«Nosotros, unos pocos, los felices pocos, una hermandad de hermanos»
Shakespeare, Enrique V, IV, 3.
Por: Mauricio A. Rodriguez Hernandez.

Hay autores que no escriben libros, sino que construyen refugios de memoria. Jean-Paul Enthoven es uno de ellos: su obra parece un atlas íntimo donde el tiempo se desdobla en reconocimiento de deudas, tramos de vida y fantasías que persisten como brasas. Nacido el 11 de enero de 1949 en Mascara, Argelia cuando aún era un departamento francés, su biografía se confunde con la historia: el exilio tras la independencia, la Sorbona, las redacciones de Le Nouvel Observateur y Le Point, la dirección editorial de Grasset, y finalmente la soledad fecunda de la escritura.

Si en Je me retournerai souvent el autor explora los reconocimientos de la memoria, en Si le soleil s’en souvient (Si el sol se acuerda) el recuerdo se vuelve solar y ardiente, y entre ambas obras resuena un juego de espejos: girar sobre sí mismo para volver al sol, doblar la experiencia hasta que la deuda se convierta en luz. Y todo ello dialoga con sus libros anteriores: Les Enfants de Saturne (1996), Aurore (2001), La Dernière Femme (2006), Ce que nous avons eu de meilleur (2008), L’Hypothèse des sentiments (2012), el Dictionnaire amoureux de Marcel Proust (2014, junto a Raphaël Enthoven), Saisons de papier (2016), Ce qui plaisait à Blanche (2020), Les Raisons du cœur (2021) y Lignes de vie (2022).

Enthoven escribe como quien camina entre ruinas y espejos, sabiendo que toda literatura es una lucha entre la fugacidad y la permanencia. Sus libros no son solamente novelas o ensayos: son brújulas afectivas, diccionarios amorosos, hipótesis del sentimiento, líneas de vida. En ellos late la convicción de que la literatura, más que una disciplina estética, es una forma de resistencia contra el olvido y contra la banalidad del presente.

En esta conversación, Jean-Paul Enthoven se abre al juego de preguntas y respuestas con la misma mezcla de precisión y lirismo que caracteriza su prosa. Filosofía, amor, política, memoria y deseo: todos los temas confluyen como ríos en un delta. Lo entrevisto, y lo escucho, con la certeza de que sus palabras también son parte de esa constelación donde lo íntimo y lo histórico se dan la mano.

Mauricio A. Rodríguez Hernandezx (MARH): ¿Cree usted que ciertas personas nacen con un poder inconsciente de fascinación o de dominación sobre los demás, o se trata más bien de una proyección de nuestras propias carencias?

Jean-Paul Enthoven (JPE): Basta con constatarlo. La historia, la literatura, el teatro del mundo, no dejan de mostrarnos seres más irresistibles que otros. Este asunto comienza en el Jardín del Edén con una serpiente muy seductora. Esa evidencia forma parte de los encantos y de los peligros de la existencia.

MARH: Los pasajes más sensuales de su libro Lo que le gustaba a Blanche evocan una vitalidad feliz y animal «La especie se olfateaba, se evaluaba, se rozaba, se excitaba…». ¿Cree usted que el deseo carnal puede ser una vía de acceso a una forma de trascendencia o de verdad existencial?

JPE: Sí, lo creo. La literatura siempre se siente incómoda con lo que los cuerpos dicen o sugieren. Y sin embargo, la verdad de los cuerpos precede siempre a las verdades de la inteligencia. En mis libros siempre he tomado partido por escucharlos, a esos cuerpos, y transcribir lo mejor posible lo que dicen. Porque lo que dicen, para un espíritu agnóstico como el mío, es efectivamente la mejor vía de acceso a cierta trascendencia. Una trascendencia que, en ausencia de lo divino, puede servir de absoluto. Un absoluto clandestino.

MARH: Blanche, en su relato, parece encarnar a la vez la belleza, la libertad y el peligro. ¿Es para usted una alegoría del amor absoluto o más bien un espejo de la ilusión romántica?

JPE: Ambas cosas, por supuesto. Mi Blanche es lo que llamamos una “femme fatale”, es decir, una mujer que frecuenta, inspira y juega con la muerte. De ahí su pasión por los juegos eróticos extremos, por la audacia, por la indecencia. Nada es más seductor que ese tipo de defectos, sobre todo desde el punto de vista de quien está dispuesto a sucumbir e incluso desea sucumbir. Por supuesto, mi heroína es “tóxica”, pero a veces necesitamos de esa toxicidad para comprender quiénes somos. André Breton decía en L’amour fou: «el amor es cuando uno encuentra a alguien que le da noticias de sí mismo». Y lo creo…

MARH: El amor que usted describe está marcado por la posesión, el embrujo y la pérdida. ¿Qué mirada tiene hoy sobre las formas del amor contemporáneo, en la era de las aplicaciones y la inmediatez?

