
José Miguel Gándara Carretero
Hay algo en el lenguaje carnal, en la sexualidad, en el amor, en la pasión, que supone un compromiso colectivo contra la muerte y por la salvación.
Por doquier me estremezco ante la asoladora descomposición del género humano y siento el trueno lastimero de ver como millones de personas languidecen entre interminables jornadas laborales, cuando no se embriagan en suntuarias y artificiosas fiestas creadas ex profeso por las autoridades tecnócratas como bálsamo de fierabrás, olvidadizo y anestesiante contra la distimia y la depresión crónicas de la población en general.
La poesía y los poetas somos la revelación, el apocalipsis semántico, el contenido psicopompo que algún día tendrá la misión de administrar la tan esperada salvación, acontecimiento mesiánico donde los haya, porque la poesía es eso, una forma de mesianidad al alcance de unos pocos profetas de la palabra, como es el caso de Yannis Ritsos.
Sueño erótico tras el sexo. Sábanas sudorosas
que cuelgan del lecho hasta el suelo. En mi sueño escucho
el poderoso río. Su cadencia se enlentece. Troncos de grandes árboles
fluyen en él. En sus ramas miles de aves
viajan inmóviles en un largo canto
de agua y hojas, pausado por estrellas. Deslizo
mi mano suavemente bajo tu cuello, temeroso
de callar el canto de las aves en tu sueño. Mañana, a las diez,
cuando abras las contraventanas y el sol invada las habitaciones,
aparecerá en el espejo más claramente tu mordido labio inferior
y la casa se volverá de un rojo intenso, moteada toda
de plumas doradas y de distantes e inacabados versos.

Hay algo en el lenguaje carnal, Σάρκινος λόγος, y el erotismo, que nos conduce hasta el pathos de la tragedia griega, un intento de apurar hasta los últimos vestigios de una vida que nos han arrebatado deseroritizándola, asexuándola, desalmándola por callejones de negritud moral nunca vistos hasta el tiempo presente.
¿Es acaso, el género humano, una simple moneda de cambio, una transacción comercial perecedera, objeto de un sólo uso, un pelele mercantilizado y fetichizado por el monetarismo de la Escuela de Chicago?.
Re-erotizar la sociedad, carnalizarla, no supone ni mucho menos animalizarla. Es, por contra, devolverla a la vida, hacerle sujeto de su destino, deleitarla en la desobediencia civil, en el instinto inicial que dio lugar a la creación y a sus criaturas.
En la grecidad de Yannis Ritsos y en la grecidad en general, se esconde siempre una magia seminal, la verdad y la razón axiomática de la que disponemos los poetas. Podrá parecerles un discurso irracional, extemporáneo y fuera de las fronteras de la realidad, pero es nuestra razón de ser y de vivir, el poder salvífico que portamos en esas salas interiores que pueblan nuestra personalidad.
Sólo los dioses, el fluido seminal y el fuego purificador son capaces de crear, de velar por la vida, de resolver este laberinto cretense que supone la existencia.

