pero también para mostrar que su vínculo sigue siendo inquebrantable. No hay necesidad de grandes gestos ni declaraciones rimbombantes. Basta una mirada, una mano extendida, una decisión silenciosa tomada al unísono para que el espectador entienda que, más allá de lo paranormal, lo que de verdad importa en esta historia es la conexión profunda entre ambos.

Actuación ejemplar de los protagonistas

La actuación de Vera Farmiga es especialmente notable. Lorraine Warren, a estas alturas, es un personaje lleno de capas: médium, esposa, madre y, en muchos sentidos, mártir emocional. Farmiga interpreta con una sensibilidad ejemplar, transmitiendo serenidad y el peso de una vida entre visiones y tormentos. Patrick Wilson, por su parte, ofrece quizás una versión más vulnerable de Ed. Ya no es sólo el protector firme de entregas anteriores; aquí es un hombre cansado, consciente de sus limitaciones físicas, pero aún guiado por un amor casi sagrado hacia su esposa. Juntos, Wilson y Farmiga no actúan, habitan a los personajes. Su química no sólo se siente, se vive. Y eso, en un género que a menudo relega las emociones al segundo plano, es oro puro.

Narrativamente, El último rito tiene altibajos. Su estructura es más convencional que innovadora. Es un nuevo caso demoníaco, una serie de eventos paranormales, una amenaza creciente y un clímax donde la fe es puesta a prueba. Muchos de los recursos utilizados, como los sustos sonoros, las apariciones repentinas o las imágenes demoníacas, ya los habíamos visto antes, y algunos parecían más mecánicos que aterradores. El guion tampoco arriesga demasiado y, en ocasiones, es “más de lo mismo”. Pero sería injusto juzgar esta película sólo por su capacidad de asustar, cuando en realidad su mayor aporte al universo Warren es emocional y simbólico.

Dirección más madura en la última entrega de Expediente Warren

Lo más destacable es cómo la dirección de Chaves en Expediente Warren, lejos de apoyarse en el efectismo excesivo de sus trabajos anteriores, se muestra más contenida y madura. Hay una intención clara de darle espacio al drama humano. La relación entre los Warren no es sólo un recurso narrativo, es el eje central. En medio de casas encantadas, posesiones y maldiciones, lo que mantiene al espectador conectado no es el miedo, es la empatía. ¿Qué se siente vivir sabiendo que puedes perder al amor de tu vida cada vez que entras a una casa maldita? ¿Qué significa tener fe cuando todo lo que ves contradice la lógica y la esperanza?

Es ahí donde El último rito se convierte en una despedida digna. No por sus sobresaltos ni por su mitología, por su honestidad emocional. Cuando una saga de terror es capaz de cerrar su historia centrándose en el amor que ha sobrevivido a todos los monstruos anteriores, entonces está mostrando algo más profundo de lo que parece.

Miedo y amor, a veces, caminan juntos

Ahora bien, no todo en la película funciona igual. Algunos personajes secundarios están apenas esbozados, y ciertas subtramas parecen metidas a la fuerza para dar contexto al caso central. También se puede criticar que, en su intento de tocar todos los elementos típicos del universo Warren, el filme a veces pierde ritmo. Hay escenas que se alargan innecesariamente y otras que pasan demasiado rápido, especialmente en la segunda mitad, cuando el relato entra en terreno conocido y no siempre logra sostener la tensión.

Lorraine Warren con su hija Judy

Sin embargo, esos defectos no opacan el verdadero logro de Expediente Warren: El último rito. Hay que entender que, para cerrar una saga así, no basta con una amenaza demoníaca más poderosa que la anterior. Hace falta corazón, mirar a sus personajes y tratarlos con el respeto que merecen. También que el verdadero terror, el más humano, no está en los espectros que se esconden en la oscuridad. Se encuentra en la posibilidad de perder a quien más queremos: abuelos, padres, hijos o pareja.

En ese sentido, El último rito no es solamente una película de terror, es una historia de amor. Es un adiós a dos personajes que, en medio de los gritos y las sombras, nos recuerdan que el miedo y el amor, muchas veces, caminan juntos.