JPE: En cuanto al amor el único tema que en el fondo me interesa, soy muy reaccionario, muy arcaico. En mi vida, en mis libros, mis héroes aman “a la antigua”, como los románticos, sí, pero románticos que han leído a Freud y no son ingenuos al estilo de Alfred de Musset. En cuanto a lo que usted llama “el amor moderno”, con sus aplicaciones de citas, su sexualidad elemental e inmediata, no me concierne, no me interesa. Más bien tiendo a compadecer a quienes hacen de eso su goce ordinario. El amor no es solo placer, ¿sabe? También es un juego con la muerte. Eso es lo que intento ilustrar cuando imagino a un personaje femenino.

MARH: Su estilo poético, a veces casi musical, parece responder a una necesidad de ordenar el caos interior. ¿Es para usted la escritura un medio de dominar el desorden afectivo?

JPE: Usted lo ve bien: la escritura, para mí, es una forma de poner orden en el caos. De ahí mi estilo, que quiere ser resueltamente preciso y controlado. De ahí, incluso, mi relativa preciosidad, que es el defecto frecuente de la precisión. A menudo me reprochan esa preciosidad. Los dejo hablar. En cualquier caso, intento escribir “lealmente”, respetando mi instrumento, las palabras, y vigilando su disposición, su combinación. Las escrituras “desaliñadas” me horrorizan.

MARH: En el episodio de la llegada a Toscana «Este paisaje me daba el anticipo de una felicidad perfecta», describe un momento de armonía total entre el espíritu y la carne. ¿Cree en la posibilidad de una felicidad duradera, o la felicidad es necesariamente fugitiva, como una forma de éxtasis literario?

JPE: Lo propio de la felicidad es que se acaba. Nada dramático en ello, pero conviene saberlo. Si la felicidad durara siempre, dejaría de ser felicidad y se convertiría en otra cosa, una especie de eternidad insípida semejante a la que conocían los dioses del Olimpo. Y precisamente los dioses griegos envidiaban a los mortales porque estos experimentaban cotidianamente felicidades fugaces, por lo tanto maravillosas. Dicho esto, en la vida existen “burbujas de eternidad”, siempre breves y frágiles, pero que son anticipos de una éxtasis que siempre se escapa. Tal es, a mi juicio, la grandeza y la miseria de la condición humana.

MARH: Su libro Si el sol se acuerda transcurre en la Argelia de los años 60, en plena guerra de independencia. ¿Ve usted hoy, en la situación actual de Argelia, un eco de las heridas no cicatrizadas del pasado colonial?

JPE: En lo que respecta a la Argelia de mi primera infancia, sí, creo que las heridas nacidas de la guerra de independencia nunca se cerraron. No en mí, sino en la Argelia misma. Hoy este país de una belleza inconcebible, con una población joven e inteligente, sigue siendo un país desgraciado, combatiente y violento. El episodio del arresto y encarcelamiento de Boualem Sansal es una prueba más. Todo sucede como si esa joven nación, por culpa de sus gobernantes, tuviera miedo de la libertad que conquistó con su sangre. Compadezco a mi amigo Boualem Sansal. Compadezco a los jóvenes argelinos. La liberación del primero será el primer paso hacia la liberación de los segundos.

MARH: En un contexto mundial donde Estados Unidos, y otros países, parecen deslizarse hacia un autoritarismo, una censura mediática y una polarización inquietante ¿cree que asistimos a un ascenso del neofascismo? ¿Y qué papel juega según usted la inteligencia artificial en este desplazamiento: herramienta de liberación o de control?

JPE: El ascenso de los populismos es un hecho incontestable. A mi juicio, se explica por lo siguiente: el mundo es cada vez más complejo y está inundado de información que solo el espíritu crítico puede desenredar. Ahora bien, cuanto más compleja es la realidad, más ávidos son los individuos de respuestas simples y simplificadoras ¿Y qué es el populismo sino un sistema de respuestas simples a problemas complejos? Ahí está todo. Dicho esto, no creo que, para las democracias razonables, haya un futuro neofascista. Autoritario, sí, sin duda, pero el fascismo es otra cosa. En cuanto a la inteligencia artificial, no tengo más que banalidades que decirle. Esperemos un poco para saber adónde nos conduce este monstruo apasionante y extraño. ¿Hacia nuevas libertades? ¿Hacia nuevas servidumbres? Por ahora, no lo sé. Y releo el Frankenstein de Mary Shelley.

MARH: Su novela está atravesada por la memoria íntima de una adolescencia. ¿Podemos decir que este libro es parcialmente autobiográfico? ¿Qué parte de usted se ha deslizado allí consciente… o inconscientemente?

