“Bárbara”: La Dignidad en Tiempos Grises.

Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.

La película Bárbara (2012) de Christian Petzold, protagonizada magistralmente por Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, clausuró con sobria intensidad la Semana del Cine Alemán auspiciada por la Embajada de Alemania en Costa Rica, el Centro Goethe y el Cine Magaly. Con su ritmo contenido y su atmósfera de amenaza constante, Bárbara nos devuelve a la Alemania socialista de 1980, donde cada mirada podía ser una delación y cada silencio, un refugio.

En el pequeño hospital provincial a orillas del mar Báltico, una doctora castigada por su deseo de emigrar se debate entre la lealtad a su profesión y la huida hacia la libertad. La película, sin grandilocuencias, plantea una tensión moral y existencial digna de Hermann Broch, autor que inspira el guion de Petzold. En su novela Bárbara, escrita en los años veinte, Broch exploraba la fidelidad al ideal frente al desencanto y la corrupción del espíritu: una alegoría que Petzold traslada a la grisura ideológica de la RDA.

En ambas Bárbaras, la literaria y la cinematográfica, hay una misma búsqueda: la redención del alma a través del sacrificio silencioso. Petzold no filma una historia política sino una ética. Cada plano, la penumbra del hospital, el susurro del viento en la costa, los pasos contenidos bajo la vigilancia de la Stasi, es una meditación sobre la libertad interior en un mundo clausurado.

La cinta comparte una resonancia simbólica con la reciente proyección de Más allá de la frontera azul: el mar Báltico como línea de fuga, como puerta ambivalente hacia la Alemania Occidental. En el horizonte marino de ambas películas se refleja el mito moderno del exilio: la travesía hacia la otra orilla, tan cercana y tan imposible. El mar, aquí, no es promesa sino espejo del dilema moral: escapar o permanecer fiel a la compasión humana.

La referencia pictórica a La lección de anatomía del Dr. Tulp de Rembrandt no es casual: Reiser, el médico que parece cómplice y redentor, interpreta la pintura como una metáfora de la mirada científica que descompone al ser humano, pero también como acto de comprensión. Petzold introduce así una reflexión sobre el poder del conocimiento frente a la vigilancia. Si Rembrandt mostraba el cuerpo abierto en nombre de la razón, la Stasi lo hacía en nombre del Estado: dos formas de anatomía, una para curar y otra para controlar.

El regalo de Reiser a Bárbara, un ejemplar de Notas de un cazador de Iván Turguénev, condensa el sentido ético del filme. En ese libro, el narrador contempla la vida campesina rusa con una empatía que anuncia el despertar moral. En Petzold, Bárbara asume ese legado: la compasión hacia los vulnerables, Stella, la joven embarazada fugada del reformatorio, se convierte en su resistencia más radical. Su gesto final, cediendo su lugar en la fuga, la eleva de víctima a heroína moral, una suerte de cazadora de humanidad en un paisaje de sospecha.

Petzold, hijo de refugiados de la RDA, filma con una precisión casi musical: nada sobra, ningún gesto se dilata. Su estilo, el llamado “sistema Petzold”, combina la sobriedad formal con una poética del silencio. La casi total ausencia de música enfatiza la respiración de los espacios: el sonido del viento, de los pasos, del motor del AquaScooter que cruza el mar hacia una libertad incierta.

Si La vida de los otros de Florian Henckel von Donnersmarck nos mostró la vigilancia estatal como un drama moral de redención, Bárbara propone una visión más austera, casi ascética: aquí no hay redención a través del amor, sino a través del deber. En su última secuencia, Bárbara regresa al hospital en vez de huir; su decisión no libera, pero humaniza. La cámara se detiene en su rostro, sereno, contenido, y luego se apaga en un fundido a negro. Es el silencio de quien ha elegido el bien sobre la libertad.

En un tiempo donde la moral parece diluirse en las ideologías, Bárbara nos recuerda, con el rigor de Broch y la sensibilidad de Turguénev, que el verdadero exilio no siempre es geográfico, sino ético. A veces, permanecer es la forma más pura de escapar.

Y entonces suena, casi como un suspiro que atraviesa la pantalla, “At Last I Am Free” de Chic. La elección no podría ser más precisa ni más irónica: una canción nacida del soul y la liberación afroamericana, reinterpretada aquí como un eco distante de lo que Bárbara no puede pronunciar. “Por fin soy libre”, dice la letra, mientras la protagonista renuncia a la huida y acepta su destino entre las paredes del hospital. La voz etérea y melancólica del tema se convierte en una metáfora musical de la libertad interior, esa que no depende de fronteras ni de sistemas políticos. Petzold transforma así una canción de los años setenta en una oración laica: la libertad no está al otro lado del mar Báltico, sino en la conciencia de quien decide permanecer fiel a sí mismo.