Natalia Loizaga.
Cuatro veces se despidieron los actores y cuatro veces el público les obligó a regresar. Los aplausos pusieron en pie a los espectadores cuando Lluís Homar, ya despojado de su personaje de emperador romano, dio un paso al frente. Una ovación que se volvió todavía más fuerte cuando atrajo consigo al joven Álvar Nahuel, que en ausencia de palabras y con solo un cuerpo consigue contar una historia de amor, desidia, sumisión y naufragio.
Él, junto con el resto de intérpretes, en un principio parecen no encajar en la historia que trata de contarse, como si su labor fuese intentar atrapar a un público cegado por el frenesí de la sociedad digital. Podrían ser incluso una parodia de ésta, con sus móviles, cámaras y micrófonos que graban al emperador sumido en una narración que se aleja mucho del mundo que hoy acontece. Adriano, sin embargo, comienza a ver en ellos a los personajes que le acompañan durante su historia y todo parece alcanzar un equilibrio que, aunque carente de sentido, termina funcionando.
Aun así, en ocasiones se echa de menos la soledad desde la que habla el protagonista. Homar, con la única compañía de su monólogo, seguiría llenando el teatro, con un Adriano herido por las estocadas de la existencia, que navega en su memoria, sorteando batallas, amantes, enemigos y paseando por la eterna Roma. En la obra Memorias de Adriano nos habla de su caballo, animal que obedecía sus órdenes como si se las diera su propio cerebro. Sumisión o vínculo, según como se mire, que nunca alcanzó a tener con ningún hombre. Igual que la caza, que fue para él más honesta que muchas de sus batallas. Pero el poder, los reinados, las guerras y miserias parecen no tener en él tanto calado como lo tuvo el amor de Antínoo, interpretado por Nahuel.
En una escenografía sobre la que no esperarías ver aparecer a un emperador romano se dinamitan las palabras de un monólogo excepcional, pero aunque tiene literatura, le falta desgarro. En sus palabras hay poder y en su actuación presencia, pero solo se intuye en determinados momentos el hombre que el público aclama, el Adriano que sangra. El que, como cuando pierde a su amado, deja de ser soberano.
Puede que su alma se ha quedado allí, en una utópica Roma con un deseado y perdido Antinoo. Quizá, para resucitar a un emperador, haga falta algo más que un buen monólogo y una gran actuación.




Autoría: Marguerite Yourcenar
Traducción: Julio Cortázar
Dramaturgia: Brenda Escobedo
Dirección: Beatriz Jaén
Intérpretes
Lluís Homar
Cris Martinez
Álvar Nahuel
Marc Domingo
Xavi Casan
Ricard Boyle
Escenografía: José Novoa
Vestuario: Nídia Tusal
Iluminación: Pedro Yagüe
Música original y Espacio sonoro: Tagore González
Videocreación: Pedro Chamizo
Dirección de producción: Maite Pijuan
Producción ejecutiva: Àlvar Rovira
Dirección técnica Focus: Moi Cuenca
Coordinación técnica Focus: Jordi Farràs
Coordinador técnico espectáculo: Enric Alarcón y Jordi Thomas
Ayudante de Dirección: Iban Beltran
Ayudante videocreación: Alba Trapero
Ayudante de producción: Sira Castells
Regiduría: Aitor Aguado
Equipo técnico compañía: Focus
Construcción de la escenografía: Pascualín Estructures
Márquetin y comunicación: Teatre Romea
Reportaje fotográfico: David Ruano
TEATRO MARQUINA HASTA EL 12 DE OCTUBRE DE 2025