JPE: Seré muy claro: al no tener ninguna imaginación, lo cual es lamentable para un novelista, confieso que todo lo que escribo es, en lo esencial, autobiográfico. Así es, saque usted la conclusión que quiera.

MARH: Usted evoca una verdadera educación sentimental, erótica, literaria y política del joven narrador. Según usted, ¿en qué medida una educación así es todavía posible hoy, en una época saturada de ruido digital e ideologías radicales?

JPE: Una vez más, no hago generalizaciones y no soy sociólogo. Esa “educación” es la de mi héroe y, teniendo en cuenta mi respuesta anterior, en parte la mía. Nunca teorizo para los demás. Mis verdaderos maestros de educación los encontré en Stendhal, Diderot, Proust, Kundera y algunos otros.

MARH: ¿Ve en la tragedia palestina actual una resonancia con la Argelia colonial? ¿Es, según usted, un nuevo “paraíso perdido” destinado a la memoria y al exilio?

JPE: La tragedia palestina me conmueve particularmente y, cada mañana, espero ingenuamente que una pequeña luz brille al fondo de ese conflicto interminable. Soy favorable, por supuesto, a una solución de dos Estados, con la condición evidente de que cada uno renuncie a destruir al otro. Por ahora, no es así, y, evidentemente, la liberación de los rehenes y la neutralización del aparato de Hamás son condiciones previas a cualquier solución política. Dos precisiones, sin embargo: Hamás es una tragedia, primero para el pueblo palestino mismo. Y Benjamín Netanyahu es una tragedia para el pueblo judío de Israel y de la diáspora. Estas dos potencias maléficas, mientras tanto, se alimentan una de otra. Desde el 7 de octubre, ya no soy el mismo. Y el interminable bombardeo de Gaza me avergüenza. Quisiera comprender a unos y a otros, pero no es fácil en este momento.

MARH: Pierre Nora marcó profundamente la memoria histórica francesa con sus Lugares de memoria. ¿Cuál es, según usted, la herencia intelectual y moral de Nora hoy? ¿Y cómo se inscribe en un mundo donde la historia se reescribe o se instrumentaliza políticamente sin cesar?

JPE: Pierre Nora, a quien amaba como a un amigo y como a un maestro, y a quien debo tanto, no forjaba conceptos directamente utilizables por la actualidad. Él pensaba la historia, no pretendía resolver problemas políticos. De su obra mayor, sin embargo, puede extraerse una idea fuerte: el desconocimiento de la profundidad histórica de los acontecimientos anuncia siempre catástrofes. Hoy, cuando vemos a un presidente estadounidense querer transformar Gaza en una riviera de lujo, tememos lo peor. ¿Cómo se puede barrer así la historia, el pasado, la memoria de un pueblo herido? Esa “solución”, por supuesto, nunca lo será.

MARH: ¿Qué piensa de los gobiernos de izquierda moderada, como los de François Mitterrand, José Luis Rodríguez Zapatero, o de figuras actuales como Lula, Mujica, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) o Claudia Sheinbaum? ¿Podemos aún creer en un populismo social sin caer en las trampas del populismo?

JPE: Me cita ejemplos muy distintos. Lo que puedo decir es que el termino  “socialista” o “socialdemócrata” está hoy bastante devaluado. Claro que hablo sobre todo de los países desarrollados, principalmente europeos. Puede que aún tenga pertinencia en un mundo donde la injusticia es flagrante. En términos generales, pienso que el liberalismo ganó la partida de la prosperidad económica, pero que debe ser periódicamente rectificado, equilibrado, reparado, con una dosis de socialdemocracia para inyectar un poco de justicia en esa prosperidad.

MARH: ¿Cómo analiza usted las campañas de la derecha radical conducidas a través de las redes sociales que explotan el miedo, el odio y los algoritmos? ¿Puede sobrevivir la democracia en este clima digital tóxico?

JPE: Las redes sociales han dado a luz una “realidad alternativa” en la cual lo verdadero ya no se distingue de lo falso. Orwell era un niño de coro comparado con ciertos líderes actuales. Entonces, evidentemente, la inteligencia artificial es una tecnología que deleita a los populismos de todo tipo, y a las ideologías donde 2+2=5. Constato con espanto que hay un 10% de “terraplanistas” en Estados Unidos, y debe de haber tantos en Europa. Sin hablar de las ideologías odiosas que, lo repito, frente a problemas complejos, oponen respuestas demasiado simples. Razón de más para cultivar el espíritu crítico, nuestra única oportunidad de pensar y de vivir como ciudadanos libres. La novela, en sustancia, la gran novela europea y humanista, es una escuela del espíritu crítico. Por eso me esfuerzo en ella. Los totalitarismos odiarán siempre a las buenas novelas inteligentes.