Fotografía: Ignacio del Río

Por Israel García Martín.

El poemario Todas las sombras (2024) es una obra escrita por la malagueña Inés Montes, publicada por El Toro Celeste en su colección de poesía «La Federica». Estamos, pues, ante una autora que, licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga, y en Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, se halla presente en diversas antologías poéticas, como sucede mismamente en Mujeres de carne y verso (La Esfera de los Libros, 2002). Además, ha publicado diversos poemarios previos al que aquí nos ocupa: La noche y los días (Parasol, 1992), Fronteras (2014), traducida al francés; El canto inaudito (Endymion, 2017), que recibió el I Premio Literario Himilce de Poesía Escrita por Mujeres; y Un lugar al borde de las cosas (Ediciones del Genal, 2018). En 2017 recibió también el Premio Jábega como galardón por su obra literaria, más el Premio Andalucía de la Crítica 2021 por su antología de relatos De repente, siempre es tarde (Endymion, 2020).

En cuanto a Todas las sombras, el lector que se acerque a este breve poemario encontrará una variedad de composiciones escritas, sobre todo, en verso, más once que han sido redactadas en prosa; una sucinta introducción llevada a cabo por Alicia Aza, titulada «La defensa de la soledad de Inés Montes»; y, finalmente, un diálogo mantenido entre la poeta y Manuel Francisco Reina como colofón de la obra, donde se ponen de manifiesto las claves e inspiraciones que le han servido a la escritora malagueña para su labor poética.

Así, el poemario comienza con una cita de José Luis Ruiz Olivares, a quien Inés Montes le dedica seguidamente un in memoriam. En esta, se pone de manifiesto la oscuridad que atraviesan a las palabras, una idea que la autora retoma en el poema «Fingidores», cuando dice: «En mitad de la noche te asaltan / las palabras que desorientan» (p. 38). Después de todo, estamos ante una obra poética donde, desde el mismo título, se hace explícito el concepto de sombra, de lo oscuro. Pero hallamos también cuestiones tan diversas como el paso del tiempo y la nostalgia por el pasado («Nostalgia del fuego» sería ejemplo de ello), de la soledad («Ausencia»), o de la propia fugacidad de la vida («Los juncos luminosos»). Si bien hemos de mencionar que cada poema no trata un único tema en exclusiva, sino varios a la vez. De ahí que, mismamente, «Los juncos luminosos» trate también sobre la soledad, y no solo sobre lo fugaz que resulta la vida. Lo mismo sucede con el resto de la obra.

En cualquier caso, tenemos, por lo previamente expresado, un sentimiento trágico y de afligimiento en los poemas; algo que remite a la decadencia y pesadumbre. Todo ello enmarcado, eso sí, en la omnipresencia de la noche y de sus sombras. Pero entre tanta nocturnidad, hay también algo de luz: «Cuando el viento se duerme / la noche estalla en pétalos de luz» (p. 40).

Tras la introducción de Alicia Aza, el primer poema que encontramos se titula «Lo invisible», y destaca por ser en prosa. A partir de aquí encontramos tres bloques diferentes, que se titulan «Intemperies», «Todas las sombras» (que le da nombre al poemario) y «Ángeles desterrados». En los dos primeros, el lector hallará una serie de composiciones en verso libre no muy extensas, pues ninguna ocupa más de dos caras. En cambio, en el tercer bloque tenemos, tras una cita del director alemán Wim Wenders, diez poemas más escritos en prosa, los últimos del libro; todos ellos sin título, salvo por estar enumerados con números romanos.

El bloque titulado «Intemperies» se inicia con un poema llamado «Los charcos tristes»; y ya en él, esto es, desde los primeros compases de este poemario, los temas anteriormente mencionados hacen gala de presencia. He aquí los versos iniciales:

La sangre enmudecida
bajo este cielo sombrío.
En la oscuridad el silencio
habla dentro del laberinto (p. 29).

Ya el primer verso, con la mención explícita de la sangre, remite a una cierta violencia. Estamos ante algo descarnado y crudo. No es un paisaje alegre lo que nos describe la autora, sino todo lo contrario: inhóspito, desasosegante y cruel; tales son los adjetivos que dichas palabras evocan en mí. Lo que llega hasta el final, acabando de esta forma: «Mientras un frío transparente / asalta mi cuerpo». Hay crudeza y violencia hasta el último verso. Aunque, en medio del poema, la voz narrativa parece alegar la existencia de una cierta luz en medio de tanta oscuridad, al preguntarle lo siguiente a un ignoto:

¿Quizá pusiste luz
sobre mis tinieblas?
¿Fuiste tú quien encendió
la llama que crecía en el iluso
inventario de mi vida?

Según parece, cabe cierta luminiscencia después de todo. De hecho, la llama se manifiesta también en «Los juncos luminosos». Así lo expresa la autora: «Nada se enfrenta a la llama / que respira en nuestros sueños». Lo mismo sucede con los «pétalos de luz» de este poema, que previamente hemos mencionados; aquí Inés Montes hace suyo el tópico literario de la vida fugaz, tan presente en la poesía española desde Jorge Manrique. Dos veces incide nuestra autora en que «la vida es un instante», que posteriormente completa con este verso: «Construida de soledad y silencio». La soledad y el silencio son, precisamente, dos aspectos que categorizo como negativos en la obra de Inés Montes, y que se hacen patente a lo largo de esta. Véase «Lágrimas que sueñan», cuyo primer verso es el siguiente: «Caminaba en la noche por la ciudad solitaria» (p. 47). De nuevo, oscuridad y soledad; lo que genera un desasosiego que va en aumento conforme avanza el poema: «Y anduve por las calles buscando miradas / risas y voces, sin otro eco / que un reverso de ausencias».

Hay una búsqueda por parte de la voz poética de quebrar esa soledad indeseada. Pero no le resulta posible distanciarse de ella. Debido a ello, el final no es más optimista que el resto de la composición. Así dice: «Pero solo hallé las lágrimas de todas las sombras / bañando mis pies desnudos / en la ciudad que me soñaba».

Gracias a dicho final, pero sin olvidarnos que ya lo releva el título mismo, podemos comprobar que lo onírico está presente del mismo modo que otros temas literarios previamente citados. En cuanto a la mención de los tiempos pasados, el último poema del libro (p. 76) hace referencia a un devenir histórico-mitológico. La voz narrativa asume el plural de un grupo, que se hacen llamar ángeles desterrados, y que habrían estado presentes en nuestro mundo desde su mismo origen. Así, la presencia de estos ángeles habría sido recordada y simbolizada por la humanidad, durante los siglos, a través de la representación artística; haciéndose, eso sí, de forma errónea, al haber sido los de esta especie, como así se alega, mal interpretados por los humanos; como si lo pasado estuviese irremediablemente unido a la distorsión propia del olvido. Esto se reafirma en el poema «Una conversación», donde se alude a tal pensamiento con las siguientes palabras:

Si ahora miro hacia atrás
veo que mis huellas
se desvanecieron
en la corteza del tiempo (p. 33).

En resumen, el poemario Todas las sombras es un reflejo de las emociones más oscuras y oníricas. Aquellas que abrazan la soledad y el rumor de un tiempo pasado que va camino del olvido y del pesar. Existe, pues, mucho dolor entre sus páginas. Pero la escritora malagueña, aun con todo, prefiere no olvidar que sigue habiendo algo de luz en nuestro mundo, a pesar de los muchos días grises también existentes en el devenir del tiempo y, con ello, de nuestra propia existencia.