Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.
En un tono solemne, casi mesiánico, el presidente Donald J. Trump proclamó nuevamente, y con un lenguaje de redención nacional, el Día de Colón 2025. En su discurso, el mandatario estadounidense no solo rindió homenaje al navegante genovés, sino que lo elevó a la categoría de “héroe original de América”, “titán de la civilización occidental” y símbolo de una nación que, en su retórica, debe “reclamar su legado” frente a los “vándalos de izquierda” que, según afirmó, han intentado borrar su nombre de la historia.
El documento, emitido desde la Casa Blanca el 9 de octubre de 2025, tiene el estilo característico del expresidente: grandilocuente, polarizador y anclado en una narrativa épica del pasado. No es simplemente una proclama festiva, sino una pieza de política cultural que reinterpreta el mito fundacional de los Estados Unidos bajo la lógica de la restauración moral y patriótica.
El héroe y el mito.
El texto traza una genealogía directa entre el viaje de Colón en 1492 y la independencia estadounidense de 1776, presentando al navegante como un precursor espiritual de la nación. Según la proclamación, su travesía “pavimentó el camino para el triunfo final de la civilización occidental”. Esta visión, heredera de una larga tradición eurocéntrica, reedita el viejo relato del “descubrimiento” como un acto de fe y valentía, omitiendo deliberadamente los efectos coloniales que siguieron al encuentro entre Europa y el continente americano.
En su tono bíblico, el texto afirma que Colón “plantó una majestuosa cruz” al llegar a las Bahamas, gesto que simbolizaría el nacimiento de la “fe americana”. Esta imagen, cargada de idealismo religioso, se convierte en una metáfora de la misión civilizatoria que, en el discurso de Trump, define a Occidente: una combinación de cristianismo, poder y destino manifiesto.
La batalla por la memoria.
La figura de Cristóbal Colón ha sido, especialmente en las últimas décadas, objeto de debate y revisión histórica. Desde movimientos indígenas y académicos hasta gobiernos locales en Estados Unidos, se ha cuestionado su papel en la colonización, la esclavitud y el genocidio de pueblos originarios. Ciudades como Los Ángeles, Seattle y Minneapolis han sustituido el “Columbus Day” (Día de Colón) por el “Indigenous Peoples’ Day” (Día de los Pueblos Indígenas), buscando un nuevo marco simbólico para conmemorar el pasado.
Frente a esta transformación, la proclamación de Trump funciona como acto de resistencia cultural: un intento de restaurar un relato heroico frente a lo que considera una “campaña de difamación” contra los fundadores del imaginario occidental. “Bajo mi liderazgo, esos días han terminado”, afirma, prometiendo que el país volverá a honrar al “verdadero héroe americano”.
La política del símbolo.
En un contexto global de crisis de identidad, la defensa de Colón opera como símbolo político. No se trata únicamente del navegante histórico, sino de la idea de un Occidente triunfante, ordenado por la fe y la voluntad. En ese sentido, la proclama se inscribe dentro de una narrativa populista de recuperación: la promesa de “restaurar” una grandeza perdida, un “destino” arrebatado por el progreso cultural y la crítica histórica.
Sin embargo, la historia, como toda construcción humana, se resiste a la simplicidad de los héroes absolutos. El Colón de los archivos y las crónicas es una figura más ambigua: navegante y visionario, sí, pero también hombre de su tiempo, instrumento del poder imperial y protagonista de un proceso que trajo tanto intercambio como devastación.
Entre la fe y la crítica.
El proclamado “Columbus Day” de 2025 no solo conmemora un episodio histórico, sino que refleja la batalla contemporánea por el significado del pasado. En la proclamación, la historia se convierte en campo de disputa política: los monumentos derribados, los nombres borrados y las nuevas narrativas son interpretadas como síntomas de una guerra cultural.
Trump propone una respuesta: recuperar el mito, blindarlo con la fe y hacerlo bandera de unidad nacional. Pero lo que realmente revela su texto es la persistente tensión entre la memoria y el poder, entre quienes buscan celebrar el origen y quienes intentan revisarlo críticamente.
A más de cinco siglos del primer viaje de Colón, la pregunta sigue abierta: ¿qué celebramos cuando celebramos el “descubrimiento de América”?
Quizá, más que una respuesta definitiva, la proclamación de 2025 confirma que el pasado, como el mar que Colón cruzó, sigue siendo un territorio en disputa, tan vasto y contradictorio como las costas que aquel navegante creía asiáticas y que el mundo terminó llamando “nuevo”.

